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Universidad pública sin dinero público

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Por mucho que se empecinen los políticos de turno en negarlo, la universidad pública del futuro tendrá cada vez menos dinero público. Y no, aunque cueste digerirlo, no se trata sólo de que los ingresos estatales vayan a crecer poco debido a la atonía económica durante al menos otra década.

Aunque el fenómeno Podemos pueda indicar que nos movemos en sentido contrario, lo cierto es que hay una parte cada vez más numerosa de la clase media que se confiesa saturada de impuestos y manifiesta en voz alta su hartazgo de tener que pagar cada vez más tasas por servicios públicos de peor calidad.

El pasado verano conversaba con unos amigos, uno de cuyos hijos estudia en la Universidad Complutense, que se mostraban indignados por la subida de tasas. A mí la queja me chocó algo, ya que son personas de muy buena situación económica a los que unos cientos de euros al año no les afectan apenas nada, y se lo dije. Uno de ellos me contestó que "para la mierda que era" los mil cuatrocientos o mil quinientos euros de matrícula anual le parecían una barbaridad. No supe qué pensar después de esta conversación, que empezaba a ponerse tensa, pero tuve la inquietante sensación de que esta persona se conformaba con una universidad cutre -aunque yo no comparto la opinión de que la Universidad Complutense lo sea- a la posibilidad de tener una de mejor calidad pagando más (lo cual es únicamente una hipótesis optimista, ya que la universidad necesita más reformas que dinero, aunque también lo segundo).

Lo cierto es que el consenso posterior a la segunda guerra mundial que dio lugar al Estado del bienestar se resquebraja lentamente y no parece haber otra alternativas que una bajada de expectativas respecto a lo que el Estado puede ofrecer.

La universidad pública parece que puede ser una de las víctimas de este nuevo escenario. De hecho, es una de las pocas predicciones que comparto con el informe WISE financiado por la Fundación Qatar acerca de la universidad del futuro. Se tenderá a modelos privados; o a lo sumo, mixtos. El que quiera estudios superiores, que se los pague; al menos en parte, vaticinan los expertos.

Sigo pensando que en Europa, entre otras cosas por tradición -que es un factor que cuenta mucho-, iremos a rebufo de esta tendencia, pero iremos. No sé si llegaremos a lo que ha sucedido en los Estados Unidos, donde la media de lo que el estudiante paga en una universidad pública es del 47 por ciento, con estados en los que el dinero público sólo cubre el 15 por ciento de la matrícula, como sucede en Washington -incluso menos en Oregón-, pero la tendencia no se va a invertir.

Preveo una lucha encarnizada por cada estudiante que se va a convertir en rey y señor. Una lucha en la que las universidades públicas, hasta ahora con una clientela cautiva, también se verán involucradas. Tarde o temprano, la gestión se profesionalizará y dejará de ser política, como sucede todavía.

Todo será válido con tal de atraer estudiantes y dinero: se montarán institutos y fundaciones de todo tipo para atraer dinero privado, carreras más cortas, carreras más individualizadas, más programas online o a distancia. Algunas permitirán que se establezcan franquicias de ropa o restauración en los campus, otras alquilarán sus instalaciones los fines de semana para rodar una película o un programa de televisión, y habrá las que incluso permitirán que se asienten centros comerciales en los campus. Habrá también académicos que puede que pasen la mayor parte de su tiempo como consultores de empresas privadas cediendo un porcentaje de los beneficios a la institución.

Es discutible si una universidad puede considerarse pública si sólo recibe un 20 por ciento de aportación estatal, pero todo es relativo, sobre todo si se compara con las que no reciban nada.

La experiencia universitaria que existía en otros tiempos, con tardes largas en las que uno leía cuanto libro caía en sus manos o se iba a la filmoteca o a un conferencia, pasará a la historia si es que no ha pasado ya. La abulia estudiantil será un lujo reservado a unos cuantos que puedan permitirse no trabajar mientras completan los estudios.

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