ENRIQUE DE LA OSA/EFE
Hace muchos años un amigo cubano me relató la chanza que corría por La Habana. La Unión Soviética, primera sostenedora del régimen de Castro, en muestra activa de solidaridad socialista, le había hecho un regalo sui generis: unas máquinas quitanieves. Ignoro si fue broma o realidad, si bien esto último no sería descabellado dada la absurda y paralizante burocracia que imperaba en la URSS. Hace pocas horas, el presidente norteamericano ha dado un paso de gigante para acabar con la guerra fría en el Caribe. Su oficial y solemne intención de poner fin al embargo que durante tanto tiempo viene estrangulando a la isla significa eso. Digo intención porque la decisión formal y legal de liquidar el bloqueo corresponde al Congreso, desgraciadamente hoy bajo control republicano.
Lo primero que hay que señalar, pues, es que estamos ante un proceso, probablemente largo y complicado. Sí está capacitada, sin embargo, la Administración Obama para poner en marcha ya una lista de acciones (comerciales, bancarias, flexibilización o eliminación de trabas en la importación o exportación, contribución tecnológica para poner al día el primitivo sistema de internet, libertad de viajar a Cuba, etc) y otras de carácter nítidamente político. Entre estas últimas destaca la decisión del presidente de sacar al país de la lista de organizaciones terroristas en que hasta hoy se halla, algo obsoleto y en contradicción con el papel que La Habana juega para que una organización terrorista, las FARC, llegue a un definitivo acuerdo de paz con el presidente colombiano, Santos. Por cierto, esa resolución no sólo tiene valor político, sino también económico y financiero, porque formar parte de ese elenco ha complicado la capacidad cubana de hacer negocios con bancos o vía bancos extranjeros.
Otras medidas políticas en este proceso recién iniciado incluyen el anuncio norteamericano favorable a que la isla participe (hasta hoy excluida) en la Cumbre de las Américas, que se celebrará en Panamá en 2015 y la de llevar a cabo encuentros trilaterales (EEUU, México, Cuba) para discutir sobre la pendiente delimitación de la frontera marítima en el Golfo de México. Por otro lado, es significativo que Obama recalque que organizaciones de la sociedad civil cubana -propiciadoras de la apertura- deben participar, al igual que sus homólogas latinoamericanas, en dicha reunión panameña.
En definitiva, Obama está impulsando el pragmatismo tras 52 años de una política, la del embargo, fracasada. Como él mismo ha dicho, "aislar a Cuba durante 50 años no ha funcionado, y es hora de adoptar un nuevo enfoque". Por eso acaba de instruir al secretario de Estado Kerry a que abra el camino para el restablecimiento de relaciones diplomáticas. A propósito de ello, John Kerry ha hecho unas interesantes declaraciones: "Desde que finalizó la guerra con Vietnam, tres presidentes, uno republicano y dos demócratas, llevaron a cabo un esfuerzo similar para cambiar la relación entre nosotros y Vietnam. No fue fácil, pero en algún momento tenía que empezar y ha funcionado. Al igual que con Vietnam, relajar las relaciones con Cuba tomará tiempo, energía y recursos. Pero los costes de revertir la situación son menores que los riesgos asociados con permanecer atrapados en un cemento ideológico creado por nosotros". Medio siglo separan estas palabras de las pronunciadas por John F. Kennedy el 7 de febrero de 1962 al legalizar el embargo: "Construiremos un muro en torno a Cuba".
Los riesgos son evidentes. De carácter interno en los EEUU, y en la propia Cuba. Es alentador que en un breve discurso Raúl Castro haya dicho que "debemos aprender el arte de coexistir, con nuestras diferencias, de una manera civilizada", pero está por ver el ritmo que imprime al proceso y si no hay rechazo, o al menos malestar, por determinadas manifestaciones que contiene el comunicado oficial de la Oficina de Prensa de la Casa Blanca, que ha oficializado el nuevo rumbo. Salvo que haya habido acuerdo previo entre las partes, algunos puntos pueden resultar demasiado fuertes para el régimen. Por ejemplo, este: el documento habla de que Washington apoyará con energía la mejora de las condiciones de los derechos humanos, la libertad de expresión, reunión y asociación pacíficas. Y añade: "Nuestros esfuerzos están dirigidos a promover la independencia del pueblo cubano, de modo que no necesite depender del Estado cubano". ¿Injerencia?.
Las dificultades para Obama dentro de su país provienen sobre todo de los parlamentarios cubanoamericanos. Uno de los más hostiles es Marco Rubio, senador republicano por Florida y aspirante a la candidatura a la Casa Blanca. Dice que el Congreso se opondrá a la nueva política hacia Cuba y, en relación con la intención de Obama de abrir embajada y enviar embajador (dado que todo enviado diplomático tiene que comparecer ante una comisión del Congreso), espeta al presidente: "Va a tener usted que soportar un par de años muy interesantes intentando la designación de un embajador y la consecución de fondos para abrir la embajada". Otro combatiente antipolítica cubana de Obama es el senador demócrata por New Jersey, Roberto Menéndez, nada menos que presidente de la Comisión de Asuntos Exteriores, quien asimismo repudia la decisión del presidente.
No obstante, a mi parecer , la mayoría de la opinión pública, en EEUU, en Cuba y en los círculos cubanos de Miami, es favorable al rumbo recién iniciado. Entre los norteamericanos, las encuestas de los últimos tiempos muestran que la mayoría está a favor. Obviamente lo está la población cubana. Y en el tradicional feudo anticastrista, Miami, la correlación de fuerzas ha cambiado sensiblemente. Atención a estos datos: en un sondeo llevado a cabo el pasado julio por la Florida International University, el 52% era favorable a levantar el embargo. En 1991, el 87% estaba en contra. Hoy, el 68% está a favor de restablecimiento de relaciones diplomáticas. El 81% votaría a un candidato presidencial que estuviera dispuesto a sustituir el embargo por medidas que promovieran un refuerzo de los derechos humanos. En 2000, tres de cada cuatro cubanoamericanos votaron a Bush. No es el caso hoy.
He aludido a la posibilidad de que exista un pacto sellado en las conversaciones secretas que durante tiempo han realizado cubanos y norteamericanos. Aparte del progreso comercial, financiero, de mejora de las condiciones de vida y libertad de movimientos que se van a producir, la incógnita radica en si Raúl Castro considerará la relación con Obama como una oportunidad/pretexto para impulsar reformas, si bien graduales, que vayan encaminadas a introducir libertades políticas. La conmoción que ha causado Obama no es garantía de que algo así sucederá de inmediato, pero hace posible el surgimiento de nuevos espacios e instrumentos para impulsar las tímidas reformas que el propio Gobierno cubano inició hace algún tiempo. Tímidas reformas que, entre otras circunstancias, como la mala situación de Venezuela y Rusia (que ha pretendido recientemente reacercarse a La Habana) pueden provocar que se transformen en reformas valientes y de otra naturaleza. En esa línea, pactada o no a priori, EEUU deberá actuar con inteligencia, perspicacia, sensibilidad y guante de terciopelo para lograr éxito en el acicate democratizador.
Coda española: La apertura económica y comercial, no plena y con trabas, existe en la isla ya desde hace algún tiempo. Con la ventaja de lengua común y otras, empresas españolas, sobre todo en el sector turístico, han obtenido frutos. Ahora, ante la competencia que llegará con brío a no mucho tardar, deberán espabilarse. Otras compañías tendrán oportunidades en sectores varios -por ejemplo, infraestructuras-, pero asimismo deberán prestar atención a firmas norteamericanas y europeas que, obviamente, están ojo avizor. Gozamos de varias ventajas culturales, que no obstante, en un mundo globalizado, no deben hipervalorarse. La exagerada posición común de confrontación directa con el régimen cubano preconizada por Aznar e inspirada por el presidente Bush y compartida hasta hace poco por la Unión Europea, puso en cuestión, fuera de los temas comerciales, la capacidad de España como valedora ante Cuba. Como dice Ernesto Ekaizer, con Aznar, España se convirtió en una Miami en Europa. No menciona, sin embargo, que posteriormente, con el ingreso en la UE de varios países (Polonia, Hungría, Chequia y otros) recién liberados del yugo soviético, ellos se convertirían igualmente en miamis en el oriente europeo. Hoy, nuestro deber, como españoles y europeos, es contribuir a esa labor iniciada por Obama y que -con perseverancia y hacer inteligente- llevará a que una Cuba post-Castro se una a una América Latina, aunque con enormes problemas, felizmente democrática.