Yo no voté el 9 de Noviembre. Me hubiera encantado hacerlo, pero no lo hice. No voté porque los procedimientos me parecieron injustos. No voté porque no creo en un voto en el que todos los que lo organizan están a favor de una de las opciones propuestas. No voté porque no creo en un voto en el que todo el poder del gobierno, la televisión y las radios públicas se vuelcan en que salga un resultado. No voté porque no creo en unas mesas electorales sin listas, sin censo, sin interventores y sin representantes de las diferentes opciones políticas controlando que no se hacen trampas. Por eso no voté, y por eso tampoco votaron cientos de miles de catalanes a los que les hubiera encantado votar, pero se quedaron en casa con la papeleta entre los dientes.
A nadie, tampoco a la mayoría de los catalanes que votaron, se le escapa que el resultado del voto solo puede tener un valor simbólico, puesto que el procedimiento determinaba de antemano un resultado claramente sesgado en favor de la independencia.
Pero sería un gravísimo error pensar que el valor simbólico y político del voto masivo del domingo es menor. Todo lo contrario, a pesar de todo y a sabiendas de las limitaciones legales, más de dos millones de catalanes, alrededor de una tercera parte de los que estaban llamados a votar (más de 6,2 millones), votaron. Un gran éxito de participación, se mire por donde se mire, dadas las circunstancias.
Eso tiene tres implicaciones importantes. La primera, es una lección fundamental de política para principiantes: cuando la mayoría de una comunidad política quiere expresarse, no existen leyes, gobiernos, ni amenazas que puedan pararla. Y cuanto más se resiste la autoridad, más grande se hace la mayoría.
La segunda - consecuencia directa de la anterior - es la evidencia del rotundo fracaso político de la estrategia del Partido Popular en el asunto Catalán. Es posible que la negación del problema le permita a Rajoy lograr sus objetivos a corto plazo (ganar las próximas elecciones generales en Octubre), pero esta nueva expresión masiva del soberanismo catalán es la prueba del desastre de su estrategia de largo plazo (aguantar, que llegue la recuperación y conseguir evitar el voto por agotamiento del contrario).
Este conflicto ya solo se soluciona pasando por las urnas porque ahora ya no queda casi nadie en Cataluña, sea a favor del Sí o del No, que esté dispuesto a que se solucione de ninguna otra manera. Ahora bien, tendrá que ser en un proceso limpio, con las mismas reglas para todos, con una pregunta clara y con plena información sobre las consecuencias.
El problema es que cuando ese día llegue es probable que ya sea demasiado tarde para evitar la ruptura. En las elecciones de ayer alrededor de 1.7 millones de personas votaron por el Sí/Sí, lo que en unas plebiscitarias (salvando los muchos problemas de comparación) sería una mayoría absoluta clara a favor de la independencia.
Pero hay una tercera implicación, quizás menos evidente que las anteriores: el éxito de participación puede terminar por perjudicar la estrategia (la real, no la anunciada) de Mas. Hasta ahora su estrategia era ganar tiempo con la consulta, seguir presionando a Madrid y evitar las elecciones plebiscitarias anticipadas. Nadie en CiU, ni siquiera los que realmente quieren la independencia, estaba dispuesto a convocar unas elecciones (¡otras!) para perder el poder y además poner el proceso en manos de ERC (lo que se traduciría en una inevitable Declaración Unilateral de Independencia -DUI- que les causa terror a ellos y a la mayoría de la alta burguesía catalana que tienen detrás).
Su plan era negociar con ERC un acuerdo para ir en una plataforma conjunta pro-independencia, con una sola lista, con Mas a la cabeza y con un compromiso difuso de avanzar hacia un "Estado propio" - o algún otro eufemismo que evitara hablar de la DUI. Ese plan hubiera sido inaceptable para ERC (que no lo olvidemos también quiere ganar elecciones), lo que hubiera permitido a Mas aguantar hasta las generales. Y con un nuevo gobierno en Madrid - más favorable para sus aspiraciones, en cualquiera de los casos - convocar un referéndum legal no-vinculante sobre la base de un pacto beneficioso para Catalunya dentro de España (lo que realmente quiere él y la mayoría de los catalanes).
Pero el voto del domingo puede trastocar los planes de Mas. A partir de ahora las presiones para hacer las plebiscitarias cuanto antes serán enormes y el gran movimiento social que le ha aupado, puede volvérsele en contra si no hay promesa electoral pronto. Mas seguirá con la sartén por el mango y podrá intentar aguantar acusando a ERC de no querer aceptar su pacto unitario para las plebiscitarias. Pero no le será fácil. Si no aguanta la presión y se lanza a unas plebiscitarias sin pacto con ERC será lo mismo que firmar una sentencia de divorcio con España para siempre.
A nadie, tampoco a la mayoría de los catalanes que votaron, se le escapa que el resultado del voto solo puede tener un valor simbólico, puesto que el procedimiento determinaba de antemano un resultado claramente sesgado en favor de la independencia.
Pero sería un gravísimo error pensar que el valor simbólico y político del voto masivo del domingo es menor. Todo lo contrario, a pesar de todo y a sabiendas de las limitaciones legales, más de dos millones de catalanes, alrededor de una tercera parte de los que estaban llamados a votar (más de 6,2 millones), votaron. Un gran éxito de participación, se mire por donde se mire, dadas las circunstancias.
Eso tiene tres implicaciones importantes. La primera, es una lección fundamental de política para principiantes: cuando la mayoría de una comunidad política quiere expresarse, no existen leyes, gobiernos, ni amenazas que puedan pararla. Y cuanto más se resiste la autoridad, más grande se hace la mayoría.
La segunda - consecuencia directa de la anterior - es la evidencia del rotundo fracaso político de la estrategia del Partido Popular en el asunto Catalán. Es posible que la negación del problema le permita a Rajoy lograr sus objetivos a corto plazo (ganar las próximas elecciones generales en Octubre), pero esta nueva expresión masiva del soberanismo catalán es la prueba del desastre de su estrategia de largo plazo (aguantar, que llegue la recuperación y conseguir evitar el voto por agotamiento del contrario).
Este conflicto ya solo se soluciona pasando por las urnas porque ahora ya no queda casi nadie en Cataluña, sea a favor del Sí o del No, que esté dispuesto a que se solucione de ninguna otra manera. Ahora bien, tendrá que ser en un proceso limpio, con las mismas reglas para todos, con una pregunta clara y con plena información sobre las consecuencias.
El problema es que cuando ese día llegue es probable que ya sea demasiado tarde para evitar la ruptura. En las elecciones de ayer alrededor de 1.7 millones de personas votaron por el Sí/Sí, lo que en unas plebiscitarias (salvando los muchos problemas de comparación) sería una mayoría absoluta clara a favor de la independencia.
Pero hay una tercera implicación, quizás menos evidente que las anteriores: el éxito de participación puede terminar por perjudicar la estrategia (la real, no la anunciada) de Mas. Hasta ahora su estrategia era ganar tiempo con la consulta, seguir presionando a Madrid y evitar las elecciones plebiscitarias anticipadas. Nadie en CiU, ni siquiera los que realmente quieren la independencia, estaba dispuesto a convocar unas elecciones (¡otras!) para perder el poder y además poner el proceso en manos de ERC (lo que se traduciría en una inevitable Declaración Unilateral de Independencia -DUI- que les causa terror a ellos y a la mayoría de la alta burguesía catalana que tienen detrás).
Su plan era negociar con ERC un acuerdo para ir en una plataforma conjunta pro-independencia, con una sola lista, con Mas a la cabeza y con un compromiso difuso de avanzar hacia un "Estado propio" - o algún otro eufemismo que evitara hablar de la DUI. Ese plan hubiera sido inaceptable para ERC (que no lo olvidemos también quiere ganar elecciones), lo que hubiera permitido a Mas aguantar hasta las generales. Y con un nuevo gobierno en Madrid - más favorable para sus aspiraciones, en cualquiera de los casos - convocar un referéndum legal no-vinculante sobre la base de un pacto beneficioso para Catalunya dentro de España (lo que realmente quiere él y la mayoría de los catalanes).
Pero el voto del domingo puede trastocar los planes de Mas. A partir de ahora las presiones para hacer las plebiscitarias cuanto antes serán enormes y el gran movimiento social que le ha aupado, puede volvérsele en contra si no hay promesa electoral pronto. Mas seguirá con la sartén por el mango y podrá intentar aguantar acusando a ERC de no querer aceptar su pacto unitario para las plebiscitarias. Pero no le será fácil. Si no aguanta la presión y se lanza a unas plebiscitarias sin pacto con ERC será lo mismo que firmar una sentencia de divorcio con España para siempre.