El psicólogo David DeSteno afirma que "la angustia que vemos a alguien experimentar -la compasión que sentimos por otra persona- no está determinada por los hechos objetivos sobre el terreno; está determinada por el que mira... No es la gravedad o los hechos objetivos de un desastre lo que nos motiva a sentir compasión y ayudar, es si nos vemos o no en las víctimas". Esto constituye la base de la compasión.
En una época de transformación en la que estamos más interrelacionados que nunca, una de las preguntas esenciales que nos tenemos que hacer es si somos capaces de traspasar el interés propio para tender la mano hacia el otro. Aunque la visión más extendida es que el egoísmo y la persecución obsesiva de los propios fines es lo que conduce al individuo al éxito, se está comprobando que a largo plazo, lo que lleva a las personas y las sociedades a ganar y avanzar no es escalar la agresividad y la violencia, sino al contrario, la cooperación y compasión. Ya lo avisaba Mahatma Gandhi: "Ojo por ojo, y el mundo acabará ciego". La compasión, por lo tanto no como lujo que nos podemos permitir cuando todo lo tenemos cubierto, gozamos de tiempo para ayudar al menos afortunado, nuestra familia está completamente atendida, tenemos todo bajo control o nos sobra para poder regalar. La compasión como el corazón de quienes somos como hombres y mujeres que han de convertirse en seres más humanos como requisito imprescindible para ser felices.
Lo que yo no había considerado hasta hace poco, y quizás vosotros tampoco, es que la compasión puede representar un pilar fundamental de la resiliencia. La chispa en mí saltó durante una conferencia de Willa Miller hace unas semanas en Estados Unidos, en la que presentó sus investigaciones sobre cómo el entrenamiento en la compasión (es decir, la identificación empática con el otro y el deseo de aliviar su dolor) puede incrementar la resiliencia psicológica (la capacidad para superar períodos de dolor emocional y situaciones adversas, fortalecidos en lugar de destruidos). ¿Cómo puede ser esto posible?
- La compasión no es una virtud cómoda porque has de acercarte al sufrimiento, propio y ajeno. No es una cualidad azucarada porque te obliga a considerar que tu libertad no es verdadera si no incluye la libertad de los demás. No es fácil porque conlleva un compromiso firme de no dañar, aun cuando parezca la vía más natural para alcanzar tus objetivos.
- La compasión contribuye a desarrollar el sentido de responsabilidad sobre los estados emocionales propios sin quedarse a merced del estrés y la ansiedad causadas por las circunstancias externas. La persona deja de indentificarse con la víctima y pasa a tomar las riendas; y la confianza en las propias habilidades crece a medida que se practica.
- La compasión favorece que el individuo se sienta conectado a los demás a través de un sufrimiento común y un anhelo creciente de felicidad ajena, de tal modo que la sensación de soledad desaparece dentro de una red social que él mismo se encarga de expandir altruísticamente.
Estos elementos son básicos en la cimentación de la resiliencia, pues nos preparan para no fallecer ni amargarnos ante las dificultades. La fortaleza interna se construye con valentía y coraje, y se entrena como cualquier otra cualidad mental. Hagámoslo en los tiempos más calmados de forma voluntaria, ya que la necesitaremos cuando lleguen los huracanes vitales. Que, por cierto, siempre nos alcanzan, por mucho que corramos.