Volvemos, cambiamos la hoja del calendario, hacemos propósito de enmienda, pero es empezar el año, abrir las páginas de los diarios y "zasca": "La Fiscalía ve indicios de delito en las finanzas de todos los partidos" (El País, 5 de enero de 2015). Todo cambia, pero todo sigue igual. Condonación ilegal de deudas, cuentas que no computan gastos e ingresos reales, extraños préstamos a fundaciones, donaciones ilícitas... Un informe del Tribunal de Cuentas ha detectado irregularidades fiscales y falsedad documental en las cuentas de casi todos los partidos políticos. ¡Gasolina para Podemos! Demoledor texto en el que se desgranan varias infracciones penales en 2012, un año en el que ya entonces los dirigentes de los principales partidos se conjuraban para regenerar la vida pública.
Han leído bien, sí, la condonación ilegal de deudas y las donaciones ilegales, entre otros ilícitos penales se cometían en 2012, cuando este país cerró el ejercicio con una tasa de paro del 26 por ciento; el Gobierno aprobó una amnistía fiscal para los defraudadores; recortó el presupuesto en Educación un 22 por ciento; redujo las ayudas a la familia y la infancia en un 42,6 por ciento y mermó en 91 millones de euros la partida destinada a la dependencia y en 289 millones, la de Sanidad.
Ni se enteraban entonces, ni se enteran ahora. No escuchan la voz de la calle, el clamor de una ciudadanía harta de que los recortes empobrezcan a la población mientras la clase dirigente jamás paga por sus errores. Y lo que es peor, permanecen impasibles ante el estrepitoso fracaso de sus instituciones. ¿Y aún nos hablan de regeneración? ¿Y aún se preguntan del por qué del descrédito de la clase política? ¿Y aún se lamentan por el éxito de Podemos? El relato del cambio que prometen los de Pablo Iglesias está por escribir, cierto, pero de momento ofrecen a los ciudadanos una descripción de la realidad y un diagnostico muy reconocible al señalar con el dedo los abusos que en ocasiones hubieran podido ser detectados y corregidos con una actitud menos complaciente de los políticos que hoy nos representan. Y, aunque es obvio que no tienen soluciones mágicas para acabar con el paro, ni para el crecimiento económico, tampoco parecen tenerlas ni el PP ni el PSOE. Sin embargo, es evidente que a estas alturas de la crisis la mayoría de la sociedad cree posible un reparto más equitativo de los costes o una mayor vigilancia para impedir el aprovechamiento indebido de algunos en perjuicio de la mayoría. Y, lo denuncie o no el Tribunal de Cuentas, en este país ha habido mucho aprovechado.
Así que cometerán un error quienes en el PP crean que Podemos es un fenómeno útil para dividir a la izquierda sin más o quienes en el PSOE den por supuesto que ante las generales, los ciudadanos regresarán mansamente al hoy malhadado bipartidismo. Antes, todos aquellos que por acción u omisión permitieron o alentaron el deterioro de la vida pública tendrán que dar un paso atrás y retirarse de la escena para que sean otros quienes frenen la devaluación de la política. Y, como el PSOE e IU ya lo han hecho, más pronto que tarde le tocará al PP.
Y no sólo porque la confianza en el presidente del Gobierno sea escandalosamente baja, porque Mariano Rajoy fuera responsable político de los trapicheos de Bárcenas o porque formara parte del paisaje habitual de la calle Génova mientras su partido se financiaba ilegalmente -según más de una docena de autos dictados por el juez Ruz-, sino porque lo peor para él, en este 2015 que estrenamos, está por venir y en sus propias filas suenan ya voces que hoy piden cambio y en mayo, tras la hecatombe que se espera en las municipales y autonómicas, lo exigirán,
Y además del ruido interno sobre su jubilación -que lo hay-, al presidente, le espera todo un calvario judicial que afecta al partido en el Gobierno y que se colará, sin duda, en las urnas. Más de 40 imputados del PP en la primera fase de la causa Gürtel se sentarán en el banquillo durante el juicio oral, una imagen demoledora para un Rajoy que se juega el inmenso poder que su partido acumula en Ayuntamientos, Autonomías y el Gobierno de la nación. Un horizonte judicial con al menos otros 16 frentes abiertos vinculados a la Gürtel en Madrid, Valencia, La Rioja, Galicia, Cantabria y País Vasco que afectan a decenas de cargos públicos del PP. Un panorama al que será difícil responder a través del plasma, sin intención de acabar con los errores del pasado y sobre todo sin voluntad alguna de renovación. Lo dicho: lo peor, para Mariano, está por venir.
Han leído bien, sí, la condonación ilegal de deudas y las donaciones ilegales, entre otros ilícitos penales se cometían en 2012, cuando este país cerró el ejercicio con una tasa de paro del 26 por ciento; el Gobierno aprobó una amnistía fiscal para los defraudadores; recortó el presupuesto en Educación un 22 por ciento; redujo las ayudas a la familia y la infancia en un 42,6 por ciento y mermó en 91 millones de euros la partida destinada a la dependencia y en 289 millones, la de Sanidad.
Ni se enteraban entonces, ni se enteran ahora. No escuchan la voz de la calle, el clamor de una ciudadanía harta de que los recortes empobrezcan a la población mientras la clase dirigente jamás paga por sus errores. Y lo que es peor, permanecen impasibles ante el estrepitoso fracaso de sus instituciones. ¿Y aún nos hablan de regeneración? ¿Y aún se preguntan del por qué del descrédito de la clase política? ¿Y aún se lamentan por el éxito de Podemos? El relato del cambio que prometen los de Pablo Iglesias está por escribir, cierto, pero de momento ofrecen a los ciudadanos una descripción de la realidad y un diagnostico muy reconocible al señalar con el dedo los abusos que en ocasiones hubieran podido ser detectados y corregidos con una actitud menos complaciente de los políticos que hoy nos representan. Y, aunque es obvio que no tienen soluciones mágicas para acabar con el paro, ni para el crecimiento económico, tampoco parecen tenerlas ni el PP ni el PSOE. Sin embargo, es evidente que a estas alturas de la crisis la mayoría de la sociedad cree posible un reparto más equitativo de los costes o una mayor vigilancia para impedir el aprovechamiento indebido de algunos en perjuicio de la mayoría. Y, lo denuncie o no el Tribunal de Cuentas, en este país ha habido mucho aprovechado.
Así que cometerán un error quienes en el PP crean que Podemos es un fenómeno útil para dividir a la izquierda sin más o quienes en el PSOE den por supuesto que ante las generales, los ciudadanos regresarán mansamente al hoy malhadado bipartidismo. Antes, todos aquellos que por acción u omisión permitieron o alentaron el deterioro de la vida pública tendrán que dar un paso atrás y retirarse de la escena para que sean otros quienes frenen la devaluación de la política. Y, como el PSOE e IU ya lo han hecho, más pronto que tarde le tocará al PP.
Y no sólo porque la confianza en el presidente del Gobierno sea escandalosamente baja, porque Mariano Rajoy fuera responsable político de los trapicheos de Bárcenas o porque formara parte del paisaje habitual de la calle Génova mientras su partido se financiaba ilegalmente -según más de una docena de autos dictados por el juez Ruz-, sino porque lo peor para él, en este 2015 que estrenamos, está por venir y en sus propias filas suenan ya voces que hoy piden cambio y en mayo, tras la hecatombe que se espera en las municipales y autonómicas, lo exigirán,
Y además del ruido interno sobre su jubilación -que lo hay-, al presidente, le espera todo un calvario judicial que afecta al partido en el Gobierno y que se colará, sin duda, en las urnas. Más de 40 imputados del PP en la primera fase de la causa Gürtel se sentarán en el banquillo durante el juicio oral, una imagen demoledora para un Rajoy que se juega el inmenso poder que su partido acumula en Ayuntamientos, Autonomías y el Gobierno de la nación. Un horizonte judicial con al menos otros 16 frentes abiertos vinculados a la Gürtel en Madrid, Valencia, La Rioja, Galicia, Cantabria y País Vasco que afectan a decenas de cargos públicos del PP. Un panorama al que será difícil responder a través del plasma, sin intención de acabar con los errores del pasado y sobre todo sin voluntad alguna de renovación. Lo dicho: lo peor, para Mariano, está por venir.