No, no trato de adicionar un capítulo a las Vidas Paralelas de Plutarco. Y si hubiera que hacerlo, quizás sería en el sentido más matemático; esto es, la línea política del primero solo podría llegar a unirse con las de los otros dos eventualmente en el infinito.
Estas Navidades he podido leer una auténtica delicia, un libro que está siendo best seller en el mundo anglosajón The Letters of John F. Kennedy (Las cartas de JFK, desconozco si hay edición española). Y es que en el recién finalizado 2013 se cumplían 50 años desde la muerte de John F. Kennedy, cuya gigantesca figura sigue resaltando en la historia contemporánea, a pesar de los poco más de tres años que estuvo en el poder.
El pasado año también se cumplieron cincuenta años de un hito fundamental: el 28 de febrero de 1963, el presidente estadounidense enviaba un mensaje al Congreso de los Estados Unidos que contenía una verdadera revolución legislativa sobre derechos civiles que, en sus efectos, tendría una magnitud similar a la abolición de la esclavitud por Abraham Lincoln. Ambos presidentes fueron asesinados posteriormente.
Lo comprendido en el texto es de tal clarividencia, emoción y actualidad que estremece todavía en nuestros días. Los mismos principios que se proclamaban en referencia a la población negra de los EEUU son de aplicación a cualquier tiempo, espacio y país democrático en el que cualquier colectivo se halle en situación de discriminación estructural.
Decía Kennedy en su carta, después de describir profusamente la iniquidad en la que la población negra se encontraba que "ningún americano que crea en la básica verdad de que los hombres son creados con ciertos derechos inalienables, puede excusar, explicar o defender el panorama que nos muestran las estadísticas. La discriminación racial entorpece nuestro crecimiento económico al impedir el pleno desarrollo y utilización de nuestros recursos humanos. Entorpece nuestro liderazgo mundial, al contradecir en casa, aquello que predicamos en el exterior. Incrementa los costes sociales, el crimen, la delincuencia y el desorden. Y por encima de todo, la discriminación está mal".
"Nuestra Corte Suprema ha declarado que las leyes que permiten las escuelas segregadas violan nuestra Constitución. Esa resolución representa tanto el buen derecho como la buena justicia, es tanto legal como moralmente correcta. Es obvio que el inconstitucional y desfasado concepto de 'separados pero iguales' no pertenece a nuestra cultura legal".
Tantos años después, obviamente, la desigualdad sigue existiendo en América y también en otros países democráticos, en mayor o en menor medida. En algunos casos, el devenir histórico ha ido corrigiendo, paliando los grados de desigualdad, como sin ir más lejos ha ocurrido en nuestro país durante los últimos años respecto a la mujer como colectivo, de la diversidad sexual o de las minorías.
A pesar de los avances en derechos que se han conseguido mediante la acción política y civil, todavía hoy la mujer en España se halla en clara desigualdad frente al hombre.
Sigue siendo objeto de discriminación en muchos aspectos de la vida social: violencia, asesinatos por cuestión de género, mayor índice de desempleo, de cobertura social, más temporalidad laboral, peores sueldos, más exigencias en el ámbito familiar, peores posibilidades de conciliación... y ahora sufriendo una terrible ofensiva legislativa por parte de la extrema derecha incardinada en el partido gobernante.
Cincuenta años después de la carta de Kennedy, ministros como Wert o Gallardón todavía siguen defendiendo y promocionando modelos de educación segregada por sexos, eliminando derechos civiles como el aborto, o desmontando las políticas estatales para combatir la discriminación, puestas en marcha por gobiernos socialistas. Aún antes de ser elegido presidente de los EEUU, en diferentes declaraciones y escritos, el norteamericano prevenía sobre los riesgos de no respetar la separación Estado-Iglesia. Es curioso observar cómo un católico de los años 60, puede estar más avanzado que un ministro conservador europeo de 2014.
Me reservo para el final el deseo que Kennedy expresaba en la parte final de su mensaje dirigido al Congreso: "Es mi esperanza que este mensaje envíe fuerza a aquellos gobernantes estatales o locales - y a organizaciones privadas, corporaciones o individuos- que comparten mi preocupación acerca de esta diferencia entre nuestros principios y lo que realmente practicamos. Hay un esfuerzo para el que cada persona que se pregunte qué puede hacer por su país, debe ser capaz y estar preparada para tomar parte en él".
En estos días de tanta zozobra en la lucha por la igualdad en nuestro país, estas palabras cobran más sentido todavía. Cada persona, cada organización que crea en una sociedad más justa, debe -y debemos- tomar parte activa en la defensa de nuestros principios.
Estas Navidades he podido leer una auténtica delicia, un libro que está siendo best seller en el mundo anglosajón The Letters of John F. Kennedy (Las cartas de JFK, desconozco si hay edición española). Y es que en el recién finalizado 2013 se cumplían 50 años desde la muerte de John F. Kennedy, cuya gigantesca figura sigue resaltando en la historia contemporánea, a pesar de los poco más de tres años que estuvo en el poder.
El pasado año también se cumplieron cincuenta años de un hito fundamental: el 28 de febrero de 1963, el presidente estadounidense enviaba un mensaje al Congreso de los Estados Unidos que contenía una verdadera revolución legislativa sobre derechos civiles que, en sus efectos, tendría una magnitud similar a la abolición de la esclavitud por Abraham Lincoln. Ambos presidentes fueron asesinados posteriormente.
Lo comprendido en el texto es de tal clarividencia, emoción y actualidad que estremece todavía en nuestros días. Los mismos principios que se proclamaban en referencia a la población negra de los EEUU son de aplicación a cualquier tiempo, espacio y país democrático en el que cualquier colectivo se halle en situación de discriminación estructural.
Decía Kennedy en su carta, después de describir profusamente la iniquidad en la que la población negra se encontraba que "ningún americano que crea en la básica verdad de que los hombres son creados con ciertos derechos inalienables, puede excusar, explicar o defender el panorama que nos muestran las estadísticas. La discriminación racial entorpece nuestro crecimiento económico al impedir el pleno desarrollo y utilización de nuestros recursos humanos. Entorpece nuestro liderazgo mundial, al contradecir en casa, aquello que predicamos en el exterior. Incrementa los costes sociales, el crimen, la delincuencia y el desorden. Y por encima de todo, la discriminación está mal".
"Nuestra Corte Suprema ha declarado que las leyes que permiten las escuelas segregadas violan nuestra Constitución. Esa resolución representa tanto el buen derecho como la buena justicia, es tanto legal como moralmente correcta. Es obvio que el inconstitucional y desfasado concepto de 'separados pero iguales' no pertenece a nuestra cultura legal".
Tantos años después, obviamente, la desigualdad sigue existiendo en América y también en otros países democráticos, en mayor o en menor medida. En algunos casos, el devenir histórico ha ido corrigiendo, paliando los grados de desigualdad, como sin ir más lejos ha ocurrido en nuestro país durante los últimos años respecto a la mujer como colectivo, de la diversidad sexual o de las minorías.
A pesar de los avances en derechos que se han conseguido mediante la acción política y civil, todavía hoy la mujer en España se halla en clara desigualdad frente al hombre.
Sigue siendo objeto de discriminación en muchos aspectos de la vida social: violencia, asesinatos por cuestión de género, mayor índice de desempleo, de cobertura social, más temporalidad laboral, peores sueldos, más exigencias en el ámbito familiar, peores posibilidades de conciliación... y ahora sufriendo una terrible ofensiva legislativa por parte de la extrema derecha incardinada en el partido gobernante.
Cincuenta años después de la carta de Kennedy, ministros como Wert o Gallardón todavía siguen defendiendo y promocionando modelos de educación segregada por sexos, eliminando derechos civiles como el aborto, o desmontando las políticas estatales para combatir la discriminación, puestas en marcha por gobiernos socialistas. Aún antes de ser elegido presidente de los EEUU, en diferentes declaraciones y escritos, el norteamericano prevenía sobre los riesgos de no respetar la separación Estado-Iglesia. Es curioso observar cómo un católico de los años 60, puede estar más avanzado que un ministro conservador europeo de 2014.
Me reservo para el final el deseo que Kennedy expresaba en la parte final de su mensaje dirigido al Congreso: "Es mi esperanza que este mensaje envíe fuerza a aquellos gobernantes estatales o locales - y a organizaciones privadas, corporaciones o individuos- que comparten mi preocupación acerca de esta diferencia entre nuestros principios y lo que realmente practicamos. Hay un esfuerzo para el que cada persona que se pregunte qué puede hacer por su país, debe ser capaz y estar preparada para tomar parte en él".
En estos días de tanta zozobra en la lucha por la igualdad en nuestro país, estas palabras cobran más sentido todavía. Cada persona, cada organización que crea en una sociedad más justa, debe -y debemos- tomar parte activa en la defensa de nuestros principios.