Calvario (foto: Irina Colomer Llamas).
La sociedad no puede, bajo ningún concepto, convertirse en la tumba de colectivos enteros. No puede permitirse que determinados factores como el sexo, el origen, la clase social, la pertenencia a una comunidad o la edad, entre otros, vuelvan invisibles a las personas hasta hacerlas desaparecer. No puede dejar que dichos factores minen la libertad, el libre desarrollo de la personalidad y la dignidad de quienes forman estos colectivos. Las víctimas suelen tener, a veces, otra forma de aparecer en la sociedad: si la edad las vuelve invisibles, la clase social las mantiene siempre a la vista. La duquesa de Alba no desapareció en ningún momento de la sociedad española, mientras que la vecina del cuarto primera sí. Las grandes habilidades intelectuales, por su parte, suelen resistir a la invisibilidad impuesta por el origen: Barack Obama consiguió superar las barreras discriminatorias que imperan en un país todavía esclavo de un pasado segregacionista hasta llegar a ser presidente de los Estados Unidos. Es evidente que estos factores siguen siendo motivo de exclusión en las sociedades de hoy en día. La marginación de la gente mayor en España es una clara manifestación de su impacto sobre determinados colectivos.
Para muestra, un botón. Hace menos de dos semanas, una representante de una organización de voluntariado que trabaja para mejorar la calidad de vida de las personas mayores, Amics de la Gent Gran, me confesó que la organización sufre una carencia importante de voluntarios. Confía en que dicha entidad pueda encontrar los suficientes para luchar contra la soledad y la marginación social de numerosísimas personas, así como para conseguir sensibilizar a la sociedad sobre la amplitud y la gravedad de este problema. La marginación y la soledad se han convertido en un mal endémico para este colectivo, y causan e intensifican determinados problemas de salud y de disminución de la autonomía, tanto personal como económica. En este sentido, el acompañamiento emocional de las personas mayores y su dinamización social constituyen sin duda dos herramientas importantes en la lucha contra su desaparición de la sociedad, según esta organización. Lamentablemente, encontrar voluntarios para acompañar a los mayores se ha convertido en un verdadero rompecabezas. El inconsciente mito de la eterna juventud no hace sino alimentar la indiferencia frente a este grave problema social.
Una sociedad que no se preocupa del bienestar de sus ancianos es una sociedad irresponsable, deficiente o carente de valores. Cuando, de pronto, el mito de la eterna juventud se derrumbe, nos daremos cuenta de que los mayores marginados no son tan diferentes de nosotros, ya que los sustituimos en su marginación y soledad: en su calvario. El deber de solidaridad con los colectivos más débiles tiene que ser siempre el motor de la acción social. La respuesta a esta situación no puede ser estrictamente de corte política, sino que hace falta una concienciación social sobre esta plaga silenciosa. Una mejor integración de las personas mayores en la sociedad es necesaria y, desde luego, urgente. Además de exigir mejores políticas sociales, la implicación social de los ciudadanos es clave para evitar la desaparición de este colectivo en la sociedad. La marginación y la soledad, con todo lo que implican, contribuyen, cuando menos, a allanarles de forma más eficiente el camino hacia la tumba. Por más que a algunos, carentes de cualquier ápice de humanidad, les parezca que la longevidad constituye un riesgo financiero mundial, nuestro compromiso con este colectivo debe ser inquebrantable. A todos los voluntarios que lo entienden y a las organizaciones que luchan por ello: chapó. Solo es cuestión de dignidad.
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