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Japón y la Primera Guerra Mundial, las raíces del militarismo

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En este 2014 que dejamos atrás, hemos hablado mucho del Centenario de la Gran Guerra, pero con una visión muy centrada en Europa. Este conflicto también tuvo un impacto en Asia; y en el caso concreto de Japón, marcó el inicio de una senda que culminaría en la Segunda Guerra Mundial. Pese a luchar en el bando aliado, una serie de decisiones diplomáticas dejaron en Tokio una serie de sensaciones que tendrían dramáticas consecuencias en los años 30.

Una década antes al conflicto de 1914, Japón había demostrado en la Guerra Ruso-Japonesa (1904-1905) que era capaz de derrotar a una gran potencia europea. Con todo, seguía sin ser reconocida como un igual por los occidentales dentro del concierto internacional (cierto racismo seguía impregnando los tratados diplomáticos a principios del siglo XX).

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Litografía japonesa del asedio de Qingdao. Fuente: Wikicommons.


Las intenciones de Tokio eran ampliar su poder a través de la conquista territorial y buscar ese reconocimiento internacional. Los nipones estaban convencidos de que necesitaban ser fuertes ante las potencias occidentales, ya que temían acabar como China, desmembrada en zonas de influencia de las potencias europeas. Además, queríaN el reconocimiento como actor de primer orden internacional, que los Estados occidentales parecían negarle desde finales del siglo XIX.

El Imperio del Sol Naciente justificó su intervención en la alianza que tenía con Gran Bretaña desde 1902, y que estipulaba que ambos países tenían que ayudarse en caso de conflicto (aunque no obligaba a una intervención armada directa). De hecho, Londres recelaba de un Japón fuerte y su influencia en las colonias de Su Majestad, y en especial en la India, la Joya de la Corona.

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El Wakayima fue el barco desde donde se lanzaron los primeros ataques aéreos de la Historia. Fuente: Wikicommons.


Japón tuvo una entrada fulgurante en el conflicto. El 14 de agosto de 1914 (dos semanas después del inicio de las hostilidades en Europa), Tokyo envió un ultimátum a Alemania para que abandonara sus colonias en China (la concesión de Qingdao), y los archipiélagos de las Islas Marshall, las Marianas, y las Carolinas. Nueve días después, ante el silencio de Berlín, las fuerzas niponas pasaron a la ofensiva.

Las tropas japonesas desembarcaron en la península de Shandong y atacaron a las 6000 tropas que defendían el territorio. Seis semanas después conseguían la rendición de la guarnición de Qingdao tras sufrir 414 muertos y 1441 heridos en el campo de batalla. Una acción que despertó recelos en China, ya que las fuerzas japonesas habían atravesado su territorio durante la operación.

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Tropas alemanas en Qingdao. Fuente: Wikicommons.


Poco después, comenzaron las operaciones navales de la Primera Flota Japonesa. Inicialmente, persiguieron al Escuadrón Alemán de Asia Oriental. Destacó el intento de cazar al SMS Geier que tuvo que refugiarse en el por entonces puerto neutral de Pearl Harbor, en 1917 acabaría apresado allí mismo por las autoridades estadounidenses cuando decidieron entrar en la guerra.

La Primera Flota Japonesa también fue la responsable de las operaciones de ocupación de las Islas Marshall, Marianas y Carolinas. Un movimiento que despertó los recelos de Australia, que tenía un acuerdo con Japón por el que no debían ocupar territorios al sur del Ecuador.

Japón intentó ir más allá de las ganancias territoriales que había conseguido en China a costa de Alemania, y presentó en 1915 sus 21 Demandas que pretendían conseguir más influencia en zonas como Manchuria, y ejercer una gran influencia en áreas como las finanzas o la seguridad chinas. Este movimiento diplomático encontró la oposición de Estados Unidos y Gran Bretaña, que consiguieron limitar las ambiciones de Tokio.

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Desembarco japonés cerca de Qingdao. Fuente: Wikicommons.


A medida que avanzaba la guerra, las operaciones de Japón se limitaron al entorno marítimo. Su marina escoltó a los transportes de tropas neozelandesas y australianas hacia Europa, y a partir de 1917 patrullaron las aguas de Hawai para que los navíos de Estados Unidos pudieran centrar sus esfuerzos en la lucha en el Atlántico.

Lo más curioso es que los barcos de guerra japoneses llegaron a operar en el Mediterráneo. Una flotilla de 14 destructores persiguió a submarinos alemanas y austrohúngaros a partir de 1917, y protegieron a casi 800 transportes de tropas. De hecho, uno de estos navíos, el Sakaki, fue alcanzado por un sumergible austrohúngaro, el SM U-27, y provocó la muerte de 55 marineros.

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Delegación japonesa en la Conferencia de Paz de París de 1919. Fuente: Wikicommons.


Pese a estos esfuerzos en el bando aliado, Japón se encontró con los recelos de las potencias occidentales. Seguían existiendo perjuicios raciales que hablaban del peligro amarillo. Toda esta desconfianza eclosionó en la Conferencia de Paz de Versalles. Se reconocieron las conquistas territoriales de Japón, pero no se quisieron eliminar las cláusulas de desigualdad que habían afectado a los nipones en diversos tratados internacionales.

Entre 1921 y 1922 se celebró la Conferencia de Washington, que certificó una limitación del armamento naval (la flota japonesa quedaba con un tonelaje inferior a la británica y estadounidense), así mismo Japón debía entregar a China las conquistas que había hecho a los alemanes en Shandong.

Japón interpretó que no podría alcanzar el reconocimiento de potencia a través de la colaboración con los occidentales. Pero los éxitos militares en la Primera Guerra Mundial, unidos a los que habían vivido en las dos décadas anteriores con los conflictos contra chinos y rusos, les convencieron de que el estatus imperial de Tokio se podía conseguir a través del conflicto. El militarismo cogería fuertes bríos en los años siguientes, y llevaría a los dramáticos hechos que se vivirían a partir de los años 30 con la invasión de China y la Segunda Guerra Mundial.

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