El ministro de Economía y Competitividad, Luis de Guindos, decía recientemente que en España "se ha perdido el miedo a perder el puesto de trabajo". Al señor de Guindos, como ministro de Economía, ya le han contestado los sindicatos, los partidos y los padres de familia que no encuentran trabajo por tener la inmensa tara de bordear la cincuentena. Como el ministro de Economía ya lleva lo suyo, yo prefiero dirigirme al ministro de Competitividad.
Empezaría por recordarle que hace ya 15 años que entramos en el siglo XXI, siglo que se está caracterizando por la aparición de empresas como Whatsapp que, con poco más de 50 empleados, han alcanzado la supremacía global y han abierto una brecha en el negocio de las operadoras de telecomunicaciones de miles de empleados. O por la aparición de "nuevos inventos" como la sharing economy, que hecha carne mortal en los conductores de Uber o los arrendatarios de Airbnb está amenazando a los sectores del taxi y la hostelería. Desde los viejos cuarteles se hace todo lo que se puede para que todo siga igual pero lo de ponerle puertas al campo y lo de querer tapar el sol con un dedo ya sabemos cómo termina. Dentro de no mucho -por cortesía de Google y otros- se perfeccionará la tecnología que permitirá a los coches circular de forma autónoma, sin conductor. Serán más seguros, habrá menos accidentes y para las empresas será mucho más barato mantener flotas de vehículos dirigidas por nanoSIMs que por personas. ¿Qué harán entonces, también lo prohibirán?
Muchos trabajadores sobramos. O sobraremos. En esta Tercera Revolución Industrial de Internet estamos asistiendo a unos inmensos avances en la automatización de la producción, que ha desembocado en grandes ganancias para las empresas y en abaratamiento de los precios para los consumidores, pero también en la destrucción de cantidades ingentes de puestos de trabajo que no se han compensado con nueva creación de empleo. Los avances tecnológicos han provocado que gran parte del trabajo industrial y manufacturero se haya deslocalizado en los países del sureste asiático, buscando mano de obra intensiva con salarios que rozan la esclavitud. Pero nadie está a salvo. Esos puestos de trabajo también van a desaparecer, pasando a ser sustituidos por máquinas. Foxconn, la empresa que fabrica los iPhone para Apple, planea sustituir su fuerza de trabajo en China de más 1,2 millones de personas por robots. Apple también está considerando la sustitución de sus call centers de Bangalore y Manila por software de reconocimiento de voz. Máquinas por brazos, inteligencia artificial por servicios.
Vayan restando: robots como Roomba para limpiar. Robots para cuidar ancianos (el Gobierno japonés va a subvencionar a sus empresas para que desarrollen robots de poco más de 1.000€ para el cuidado de personas mayores que estarían en el mercado en 2016). Impresoras 3D para crear prótesis médicas o incluso para la construcción de casas. Robots hasta para pintarnos las uñas. Decenas de smart assistants que dejarán sin razón de ser a limpiadores, cuidadores, albañiles, asistentes...
Nuestro problema era que las fábricas se iban a China o a Marruecos. En España, el sector secundario representa actualmente el 16% del PIB, cuando en los años setenta llegó a suponer el 30%. La única manera que hemos encontrado de "ser competitivos" ha sido precarizar el empleo. Vamos saliendo del bache con salarios de risa y contratos de pena. Pero, ¿qué haremos cuando el problema no sea que el trabajo se va más allá de nuestras fronteras, sino que se va de los humanos a las máquinas? ¿Qué será de los recursos humanos cuando la componente humana sea innecesaria?
Y encima, la crisis. Desde 2007 a esta parte, en España se han destruido 3,3 millones de puestos de trabajo. Acabamos de saber que ha habido un cierto repunte del empleo en 2014, resultando que comercio y hostelería concentran los nuevos puestos de trabajo, ¡tal y como era antes de la crisis! No aprendemos. Está claro que no se puede transformar el modelo económico de un país en 7 años pero -señor ministro de Competitividad, gestores presentes y futuros- en algún momento deberíamos empezar a poner las bases para dejar de ser un país de camareros y reponedores de hipermercado. Si internet es la Tercera Revolución Industrial, alguien debería estar reflexionando sobre cuál debe ser nuestro modelo de reconversión digital para competir en esta incómoda realidad.
Espero que el ministro de Competitividad hable mucho con el ministro de Educación, porque esto sólo se arregla con educación. Educación no de los 4 a los 25 años, sino educación continua y a todos los niveles. Todos vamos a necesitar seguir aprendiendo nuevas cosas que tendremos que aplicar en nuevos escenarios. No somos digitales porque todo el mundo tenga un smartphone y un palo para selfies. Seremos digitales si somos capaces de aprovechar las herramientas que la tecnología pone a nuestro alcance para ser trabajadores cualificados capaces de movernos en esta agresiva y cambiante economía digital.
Sí deberíamos tener miedo a perder el trabajo. Y los que vienen detrás de nosotros deberían tener miedo a no encontrarlo. Sentir miedo no es malo, es tan sólo la percepción de que hay un peligro que nos acecha. Es la voz que nos pone en alerta para que estemos preparados porque, cuando despertemos de la crisis, el dinosaurio del trabajo fijo, de 8h a 17h y para toda la vida ya no va a estar ahí. Contra el miedo, educación.
Empezaría por recordarle que hace ya 15 años que entramos en el siglo XXI, siglo que se está caracterizando por la aparición de empresas como Whatsapp que, con poco más de 50 empleados, han alcanzado la supremacía global y han abierto una brecha en el negocio de las operadoras de telecomunicaciones de miles de empleados. O por la aparición de "nuevos inventos" como la sharing economy, que hecha carne mortal en los conductores de Uber o los arrendatarios de Airbnb está amenazando a los sectores del taxi y la hostelería. Desde los viejos cuarteles se hace todo lo que se puede para que todo siga igual pero lo de ponerle puertas al campo y lo de querer tapar el sol con un dedo ya sabemos cómo termina. Dentro de no mucho -por cortesía de Google y otros- se perfeccionará la tecnología que permitirá a los coches circular de forma autónoma, sin conductor. Serán más seguros, habrá menos accidentes y para las empresas será mucho más barato mantener flotas de vehículos dirigidas por nanoSIMs que por personas. ¿Qué harán entonces, también lo prohibirán?
Muchos trabajadores sobramos. O sobraremos. En esta Tercera Revolución Industrial de Internet estamos asistiendo a unos inmensos avances en la automatización de la producción, que ha desembocado en grandes ganancias para las empresas y en abaratamiento de los precios para los consumidores, pero también en la destrucción de cantidades ingentes de puestos de trabajo que no se han compensado con nueva creación de empleo. Los avances tecnológicos han provocado que gran parte del trabajo industrial y manufacturero se haya deslocalizado en los países del sureste asiático, buscando mano de obra intensiva con salarios que rozan la esclavitud. Pero nadie está a salvo. Esos puestos de trabajo también van a desaparecer, pasando a ser sustituidos por máquinas. Foxconn, la empresa que fabrica los iPhone para Apple, planea sustituir su fuerza de trabajo en China de más 1,2 millones de personas por robots. Apple también está considerando la sustitución de sus call centers de Bangalore y Manila por software de reconocimiento de voz. Máquinas por brazos, inteligencia artificial por servicios.
Vayan restando: robots como Roomba para limpiar. Robots para cuidar ancianos (el Gobierno japonés va a subvencionar a sus empresas para que desarrollen robots de poco más de 1.000€ para el cuidado de personas mayores que estarían en el mercado en 2016). Impresoras 3D para crear prótesis médicas o incluso para la construcción de casas. Robots hasta para pintarnos las uñas. Decenas de smart assistants que dejarán sin razón de ser a limpiadores, cuidadores, albañiles, asistentes...
Nuestro problema era que las fábricas se iban a China o a Marruecos. En España, el sector secundario representa actualmente el 16% del PIB, cuando en los años setenta llegó a suponer el 30%. La única manera que hemos encontrado de "ser competitivos" ha sido precarizar el empleo. Vamos saliendo del bache con salarios de risa y contratos de pena. Pero, ¿qué haremos cuando el problema no sea que el trabajo se va más allá de nuestras fronteras, sino que se va de los humanos a las máquinas? ¿Qué será de los recursos humanos cuando la componente humana sea innecesaria?
Y encima, la crisis. Desde 2007 a esta parte, en España se han destruido 3,3 millones de puestos de trabajo. Acabamos de saber que ha habido un cierto repunte del empleo en 2014, resultando que comercio y hostelería concentran los nuevos puestos de trabajo, ¡tal y como era antes de la crisis! No aprendemos. Está claro que no se puede transformar el modelo económico de un país en 7 años pero -señor ministro de Competitividad, gestores presentes y futuros- en algún momento deberíamos empezar a poner las bases para dejar de ser un país de camareros y reponedores de hipermercado. Si internet es la Tercera Revolución Industrial, alguien debería estar reflexionando sobre cuál debe ser nuestro modelo de reconversión digital para competir en esta incómoda realidad.
Espero que el ministro de Competitividad hable mucho con el ministro de Educación, porque esto sólo se arregla con educación. Educación no de los 4 a los 25 años, sino educación continua y a todos los niveles. Todos vamos a necesitar seguir aprendiendo nuevas cosas que tendremos que aplicar en nuevos escenarios. No somos digitales porque todo el mundo tenga un smartphone y un palo para selfies. Seremos digitales si somos capaces de aprovechar las herramientas que la tecnología pone a nuestro alcance para ser trabajadores cualificados capaces de movernos en esta agresiva y cambiante economía digital.
Sí deberíamos tener miedo a perder el trabajo. Y los que vienen detrás de nosotros deberían tener miedo a no encontrarlo. Sentir miedo no es malo, es tan sólo la percepción de que hay un peligro que nos acecha. Es la voz que nos pone en alerta para que estemos preparados porque, cuando despertemos de la crisis, el dinosaurio del trabajo fijo, de 8h a 17h y para toda la vida ya no va a estar ahí. Contra el miedo, educación.