Foto: David Benito
Recientemente se han cumplido 25 años de la caída del muro de Berlín. Los medios reproducen fotos e imágenes del famoso 9 de noviembre en el que los berlineses -tanto de la RDA como RFA- se echaron a la calle y se unieron, convirtiéndose en el pueblo que nunca debió dividirse. Lo que no ha copado tantos titulares han sido algunos de los daños colaterales de la caída del muro, como la no integración de cierto sector de la población en el nuevo sistema político y económico, la no convalidación de títulos universitarios o las rencillas del pasado entre otras cosas. El régimen comunista estuvo altamente influenciado por el Ministerio para la Seguridad del Estado (MfS, Ministerium für Staatssicherheit), más conocido como Stasi, con Erich Mielke al frente. Sin duda, este fue el aspecto que más me impresionó durante de mi visita a Berlín, marcándome incluso más que cualquier vestigio nacionalsocialista, motivo principal del viaje.
Hablan los números
En los 40 años que duró la República Democrática Alemana -al frente estuvo el SED (Partido Socialista Unificado de Alemania), sin la legitimación de unas elecciones democráticas- el MfS fue un aparato represivo y excesivamente burocrático, en muchas ocasiones, rayando lo absurdo. Las cifras son un claro ejemplo: además de los documentos que fueron destruidos en un intento de ocultar sus atrocidades, aún se conservan 111 Km de escritos, entre los que hay 39 millones de fichas de archivo, 1,4 millones de imágenes y 34000 documentos de audio y vídeo. Otra cifra que ilustra bien las dimensiones de este aparato opresor eran las 91.000 personas que en 1989 trabajaban exclusivamente para la seguridad del Estado. Hay que tener en cuenta que hoy en día, en el año 2014, Google, una de las empresas con más empleados del mundo, cuenta con aproximadamente 48.000 empleados.
A todo esto hay que sumarle los colaboradores no oficiales. Se trataba de gente normal que vivía en la RDA y con los que el Ministerio sacaba una valiosa información sobre aquellos que no eran fieles al régimen ni remaban en la misma dirección. Estos contactos pasaban información de cualquier ámbito de la sociedad, como compañeros de trabajo, vecinos, amigos, incluso familiares directos. Los motivos de desempeñar el papel de colaborador informativo eran varios: desde la convicción política, pasando por el miedo a represalias, promesas de mejoras laborales y materiales, incluso por venganza. Una última cifra esclarecedora. En 1989, el MfS tenía alrededor de 189.000 informadores no oficiales. Es decir, un informador por cada 90 habitantes de la RDA.
Funciones y métodos
Las principales funciones del MfS eran las de actuar como policía secreta, aparato de investigación y servicio de inteligencia fuera de sus fronteras, siendo su objetivo principal el control generalizado. Dicho control estuvo muy presente en el día a día de los ciudadanos de la RDA, viendo este aparato represivo peligros donde tan sólo había inocentes actos de simple y llana cotidianidad. En cuanto a los métodos, se puede hablar de dos fases diferenciadas. Hasta los años 70, el MfS procedió con especial virulencia, llevando a cabo detenciones, secuestros en occidente..., utilizando la violencia física sin límites. A partir de los 70, la cosa cambió, más que nada por estética. Intentaron no recibir críticas desde fuera, y emplearon otro tipo de represión más silenciosa, como eran la vigilancia preventiva y las medidas desmoralizantes. Terminaron con amistades, relaciones familiares, así como con carreras profesionales, sin levantar sospechas entre los propios implicados.
Estar alerta
Los ciudadanos de la RDA no solo debían tener cuidado con quién hablaban y qué decían, sino que en su propia casa, en la de sus familiares, amigos, en el trabajo..., en cualquier sitio podía haber un micrófono que dejase al descubierto su forma de pensar que, a la postre, les conduciría a marcos nada agradables. El simple hecho de llevar unos jeans, un tipo especial de corte de pelo, beber o comer algo que no fuera lo que proporcionaba el régimen..., todo ello era un signo de deslealtad que, ipso facto, te convertía en sospechoso.
Ver, sentir... Y "oler"
En mi visita al museo de la Stasi en Berlín, ubicado a escasos metros del famoso y turístico Check point Charlie, uno se puede llegar a hacer a la idea de lo que tuvo que ser vivir con la amenaza constante de que el MfS estuviera detrás de ti, monitoreando cada uno de tus pasos. Entre otras cosas -unas más absurdas, otras menos- tenían una auténtica colección de botes de cristal en el que guardaban unos característicos paños de algodón de color amarillento que habían sido impregnados con el sudor de la persona en cuestión. Pese a que nunca se utilizó judicialmente, se pretendía crear un extenso archivo de olores personales de la población para utilizarlo en el caso de que fuera necesario. Por ejemplo, inculpar a alguien demostrando la participación y estancia en un determinado marco mediante peritaje del olor, es decir, "Odorología". En este campo, los perros habían sido adiestrados para tal fin y se suponía que serían un elemento determinante a la hora de llegar a una conclusión.
Igual que los últimos nazis
Al igual que hicieron miembros del partido nazi ante la inminente liberación de los campos de concentración y exterminio, hacia finales del otoño de 1989, sabedores de que habían estado utilizando métodos y acciones de represión que iban a ser duramente criticados a nivel internacional y que conllevarían duras penas, los responsables de la Stasi intentaron, de forma fallida, destruir los archivos que tenían. Afortunadamente, ciudadanos conscientes de que conservar aquello era de vital importancia de cara al futuro, ocuparon las oficinas del Ministerio de la Seguridad del Estado, impidiendo así la destrucción de los archivos.
Foto: GETTYIMAGES
Daños colaterales latentes
La Stasi, pese a que han pasado 24 años desde que se decretó su desaparición, aún sigue levantando ampollas. Por ley, todo ciudadano podía y puede solicitar la copia de los documentos que hagan alusión a su persona. En algunos casos, los documentos estaban intactos y fueron consultados en su día. Pero en otros, no ha sido hasta hace pocos años que se han podido reconstruir, revelando grandes sorpresas. Hasta hace bien poco, algunos ciudadanos no eran conscientes de que fueron traicionados por amigos, familiares y compañeros de trabajo, con algunos de los cuales seguían manteniendo relación, sin saber que tiempo atrás habían sido denunciados por ellos a la Stasi.
Testigo de excepción
A principios de 2014 tuve la oportunidad de entrevistar para mi programa de radio Ágora Historia a Alonso Álvarez de Toledo y Merry del Val, embajador español en la RDA en el momento de la caída del muro y, aunque se trate de su faceta menos conocida, uno de los principales culpables de que empezara a resquebrajarse el muro y se abrieran las fronteras. Al contrario de lo que se suele decir sobre la Stasi, me comentó que, efectivamente, era un órgano represivo, pero no tan eficaz como siempre se ha dicho, sino que su excesiva burocracia hacía que gran parte del trabajo que realizaban careciese de importancia y no hacían más que acumular datos y más datos insignificantes.
"... Debo decirle que estuve 5 años [en la RDA], de los cuales, los tres primeros fueron los más aburridos de mi vida... Y los dos siguientes, los más emocionantes", fueron las palabras del embajador nada más comenzar la entrevista.
"Mi hija, siempre que entraba en casa decía: testing, testing, testing... (probando, probando, probando...) completamente convencida de que monitoreaban cada una de nuestras palabras", me contó el diplomático. Pero lo más sorprendente fue cuando, años después de la desaparición de la RDA, le facilitaron todos los documentos que la Stasi tenía sobre él. "Me dieron 300 papeles en los que aparecía todo lo que sabían de mí después de haberle sacado información a la cocinera, a la sirvienta, a los conductores que teníamos en la embajada, a una chica cubana que trabajaba en la embajada y de la que nunca sospeché y a algún que otro amigo que nunca pensé que me estuviera espiando". Lo más sorprendente fue cuando contó que "sabían mucho de mí, pero todo era información inútil y absurda...", en alusión al no tan eficaz servicio de inteligencia. Como ya he citado, a partir de los años 70, las técnicas utilizadas cambiaron y prueba de ello son las palabras del diplomático: "Al hijo le pedían que contara algo sobre su padre... Y si este contaba lo que ellos querían, de esta forma se aseguraba mejores notas o tal vez un permiso para pasar a Berlín oeste".
Cicatrices
La Stasi y la gran cantidad de fichas de ciudadanos fueron durante muchos años el secreto mejor guardado en la RDA y sus heridas, aunque cerradas, siguen mostrando cicatrices que solo el paso de los años y las generaciones borrará.