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Gaza y la indignante reconstrucción 'made in Israel'

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El otoño ha llegado a los territorios palestinos. Pronto lo hará el invierno. Pero allí su encanto se desdibuja ante la tragedia humanitaria a la cual los donantes, arropados en sus camillas para guarnecerse del inclemente frío del norte, ebrios de champán y buenas intenciones, hacen oídos sordos. Oídos ensordecidos por los precoces villancicos melancólicos que anticipan los preparativos de la fiesta pagana del solsticio de invierno, que se entonan mientras las familias vuelven a montar un año más la misma conífera de polietileno de todos los años mientras los bosques de todo el planeta son sacrificados en una autodestructiva orgía productivista. Allí, en Gaza, en Cisjordana, en Belén, las celebraciones no serán recordadas por la abundancia de regalos, sino más bien por la escasez de comida, de agua, de un techo bajo el que pasar esas fechas mágicas y una manta con la que arroparse. Sí, quizás, por la gratitud -sin saber bien hacia quién- por haber sobrevivido, y en muchos casos por la nostalgia de aquellos que no lo lograron.

"Las vacas israelíes tienen más agua y más derechos que los palestinos del valle [del Jordán]", contaba un cisjordano a un periodista, impotente ante el inexorable avance de la colonización sionista en tierras palestinas, que no solo se apropia de cada vez más kilómetros, sino también de los preciados recursos naturales que en ellos se encuentran. Y también, por qué no, del pasado de sus legítimos habitantes, robándoles de paso su futuro. Deplorable e inhumano para algunos, poco más que incómodo para otros.

En Gaza la imagen es mucho más estremecedora. En el momento de escribir estas líneas, la UNRWA ha declarado la emergencia por inundaciones. Las bombas dejaron de tronar en la Franja, o al menos, eso parece, pero en la triste historia del pueblo palestino comienza un nuevo capítulo que no aparenta ser más fácil. Hace pocos días las balas israelíes acababan con la vida de Fadil Muhammad Halawah, primera víctima mortal desde el inicio del alto al fuego. La tregua sellada entre Israel y Hamas, que puso fin al traumático ataque sionista bautizado como Operación Margen Protector, volvía a caminar sobre la cuerda floja como consecuencia del inhumano desprecio del militarismo israelí por la vida humana, especialmente si es palestina la sangre derramada.

¿Puede así reconstruirse un país? ¿Podrá Gaza vencer los pésimos pronósticos sobre su futuro? Ya en 2012 el informe de Naciones Unidas sobre la Franja de Gaza predecía lo que muchos temían reconocer: que Gaza no sería, al menos antes de 2020, un lugar habitable. Que el empleo se disparaba hasta límites insostenibles, que los gazatíes eran más pobres entonces que en la década de los noventa del siglo pasado, cuando comenzó el proceso de paz de Oslo. Que la población seguiría creciendo y las fuentes de agua potable serían cada vez más escasas. ¿Podrían los responsables del estudio aportar mejores perspectivas ahora, después de la tragedia (social y humana, pero también económica) del pasado verano?

Siguen llegando noticias de Gaza y el panorama empeora. El BDS Movement (Boicots, Desinversiones y Sanciones), así como algunos de los activistas palestinos de mayor renombre internacional, denuncian el escándalo del proyecto de reconstrucción de Gaza made in Israel: de los 5.400 millones de dólares recaudados por la conferencia internacional celebrada a principios de octubre en El Cairo, el 45% podría invertirse en la economía del Estado perpetrador del ataque a través de empresas israelíes contratadas para la reconstrucción de la Franja, entre ellas Nesher, ReadyMix y Hanson Israel.

Una suculenta oportunidad para obtener beneficios económicos de un desastre con un único culpable y, además, una demostración más de la hipocresía de algunos de los supuestos aliados del proyecto humanitario internacional. Carece de justificación, sobre todo teniendo en cuenta que es precisamente el yugo israelí el que mantiene cautiva la economía palestina, y que si la exportación de materiales, medios y personal a Gaza es tan difícil es precisamente por el bloqueo y el juego sucio del sionismo.

Mientras el mundo desarrollado calla, el Gobierno Netanyahu acaba de aprobar el proyecto de ley que transforma la hasta ahora democracia israelí en la etnocracia de la "nación-Estado del pueblo judío". El mandatario extremista convierte así la que hasta ahora era (para algunos) la "única democracia de Oriente Medio" en una judeocracia, ganándose -según el editorial del prestigioso diario israelí Haaretz- "una plaza de honor junto a esos regímenes oscuros en los que se persigue a las minorías".

De vez en cuando, las penurias cotidianas de los gazatíes llegan a los titulares de los periódicos occidentales. Parece advertirse un movimiento, cada vez más fuerte en Europa, a favor de la solución de los dos estados, tal y como proponía la nueva jefa de la diplomacia europea, Federica Mogherini. Un movimiento lento, sinuoso, que augura un posible cambio, quizás a medio o largo plazo. Formalidades necesarias, pero también insuficientes. La Unión Europea prometió 450 millones de euros, de los cuales 36 millones fueron aportados por el Estado español para el proyecto de reconstrucción que hoy algunos palestinos critican: si esta vez Hamas aceptó por primera vez dinero occidental, lo hizo con la condición de que "esta vez llegue". ¿Dónde están los mecanismos de control prometidos para garantizar la efectiva reconstrucción de Gaza y el desarrollo tanto de la Franja como de Cisjordania? ¿O volverá a pasar, como denunció el ex primer ministro de los gazatíes, lo mismo que en las dos conferencias anteriores, cuyas promesas pecuniarias jamás se materializaron en dinero que llegase a Gaza? ¿Llegarán a tener los palestino esta ayuda y la "dignidad" que les prometió John Kerry? ¿Acaso no han bastado las 2.254 vidas perdidas tras aquella última invasión disfrazada de operación, aun cuando pronto las hayamos olvidado, tal y como ocurrió con las ocasiones anteriores, para que quienes deberían representarnos reclamen siquiera el respeto básico por la vida humana?

No es ya una cuestión política, sino de principios. No es un asunto concreto: es la estructura de impunidad y explotación que el sionismo (con el silencio cómplice de Europa, Estados Unidos su aliados en la geopolítica regional de Oriente Medio) sigue manteniendo. No basta con exigir a nuestro Gobierno el reconocimiento del legítimo Estado de Palestina: es necesario devolver a los palestinos la dignidad que les fue robada y, de paso, devolvernos a nosotros mismos nuestra soberanía respecto de los problemas del mundo.

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