La reciente cumbre de la APEC ha mostrado a una China que va por todas en el terreno económico en el Pacífico ante un Estados Unidos que sigue dando síntomas de agotamiento. Pero esta pujanza también se ve en otras zonas y ante otras potencias. En concreto, en este post me voy a referir al auge de Beijing en Asia Central, en detrimento en especial de Rusia, pero sin perder de vista a europeos y estadounidenses.
Desde el momento en que las cinco antiguas repúblicas soviéticas de Kazajstán, Uzbekistán, Turkmenistán, Kirguizistán y Tayikistán accedieron la independencia en 1991, Beijing comprendió que en los nuevos países entrarían en juego importantes intereses en campos tan sensibles como la economía (hidrocarburos y comercio) o la seguridad (la cuestión de Xinjiang).
Los presidentes de China y Kazajstán durante la firma de un acuerdo. Fuente: Wikicommons.
Pero los chinos no fueron los únicos. Las otras grandes potencias (Rusia, EEUU y la UE) vieron en estos nuevos países un buen terreno donde hacer valer sus intereses. Esta rivalidad se comenzó a designar como Nuevo Gran Juego, recuperando la vieja rivalidad entre los imperios británico y zaristas en el siglo XIX por esta misma zona de planeta.
Pero ha sido en la última década cuando China ha apretado el acelerador en Asia Central. En especial, en detrimento de Rusia, la antigua potencia colonial, ya que esos territorios estuvieron bajo su soberanía desde la segunda mitad del siglo XIX, y había continuado haciendo sentir su peso tras 1991. Solo hay que mirar las inversiones de la República Popular en sectores como el transporte de recursos para ver cómo está ganando la partida en el Nuevo Gran Juego.
El think tank Stratfor analiza los intereses de China en Asia Central.
Entrando más en detalle, China ha anunciado que invertirá 16.300 millones de dólares para financiar infraestructuras de transporte (ferrocarriles, carreteras, gasoductos y oleoductos). En un proyecto que se ha comparado con la antigua Ruta de la Seda, por sus aspiraciones a mejorar las vías comerciales de la República Popular con Eurasia. Por su parte, Rusia no puede seguir este ritmo de aportaciones económicas.
Algunas de estas infraestructuras ya están en funcionamiento, como el gasoducto Turkmenistán-Uzbekistán-Kazajstán-China (también conocido como Asia Central-China), que comenzó a hacerlo en 2009. Su efecto más inmediato ha sido romper el tradicional monopolio ruso sobre el control de las vías de transporte de energía en la región. Se estima que las exportaciones de gas de Asia Central han caído un 60% en el último lustro.
Tayikistán también es otro de los principales receptores de ayuda de China.
Por parte de China, se estima que el 40% del gas que consuma vendrá de Asia Central. Además, hay que sumar otros proyectos en zonas colindantes con la región, como por ejemplo la línea de ferrocarril proyectada entre el puerto paquistaní de Gwadar hasta Kashgar, en la conflictiva región de Xinjiang. Permitiría transportar el crudo que viene del Golfo Pérsico sin tener que utilizar las largas rutas de los petroleros hasta los puertos de la costa china.
Pero todas estas acciones no solo buscan calmar la sed energética de China, ni se tratan de inversiones puramente altruistas con sus vecinos centroasiáticos. Beijing también busca impulsar el desarrollo económico del Tíbet y de Xinjiang, para así calmar la conflictividad en estas dos regiones. En especial, la segunda, que comparte religión y lazos étnicos con las repúblicas centroasiáticas (territorios habitados por etnias túrquicas de credo musulmán).
El gasoducto que une Asia Central y China pasa por la región de Xinjiang.
Si analizamos al resto de potencias que participan del Nuevo Gran Juego, Estados Unidos está pendiente de completar su repliegue de Afganistán, lo que sin duda hará que su interés por la región decaiga. Al fin y al cabo, su momento de mayor influencia en Asia Central fue a raíz del 11-S cuando comenzaron las operaciones militares contra los talibanes y consiguieron bases en Uzbekistán y Kirguizistán.
Pero al igual que con Rusia, la principal baza de Beijing será la económica. Recientemente, la revista Foreign Policy consideraba que la estrategia de crear una Ruta de la Seda era un buen contrapeso a la intención de Washington de promover el Acuerdo de Asociación Transpacífico.
Asimismo, la Unión Europea no ve en Asia Central una prioridad a su política exterior, más centrada en otras regiones, tal y como apuntaba recientemente el diplomático español Emilio Mendéndez del Valle en este artículo. Por lo que no se espera que su papel en la región pueda ensombrecer al de China.
Con todo, la retirada de Estados Unidos y la OTAN en Afganistán no es un escenario idílico para China (ni para Rusia), ya que genera dudas sobre si se convierte en un polo de grave desestabilización para las repúblicas de Asia Central. En cualquier caso, la política de Beijing en la zona le aporta un carácter de soft power que le hace presentarse como un socio atractivo para los gobiernos de la región.
Desde el momento en que las cinco antiguas repúblicas soviéticas de Kazajstán, Uzbekistán, Turkmenistán, Kirguizistán y Tayikistán accedieron la independencia en 1991, Beijing comprendió que en los nuevos países entrarían en juego importantes intereses en campos tan sensibles como la economía (hidrocarburos y comercio) o la seguridad (la cuestión de Xinjiang).
Los presidentes de China y Kazajstán durante la firma de un acuerdo. Fuente: Wikicommons.
Pero los chinos no fueron los únicos. Las otras grandes potencias (Rusia, EEUU y la UE) vieron en estos nuevos países un buen terreno donde hacer valer sus intereses. Esta rivalidad se comenzó a designar como Nuevo Gran Juego, recuperando la vieja rivalidad entre los imperios británico y zaristas en el siglo XIX por esta misma zona de planeta.
Pero ha sido en la última década cuando China ha apretado el acelerador en Asia Central. En especial, en detrimento de Rusia, la antigua potencia colonial, ya que esos territorios estuvieron bajo su soberanía desde la segunda mitad del siglo XIX, y había continuado haciendo sentir su peso tras 1991. Solo hay que mirar las inversiones de la República Popular en sectores como el transporte de recursos para ver cómo está ganando la partida en el Nuevo Gran Juego.
El think tank Stratfor analiza los intereses de China en Asia Central.
Entrando más en detalle, China ha anunciado que invertirá 16.300 millones de dólares para financiar infraestructuras de transporte (ferrocarriles, carreteras, gasoductos y oleoductos). En un proyecto que se ha comparado con la antigua Ruta de la Seda, por sus aspiraciones a mejorar las vías comerciales de la República Popular con Eurasia. Por su parte, Rusia no puede seguir este ritmo de aportaciones económicas.
Algunas de estas infraestructuras ya están en funcionamiento, como el gasoducto Turkmenistán-Uzbekistán-Kazajstán-China (también conocido como Asia Central-China), que comenzó a hacerlo en 2009. Su efecto más inmediato ha sido romper el tradicional monopolio ruso sobre el control de las vías de transporte de energía en la región. Se estima que las exportaciones de gas de Asia Central han caído un 60% en el último lustro.
Tayikistán también es otro de los principales receptores de ayuda de China.
Por parte de China, se estima que el 40% del gas que consuma vendrá de Asia Central. Además, hay que sumar otros proyectos en zonas colindantes con la región, como por ejemplo la línea de ferrocarril proyectada entre el puerto paquistaní de Gwadar hasta Kashgar, en la conflictiva región de Xinjiang. Permitiría transportar el crudo que viene del Golfo Pérsico sin tener que utilizar las largas rutas de los petroleros hasta los puertos de la costa china.
Pero todas estas acciones no solo buscan calmar la sed energética de China, ni se tratan de inversiones puramente altruistas con sus vecinos centroasiáticos. Beijing también busca impulsar el desarrollo económico del Tíbet y de Xinjiang, para así calmar la conflictividad en estas dos regiones. En especial, la segunda, que comparte religión y lazos étnicos con las repúblicas centroasiáticas (territorios habitados por etnias túrquicas de credo musulmán).
El gasoducto que une Asia Central y China pasa por la región de Xinjiang.
Si analizamos al resto de potencias que participan del Nuevo Gran Juego, Estados Unidos está pendiente de completar su repliegue de Afganistán, lo que sin duda hará que su interés por la región decaiga. Al fin y al cabo, su momento de mayor influencia en Asia Central fue a raíz del 11-S cuando comenzaron las operaciones militares contra los talibanes y consiguieron bases en Uzbekistán y Kirguizistán.
Pero al igual que con Rusia, la principal baza de Beijing será la económica. Recientemente, la revista Foreign Policy consideraba que la estrategia de crear una Ruta de la Seda era un buen contrapeso a la intención de Washington de promover el Acuerdo de Asociación Transpacífico.
Asimismo, la Unión Europea no ve en Asia Central una prioridad a su política exterior, más centrada en otras regiones, tal y como apuntaba recientemente el diplomático español Emilio Mendéndez del Valle en este artículo. Por lo que no se espera que su papel en la región pueda ensombrecer al de China.
Con todo, la retirada de Estados Unidos y la OTAN en Afganistán no es un escenario idílico para China (ni para Rusia), ya que genera dudas sobre si se convierte en un polo de grave desestabilización para las repúblicas de Asia Central. En cualquier caso, la política de Beijing en la zona le aporta un carácter de soft power que le hace presentarse como un socio atractivo para los gobiernos de la región.