Tenía razón Rajoy el día que se presentó en un plasma ante los ciudadanos y los periodistas que le querían preguntar: hemos convertido la política en una inercia previsible, robotizada y sin capacidad para lograr acuerdos. Debería haber optado por la vía virtual este año también. ¿Para qué dar la cara si no hay más materia magra que la que intuimos por la tele, la radio o las redes sociales? Los lugares comunes como expresión antipolítica. El triunfalismo y los eslóganes como sucedáneo de cualquier tentación de debate maduro y sosegado.
La repulsión que provoca la corrupción se ha convertido en el estado natural de la política en España. Ni rastro de la Política con mayúscula. La Política de los grandes acuerdos cuando se producen situaciones excepcionalmente complicadas. La Política de los proyectos, de la autocrítica, de la humildad y del respeto a los ciudadanos que encarnan la soberanía nacional.
Una vez que se ha establecido que se puede prometer todo para hacer radicalmente lo contrario para "cumplir con el deber" (Rajoy dixit), el resto es el arte de la simulación para volver a tratar de repetir el engaño.
Hay pocas cosas peores para una comunidad política que renunciar a enfrentar sus problemas mediante el diálogo, la persuasión y el acuerdo. Si por algo será recordado este 2014 será por nuestra evasión de la gravedad de lo que nos ocurre; sólo así se puede explicar que hayamos renunciado a la política para poner freno a nuestro desintegración moral y territorial. Un año perdido.
Empieza un tímido crecimiento económico y se comienza a crear empleo (casi siempre en condiciones lamentables): ¿alguien se puede creer que vamos a poder mirar hacia delante sin recuperar la Política? Recuperación de país de tercera.
Es verdad: pocos años han sido tan intensos políticamente en España, y sin embargo ninguno ha estado tan huérfano de Política. Hemos sido capaces de señalar lo que nos repugna. Hay consenso social. La arcada que produce la corrupción es compartida. Pero no hay pistas claras ni un debate maduro sobre cómo poder ser el país moderno que anhelamos.
La emergencia de Podemos como una fuerza que previsiblemente será clave y cambiará el mapa político en las próximas elecciones ha sido fundamental para proporcionar el shock que necesita el sistema para regenerarse. Pero no ha habido ni un solo gran acuerdo, ni siquiera un intento serio de llevarse a cabo para regenerar nuestras instituciones. Ni un gran pacto contra la corrupción. Ni siquiera el miedo a Podemos lo ha propiciado.
Recelo de Podemos como solución por dos razones principales: rodean de una apariencia sencilla las respuestas a los problemas que, insisto, no tienen soluciones fáciles ni indoloras, y también porque se presentan ante la sociedad como ellos o el cáncer, es decir, reniegan del acuerdo y el pacto como mecanismo esencial de la política. Ambos rasgos son típicamente populistas.
Sin embargo, su ascenso representa una buena noticia en cuanto que muestra que no todo está escrito en nuestro sistema de partidos, y no existe un blindaje antibombas del bipartidismo (como ellos mismos por cierto denunciaban hace no tanto). Sólo hacía falta organizar un proyecto político con talento y conectar con el estado de ánimo de los ciudadanos. Nuestro sistema es permeable a nuevas fuerzas, y eso es muy bueno.
Frente a la crisis catalana la receta del Gobierno es el simple cumplimiento de la ley y la amenaza de los tribunales. Pero no hay iniciativas de carácter político para convencer a quienes no quieren acatar la ley. Sencillamente se aplica sin pararse a pensar que es precisamente la ausencia de política lo que nos ha conducido a este callejón aparentemente sin salida.
Frente a esta ola separatista, que respeto pero no deja de parecerme atávica, divisiva y con carices a veces xenófobos, el Gobierno ha respondido con la Constitución y nada más que la Constitución. Nada malo en defender la legalidad, pero cuando se convierte en un acto autómata sin diálogo y sin ninguna capacidad de seducción hacia ciudadanos que se quieren divorciar, tenemos un grave problema.
Frente a quienes quieren tirar a la basura la Transición española, sin entender que fue un gran pacto pacífico con los límites propios de su tiempo y nuestra historia, nada peor que mostrar un gran hermetismo con las reformas, incluida la de la Constitución.
2015 será un año sobre todo electoral. Elecciones municipales en mayo y probablemente generales en noviembre. ¿Estamos abocados a Podemos como una suerte sarampión nacional? Será un año desde luego apasionante para el análisis político, aunque quizás tengamos que compaginar la escritura con mucha melatonina para soñar el país que no somos. Feliz 2015.
La repulsión que provoca la corrupción se ha convertido en el estado natural de la política en España. Ni rastro de la Política con mayúscula. La Política de los grandes acuerdos cuando se producen situaciones excepcionalmente complicadas. La Política de los proyectos, de la autocrítica, de la humildad y del respeto a los ciudadanos que encarnan la soberanía nacional.
Una vez que se ha establecido que se puede prometer todo para hacer radicalmente lo contrario para "cumplir con el deber" (Rajoy dixit), el resto es el arte de la simulación para volver a tratar de repetir el engaño.
Hay pocas cosas peores para una comunidad política que renunciar a enfrentar sus problemas mediante el diálogo, la persuasión y el acuerdo. Si por algo será recordado este 2014 será por nuestra evasión de la gravedad de lo que nos ocurre; sólo así se puede explicar que hayamos renunciado a la política para poner freno a nuestro desintegración moral y territorial. Un año perdido.
Empieza un tímido crecimiento económico y se comienza a crear empleo (casi siempre en condiciones lamentables): ¿alguien se puede creer que vamos a poder mirar hacia delante sin recuperar la Política? Recuperación de país de tercera.
Es verdad: pocos años han sido tan intensos políticamente en España, y sin embargo ninguno ha estado tan huérfano de Política. Hemos sido capaces de señalar lo que nos repugna. Hay consenso social. La arcada que produce la corrupción es compartida. Pero no hay pistas claras ni un debate maduro sobre cómo poder ser el país moderno que anhelamos.
La emergencia de Podemos como una fuerza que previsiblemente será clave y cambiará el mapa político en las próximas elecciones ha sido fundamental para proporcionar el shock que necesita el sistema para regenerarse. Pero no ha habido ni un solo gran acuerdo, ni siquiera un intento serio de llevarse a cabo para regenerar nuestras instituciones. Ni un gran pacto contra la corrupción. Ni siquiera el miedo a Podemos lo ha propiciado.
Recelo de Podemos como solución por dos razones principales: rodean de una apariencia sencilla las respuestas a los problemas que, insisto, no tienen soluciones fáciles ni indoloras, y también porque se presentan ante la sociedad como ellos o el cáncer, es decir, reniegan del acuerdo y el pacto como mecanismo esencial de la política. Ambos rasgos son típicamente populistas.
Sin embargo, su ascenso representa una buena noticia en cuanto que muestra que no todo está escrito en nuestro sistema de partidos, y no existe un blindaje antibombas del bipartidismo (como ellos mismos por cierto denunciaban hace no tanto). Sólo hacía falta organizar un proyecto político con talento y conectar con el estado de ánimo de los ciudadanos. Nuestro sistema es permeable a nuevas fuerzas, y eso es muy bueno.
Frente a la crisis catalana la receta del Gobierno es el simple cumplimiento de la ley y la amenaza de los tribunales. Pero no hay iniciativas de carácter político para convencer a quienes no quieren acatar la ley. Sencillamente se aplica sin pararse a pensar que es precisamente la ausencia de política lo que nos ha conducido a este callejón aparentemente sin salida.
Frente a esta ola separatista, que respeto pero no deja de parecerme atávica, divisiva y con carices a veces xenófobos, el Gobierno ha respondido con la Constitución y nada más que la Constitución. Nada malo en defender la legalidad, pero cuando se convierte en un acto autómata sin diálogo y sin ninguna capacidad de seducción hacia ciudadanos que se quieren divorciar, tenemos un grave problema.
Frente a quienes quieren tirar a la basura la Transición española, sin entender que fue un gran pacto pacífico con los límites propios de su tiempo y nuestra historia, nada peor que mostrar un gran hermetismo con las reformas, incluida la de la Constitución.
2015 será un año sobre todo electoral. Elecciones municipales en mayo y probablemente generales en noviembre. ¿Estamos abocados a Podemos como una suerte sarampión nacional? Será un año desde luego apasionante para el análisis político, aunque quizás tengamos que compaginar la escritura con mucha melatonina para soñar el país que no somos. Feliz 2015.