Anoche, en esa hora en la que a veces somos víctimas de la debilidad de la voluntad -es decir, creemos que es mejor irnos a la cama y deseamos hacerlo, pero nuestro deseo no es de la suficiente intensidad para alcanzar que nos levantemos del sofá- me enteraba en algún canal de la nueva equipación del Barça para la próxima temporada. Era materia de debate acalorado si es o no un acierto haber cambiado, de verticales a horizontales, las franjas azules y granas que identifican al club desde siempre. Había opiniones para todos los gustos, tal vez porque -como decían los clásicos- de gustibus non est dispuntandum. Esta mañana en todos los diarios de Barcelona esta es, entre las deportivas, la noticia más importante.
Me ha hecho reflexionar. Cuando ayer por la noche mi deseo alcanzó a empujarme hasta la cama, la imagen que me acompañaba no era la de los colores blaugranas, sino las letras blancas en las que se leía Qatar Airways. Nadie dijo nada de ello. Ni una sola mención. Sin embargo, como es conocido para cualquier lector de la prensa internacional, hay suficientes evidencias de la financiación por parte de Qatar, de manera directa o indirecta, del terrorismo islamista en esa región del mundo. Hay dudas también, aunque sin evidencia concluyente, de si esta financiación ha llegado hasta los criminales del Estado Islámico. En este momento, los Estados Unidos, Gran Bretaña y algunos de sus aliados en la zona están tratando de terminar con este estado de cosas.
Las evidencias sí alcanzan a conocer que Qatar, directa o indirectamente, ha financiado el terror de los talibanes afganos, que consideran que Doha es una especie de refugio de lujo. Hace pocos días veía en algún lugar imágenes del Afganistán de los años sesenta, parecidas a las fotografías que vemos de la España de nuestra infancia. Chicos y chicas juntos sonriendo, bailando, fumando, vestidos a la manera occidental, ellas con faldas tubo y pantalones. No hace falta que recuerde como son las imágenes de ahora. Y a este lamentable estado de cosas contribuyeron muchos de los países poderosos del mundo de los años ochenta. La invasión de la Unión Soviética, el apoyo a los talibanes por parte de los Estados Unidos y sus aliados, en el clima de la guerra fría. Nuestros errores produjeron la injusticia, la profunda injusticia a la que, entre todos, hemos arrojado a las personas de esta región del mundo.
Debo aclarar que me gusta el fútbol y soy del Barça. Todavía recuerdo, con inmensa nostalgia, la primera vez que de niño fui al Camp Nou. Fue precisamente en los años sesenta, el 9 de abril de 1968, para presenciar un Barça-Madrid. Era entre semana, un martes, porque el partido se había aplazado (debía jugarse el domingo) por la muerte por una extraña intoxicación causada por unos mejillones en mal estado del lateral derecho del Barça, Julio César Benítez.
Nosotros vivíamos en Tortosa, a doscientos kilómetros de Barcelona, y mi padre ese día debía estar en Barcelona por razones de su trabajo. Mi hermano y yo aceptamos con alborozo acompañarle a Barcelona e ir al partido. Todavía recuerdo la impresión de niños ante el espectáculo del Camp Nou: el miedo escénico. El partido terminó con empate a uno, goles de Zaldúa por el Barça y Pirri por el Madrid. La única vez que vimos en el campo correr la banda izquierda a Gento, sin que pudiera ser detenido ya nunca más por el lateral que mejor le marcó, Benítez precisamente.
Pues bien, invito con esta reflexión última a considerar si no deberíamos rescatar el fútbol, al Barça en este caso, para el mundo de los sueños más nobles de los niños y apartarlo del infierno y de la pesadilla de la financiación del terrorismo y de la barbarie. La expresión Unicef, también en blanco, aparece ahora en la espalda de la camiseta del Barça, relegada por Qatar Airways. ¿No deberíamos, los aficionados y socios del Barça, presionar para que el club deje de financiarse con aquellos que tienen las manos manchadas de sangre?
Me ha hecho reflexionar. Cuando ayer por la noche mi deseo alcanzó a empujarme hasta la cama, la imagen que me acompañaba no era la de los colores blaugranas, sino las letras blancas en las que se leía Qatar Airways. Nadie dijo nada de ello. Ni una sola mención. Sin embargo, como es conocido para cualquier lector de la prensa internacional, hay suficientes evidencias de la financiación por parte de Qatar, de manera directa o indirecta, del terrorismo islamista en esa región del mundo. Hay dudas también, aunque sin evidencia concluyente, de si esta financiación ha llegado hasta los criminales del Estado Islámico. En este momento, los Estados Unidos, Gran Bretaña y algunos de sus aliados en la zona están tratando de terminar con este estado de cosas.
Las evidencias sí alcanzan a conocer que Qatar, directa o indirectamente, ha financiado el terror de los talibanes afganos, que consideran que Doha es una especie de refugio de lujo. Hace pocos días veía en algún lugar imágenes del Afganistán de los años sesenta, parecidas a las fotografías que vemos de la España de nuestra infancia. Chicos y chicas juntos sonriendo, bailando, fumando, vestidos a la manera occidental, ellas con faldas tubo y pantalones. No hace falta que recuerde como son las imágenes de ahora. Y a este lamentable estado de cosas contribuyeron muchos de los países poderosos del mundo de los años ochenta. La invasión de la Unión Soviética, el apoyo a los talibanes por parte de los Estados Unidos y sus aliados, en el clima de la guerra fría. Nuestros errores produjeron la injusticia, la profunda injusticia a la que, entre todos, hemos arrojado a las personas de esta región del mundo.
Debo aclarar que me gusta el fútbol y soy del Barça. Todavía recuerdo, con inmensa nostalgia, la primera vez que de niño fui al Camp Nou. Fue precisamente en los años sesenta, el 9 de abril de 1968, para presenciar un Barça-Madrid. Era entre semana, un martes, porque el partido se había aplazado (debía jugarse el domingo) por la muerte por una extraña intoxicación causada por unos mejillones en mal estado del lateral derecho del Barça, Julio César Benítez.
Nosotros vivíamos en Tortosa, a doscientos kilómetros de Barcelona, y mi padre ese día debía estar en Barcelona por razones de su trabajo. Mi hermano y yo aceptamos con alborozo acompañarle a Barcelona e ir al partido. Todavía recuerdo la impresión de niños ante el espectáculo del Camp Nou: el miedo escénico. El partido terminó con empate a uno, goles de Zaldúa por el Barça y Pirri por el Madrid. La única vez que vimos en el campo correr la banda izquierda a Gento, sin que pudiera ser detenido ya nunca más por el lateral que mejor le marcó, Benítez precisamente.
Pues bien, invito con esta reflexión última a considerar si no deberíamos rescatar el fútbol, al Barça en este caso, para el mundo de los sueños más nobles de los niños y apartarlo del infierno y de la pesadilla de la financiación del terrorismo y de la barbarie. La expresión Unicef, también en blanco, aparece ahora en la espalda de la camiseta del Barça, relegada por Qatar Airways. ¿No deberíamos, los aficionados y socios del Barça, presionar para que el club deje de financiarse con aquellos que tienen las manos manchadas de sangre?