Cuando le pregunté el miércoles pasado en Barcelona a Josep Rull, el coordinador general de CiU, si era consciente de que cuando convoquen elecciones le van a dejar el Govern en bandeja a Esquerra Republicana, me contestó algo que CiU preveía, que nadie fuera de Cataluña creía, y que hoy se ha confirmado. Me vino a decir que, como resultado del 9N, CiU volvería a ganar puntos y Artur Mas, por su gesta poniéndose en peligro personal, por defender su plan hasta las últimas consecuencias, se revalorizaría. Y aquí estamos, con un muerto político resucitando, aunque no sepamos por cuánto rato.... Los hay que reviven antes de morir del todo. En cualquier caso, si finalmente cae, es verdad que, tras el resurgimiento, dejará un cadáver más guapo.
En aquel desayuno al que asistí, con el Govern y representantes de toda la política y la vida civil catalana (excepto el PP y Ciudadanos) entre el público, el president explicó lo que para él marca la diferencia entre la política del SXIX que hace Don Mariano (a quién él llama España) y la del XXI que hace él (o Cataluña, según sus palabras). La modernidad, en política, según Mas, está marcada por hacerse de abajo a arriba y no a la inversa. El Govern sigue el mandato de la sociedad civil, según su teoría. Pero es que la sociedad civil no se ha encendido sola. Así que, siendo cierto lo que dice, también es verdad que está contando sólo la mitad de la historia.
Cataluña no votó con fuerza el Estatut. La abstención superó el 50% y la sentencia del Constitucional que lo tumbó -ésa que parece ser la que marcó el antes y el después- tampoco importó mucho a los catalanes, si nos fiamos de sus propios datos. Los barómetros del Centro de Estudios de Opinión de la Generalitat afirman que, entre junio de 2010 (fecha de la sentencia del Constitucional) y octubre de ese mismo año, no creció apenas el número de indenpendentistas. Sin embargo, crece en serio en 2012 (casi 10 puntos entre junio y octubre). Del 12,9% del 2005 hemos pasado a cerca del 50% en la actualidad.
Lo triste de este relato es la certeza de que hay caminos en política que no se pueden desandar.
En mi humilde opinión, Cataluña ya no puede dejar de votar su independencia ya sea en un año, en un lustro o en una década. El callejón sin salida ya se tomó. Son un pueblo con una sociedad civil fuerte que ya quisieran para sí otras partes de España. Aunque eso sí, tan manipulable como todas las masas.
Don Artur ha acertado en cuanto a la necesidad imperiosa de los catalanes de votar, aunque sea en unos comicios de mentirijilla. Y es que la identidad nacional, cuando se enciende en tiempos de crisis y se agita como la bandera de la salvación, es casi imposible de apagar, y más cuando la otra parte no para de echar leña al fuego. El pueblo catalán ha demostrado ser capaz de organizar, reinvindicar y pelear pacifícamente por aquello con lo que sueñan. Los sueños, realistas o ilusorios, mueven montañas. Y más cuando tienen visos de verdad. Las grandes mentiras, las que cuelan, siempre son ciertas un poco.
En aquel desayuno al que asistí, con el Govern y representantes de toda la política y la vida civil catalana (excepto el PP y Ciudadanos) entre el público, el president explicó lo que para él marca la diferencia entre la política del SXIX que hace Don Mariano (a quién él llama España) y la del XXI que hace él (o Cataluña, según sus palabras). La modernidad, en política, según Mas, está marcada por hacerse de abajo a arriba y no a la inversa. El Govern sigue el mandato de la sociedad civil, según su teoría. Pero es que la sociedad civil no se ha encendido sola. Así que, siendo cierto lo que dice, también es verdad que está contando sólo la mitad de la historia.
Cataluña no votó con fuerza el Estatut. La abstención superó el 50% y la sentencia del Constitucional que lo tumbó -ésa que parece ser la que marcó el antes y el después- tampoco importó mucho a los catalanes, si nos fiamos de sus propios datos. Los barómetros del Centro de Estudios de Opinión de la Generalitat afirman que, entre junio de 2010 (fecha de la sentencia del Constitucional) y octubre de ese mismo año, no creció apenas el número de indenpendentistas. Sin embargo, crece en serio en 2012 (casi 10 puntos entre junio y octubre). Del 12,9% del 2005 hemos pasado a cerca del 50% en la actualidad.
Lo triste de este relato es la certeza de que hay caminos en política que no se pueden desandar.
En mi humilde opinión, Cataluña ya no puede dejar de votar su independencia ya sea en un año, en un lustro o en una década. El callejón sin salida ya se tomó. Son un pueblo con una sociedad civil fuerte que ya quisieran para sí otras partes de España. Aunque eso sí, tan manipulable como todas las masas.
Don Artur ha acertado en cuanto a la necesidad imperiosa de los catalanes de votar, aunque sea en unos comicios de mentirijilla. Y es que la identidad nacional, cuando se enciende en tiempos de crisis y se agita como la bandera de la salvación, es casi imposible de apagar, y más cuando la otra parte no para de echar leña al fuego. El pueblo catalán ha demostrado ser capaz de organizar, reinvindicar y pelear pacifícamente por aquello con lo que sueñan. Los sueños, realistas o ilusorios, mueven montañas. Y más cuando tienen visos de verdad. Las grandes mentiras, las que cuelan, siempre son ciertas un poco.