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STOP a los abusos en nombre de la 'conservación'. No hay parques sin pueblos

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© Survival International



Survival International, el movimiento global por los derechos de los pueblos indígenas y tribales, ha lanzando una nueva campaña bajo un lema escueto pero urgente: no hay parques SIN pueblos.

Por todo el mundo, cada vez más indicios constatan que la conservación basada en la creación de áreas protegidas y vigiladas por patrullas antifurtivos está fracasando en muchos lugares. Además, lleva a gran número de personas, especialmente de pueblos indígenas y tribales, a la expulsión de sus tierras y a sufrir abusos. El número de especies de fauna salvaje se reduce de forma alarmante al tiempo que pueblos indígenas, los mejores guardianes de su entorno natural, son expulsados ilegalmente de sus territorios ancestrales en nombre de la conservación.

A menudo se asegura que sus tierras son áreas vírgenes, aunque los pueblos indígenas y tribales hayan dependido de ellas y las hayan gestionado durante milenios. Urge un cambio de enfoque. La conservación debería basarse en la protección de los derechos territoriales de quienes habitan estas importantes regiones.

¿Por qué no puede haber parques sin pueblos?

Los pueblos indígenas y tribales cuidan de su entorno mejor que nadie: su supervivencia depende de ello. Por ejemplo, cuando los masáis fueron expulsados del Área de Conservación del Ngorongoro, en Tanzania, la caza furtiva aumentó; la expulsión de los pueblos indígenas del parque de Yellowstone, en EEUU, se tradujo en un problema de sobrepastoreo de alces y bisontes; los aborígenes australianos utilizaban fuegos controlados para proteger sus bosques de incendios devastadores... y la lista continúa.

Durante miles de años, los pueblos del sur de Asia han convivido con el tigre y las especies de las que este se alimenta; paradójicamente, ahora muchos se enfrentan a la expulsión de sus tierras en favor de la protección del animal. En este sentido, en el Parque Nacional de Chitwan, en Nepal, hay pruebas de que en áreas habitadas por el ser humano habitan más tigres que en aquellas donde este ha sido expulsado. Hay que tener presente que las personas conforman un amplio abanico de hábitats; son los ojos y los oídos que detectan a los cazadores y los disuaden.

Los pueblos indígenas y tribales deberían ser los primeros en ser consultados, respetados y respaldados para proteger al tigre y los bosques de los que ambos dependen. Pero en lugar de reconocer y respetar los derechos de los pueblos indígenas a su tierra, el Gobierno indio ha respondido a la crisis del tigre creando más parques, empleando a más guardas, llevando a cabo más expulsiones y trayendo más turistas a la zona.

Cada vez más indicios señalan, especialmente en la Amazonia, que allá donde los territorios indígenas han sido legalmente reconocidos y son gestionados por los pueblos indígenas, la selva goza de mayor nivel de protección.

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El parque indígena Xingú (delimitado con una línea rosa) es el hogar de varios pueblos indígenas. Proporciona una barrera vital contra la deforestación (marcada en rojo) en la Amazonia brasileña. © ISA (Instituto Socioambiental)



La razón es sencilla: los pueblos indígenas y tribales son los mejores conservacionistas. Han gestionado, protegido, trabajado y modelado su territorio durante generaciones. Ellos, más que nadie, poseen los conocimientos y la motivación necesarios para proteger su tierra, pues la necesitan para sobrevivir y prosperar.

¿Qué falla en el modelo actual?

Los siguientes tres ejemplos dan fe de los problemas enquistados en el actual modelo de conservación:

Una gran parte de la tierra ancestral de los pigmeos bakas, en el sudeste de Camerún, se ha convertido en áreas protegidas: parques nacionales y zonas destinadas a safaris de caza. Los bakas han sido expulsados de los bosques en los que han vivido durante generaciones y se les acusa de "furtivos" por cazar para alimentarse. Se enfrentan a detenciones, palizas, tortura y muerte a manos de las patrullas antifurtivos que financian gigantes de la conservación, como World Wide Fund For Nature (WWF). Los bakas viven hoy en pueblos a pie de carretera, donde muchos aseguran que su salud se ha deteriorado. Se los criminaliza acusándolos de ser cazadores furtivos porque cazan para alimentar a sus familias, mientras que en gran parte de sus tierras aumenta el tráfico de carne de especies salvajes por parte de operadores comerciales.

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© Selcen Kucukustel



En Botsuana, las comunidades bosquimanas han sido expulsadas brutalmente del desierto del Kalahari, donde han habitado durante incontables generaciones. Ahora, viven acorralados en campamentos que denominan "lugares de la muerte". A pesar de las resoluciones del Tribunal Superior que reconocen su derecho a vivir y cazar en la Reserva de Caza del Kalahari Central, los guardas los golpean y arrestan con regularidad por el hecho de cazar. Mientras tanto, en el área de conservación de la que han sido expulsados se abren minas para obtener diamantes y otros recursos no renovables; hay, incluso, un alojamiento turístico de lujo con piscina. No hay pruebas que demuestren que la caza y la recolección ejercida por los bosquimanos para subsistir constituyan un peligro para la fauna salvaje del Kalahari. Sin embargo, sí existen cuantiosas pruebas de que su expulsión está resultando nefasta para su salud y hace peligrar su supervivencia como pueblo.

Millones de personas pertenecientes a pueblos indígenas y tribales han sido expulsadas o han sufrido acoso y amenazas de expulsión durante años en la red india de reservas de tigres. Se les ha negado el derecho a gestionar y proteger sus bosques. Las grandes promesas de compensación se han quedado en nada: las familias están dispersas, alojadas bajo lonas de plástico, despojadas de su orgullo y de los recursos que garantizan su autosuficiencia y avocadas a depender de limosnas o trabajos miserables. Como tantos otros pueblos indígenas en todo el mundo, se les indica cómo han de vivir y cómo adoptar "estilos de vida alternativos" con el objetivo de romper la relación que mantienen con sus bosques.

Estos tres ejemplos son tan solo la punta del iceberg: los pueblos indígenas y tribales están pagando los costes de un modelo de conservación global que, simple y llanamente, no está funcionando.

A la cabeza del camino equivocado

Los líderes de la industria conservacionista avanzan a buen ritmo, pero en la dirección equivocada: por ejemplo, nuevas y costosas iniciativas como United for Wildlife califican a todos los cazadores de "furtivos", incluyendo también a los pueblos indígenas y tribales que cazan de forma sostenible para alimentar a sus familias.

A pesar de las infinitas normativas y las nobles declaraciones, la industria de la conservación falla estrepitosamente, pues no basa su labor en el derecho de los pueblos indígenas a sus tierras. Al contrario, sigue apoyando programas que contemplan la alienación y el abuso de pueblos indígenas, contribuye a la aniquilación de pueblos que son los mejores conservacionistas y protectores del mundo natural, y alimenta una visión negativa de los conservacionistas, que pasan a ser considerados enemigos. En resumen, está tirando piedras sobre su propio tejado.

Un giro radical

Es necesario dar un giro radical: un cambio real en la percepción y aplicación de la conservación. El tiempo se agota, tanto para la vida salvaje como para los pueblos indígenas y tribales, dado que las amenazas a las que ambos se enfrentan son cada vez mayores. Urge un nuevo modelo de conservación: los conservacionistas deben proteger los derechos de los pueblos indígenas a sus tierras, preguntarles qué ayuda necesitan para proteger sus territorios, escucharlos y estar preparados para respaldarlos tanto como sea posible. Hay gran cantidad de pruebas que muestran la necesidad de este cambio vital, pero... ¿puede el leopardo cambiar las manchas de su pelaje? ¿Hasta qué punto la industria de la conservación responde al status quo y a los intereses de los socios corporativos y gubernamentales, en vez de centrarse en resolver la verdadera crisis que padece nuestro mundo natural?

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