Una huelga de hambre es una medida radical. Y hacerla hasta el extremo de dejar secuelas para defender un presupuesto y una acción de política pública resulta cuando menos chocante. Sin embargo, esto fue lo que hicieron hace 20 años, coincidiendo con las crisis humanitarias de Grandes Lagos, un pequeño grupo de personas animadas por una movilización sin precedentes a favor del incremento de los recursos de la Cooperación al Desarrollo hasta el 0.7 % de la RNB (Renta Nacional Bruta). Consideraron que había proporcionalidad entre la injusticia y el sufrimiento de millones de personas que viven en la pobreza extrema, y una medida de este tipo. Toda mi admiración, entonces y ahora.
Hace unas semanas conversé con Pablo Osés, uno de los huelguistas y adalid del 0.7. Su opinión es que tendrían que haber apretado aún más para conseguir que los fondos destinados a cooperación no solo crecieran en ese momento sino que se blindaran para el futuro, asegurando su correcta orientación. A pesar de coincidir en el diagnóstico sobre la situación actual, con la cooperación laminada por un recorte del 70 % desde 2010, considero que hay motivos más que sobrados para celebrar estos 20 años.
Aun sufriendo altibajos tanto en la cantidad, como sobre todo en la calidad, es un hecho que la Cooperación al Desarrollo española cuenta con logros notables. Lo que ocurre es que una de sus principales debilidades es la rendición de cuentas y la difusión, tanto de éxitos como de fracasos y lecciones aprendidas. A esta mayor transparencia, y a la vigilancia ciudadana, pretende contribuir el nuevo portal de La Realidad de la Ayuda (www.realidadayuda.org), el informe de referencia de Oxfam Intermón, que también cumple 20 años, y que hoy pasa al mundo online.
En estos 20 años, millones de vidas han sido salvadas en crisis humanitarias por la acción gubernamental y de las ONGs que tenemos capacidad operativa para actuar en la frontera, combinando recursos públicos con las solidarias aportaciones privadas. Los cientos de programas puestos en marcha por el Gobierno, las ONGs o las agencias internacionales, han servido para fortalecer políticas públicas cruciales como la educación o la sanidad, afianzar instituciones, abrir espacios para la sociedad civil, defender derechos esenciales y apoyar iniciativas innovadoras en la generación de ingresos. No cabe en un post el desarrollo de estos logros, pero sí en el corazón de muchas personas que creemos en la cooperación al desarrollo como una política imprescindible y apasionante, y que hemos dejado en ella nuestras mejores energías. Mi reconocimiento a tantos colegas que saben, quieren y persisten en la brecha para reducir las brechas injustas.
La cooperación se ha vaciado de recursos, y hoy España está a la cola de los donantes con apenas un 0.17 % de la RNB, de las cuales más de la mitad son cuotas obligatorias a la UE, Bancos de Desarrollo y Agencias de Naciones Unidas. En el nivel autonómico solo el Gobierno vasco y la Junta de Andalucía mantienen compromisos presupuestarios relevantes. Por supuesto, los recortes se han amparado en el déficit, que se emplea como martillo siempre contra los mismos, usando un discurso que confronta a los pobres de aquí con los de allí, cuando poco parecen importarle al Gobierno unos y otros. Ha sido sangrante comprobar la alegre saña con la que algunos gobiernos autonómicos y locales han desmantelado su cooperación al desarrollo (tras beneficiarse en algún caso de ella, como Blasco y sus secuaces en Valencia).
Acostumbrados a defenderla, ¿se imaginan qué pasaría si no existiera la cooperación internacional al desarrollo? Se trata de una política que, por cierto, sigue contando con el respaldo de más de dos tercios de la población española y de cientos de miles de socios y socias de las ONGDs. ¿Quién actuaría ante las crisis humanitarias recurrentes o explosivas -cuya respuesta ya sufre un déficit de financiación terrible-, sobre todo las olvidadas por medios y políticos? Qué más da, pensarán algunos, así son las cosas, que respondan otros. ¿De qué manera podremos enfrentar desafíos globales que nos afectan a todos como el cambio climático, las epidemias o las migraciones? ¿Qué papel jugará España en el exterior? Tal vez el de un aliado menor interesado solo en sus problemas caseros, comerciales y de su propia seguridad tras una valla. Y sobre todo, ¿qué imaginario de sociedad y de país tenemos? ¿Basado en qué valores? ¿En los del egoísmo localista, la desigualdad extrema y el sálvese quien pueda (pagar)? ¿O en los de la responsabilidad internacional, la solidaridad comprometida y la defensa de los derechos de todo ser humano, esté donde esté?
No toda la Cooperación es buena, ni es la única manera de defender esos valores, pero nos empobrecemos como país al olvidarnos de la pobreza extrema y de los retos que como humanidad tenemos que enfrentar, con nuestros mejores recursos humanos y financieros.
Hace 20 años, unos activistas de honda convicción hicieron una huelga de hambre para defender estos valores y su plasmación en políticas y presupuestos. Mucho se ha conseguido en este tiempo. Hoy toca hablar de renovación ante los cambios en el mundo, y también de compromiso y exigencia. En nuestras organizaciones y colectivos, cada uno. Y juntos hacia quienes tienen la capacidad de cegar sueños o de abrir la esperanza del cambio.
Hace unas semanas conversé con Pablo Osés, uno de los huelguistas y adalid del 0.7. Su opinión es que tendrían que haber apretado aún más para conseguir que los fondos destinados a cooperación no solo crecieran en ese momento sino que se blindaran para el futuro, asegurando su correcta orientación. A pesar de coincidir en el diagnóstico sobre la situación actual, con la cooperación laminada por un recorte del 70 % desde 2010, considero que hay motivos más que sobrados para celebrar estos 20 años.
Aun sufriendo altibajos tanto en la cantidad, como sobre todo en la calidad, es un hecho que la Cooperación al Desarrollo española cuenta con logros notables. Lo que ocurre es que una de sus principales debilidades es la rendición de cuentas y la difusión, tanto de éxitos como de fracasos y lecciones aprendidas. A esta mayor transparencia, y a la vigilancia ciudadana, pretende contribuir el nuevo portal de La Realidad de la Ayuda (www.realidadayuda.org), el informe de referencia de Oxfam Intermón, que también cumple 20 años, y que hoy pasa al mundo online.
En estos 20 años, millones de vidas han sido salvadas en crisis humanitarias por la acción gubernamental y de las ONGs que tenemos capacidad operativa para actuar en la frontera, combinando recursos públicos con las solidarias aportaciones privadas. Los cientos de programas puestos en marcha por el Gobierno, las ONGs o las agencias internacionales, han servido para fortalecer políticas públicas cruciales como la educación o la sanidad, afianzar instituciones, abrir espacios para la sociedad civil, defender derechos esenciales y apoyar iniciativas innovadoras en la generación de ingresos. No cabe en un post el desarrollo de estos logros, pero sí en el corazón de muchas personas que creemos en la cooperación al desarrollo como una política imprescindible y apasionante, y que hemos dejado en ella nuestras mejores energías. Mi reconocimiento a tantos colegas que saben, quieren y persisten en la brecha para reducir las brechas injustas.
La cooperación se ha vaciado de recursos, y hoy España está a la cola de los donantes con apenas un 0.17 % de la RNB, de las cuales más de la mitad son cuotas obligatorias a la UE, Bancos de Desarrollo y Agencias de Naciones Unidas. En el nivel autonómico solo el Gobierno vasco y la Junta de Andalucía mantienen compromisos presupuestarios relevantes. Por supuesto, los recortes se han amparado en el déficit, que se emplea como martillo siempre contra los mismos, usando un discurso que confronta a los pobres de aquí con los de allí, cuando poco parecen importarle al Gobierno unos y otros. Ha sido sangrante comprobar la alegre saña con la que algunos gobiernos autonómicos y locales han desmantelado su cooperación al desarrollo (tras beneficiarse en algún caso de ella, como Blasco y sus secuaces en Valencia).
Acostumbrados a defenderla, ¿se imaginan qué pasaría si no existiera la cooperación internacional al desarrollo? Se trata de una política que, por cierto, sigue contando con el respaldo de más de dos tercios de la población española y de cientos de miles de socios y socias de las ONGDs. ¿Quién actuaría ante las crisis humanitarias recurrentes o explosivas -cuya respuesta ya sufre un déficit de financiación terrible-, sobre todo las olvidadas por medios y políticos? Qué más da, pensarán algunos, así son las cosas, que respondan otros. ¿De qué manera podremos enfrentar desafíos globales que nos afectan a todos como el cambio climático, las epidemias o las migraciones? ¿Qué papel jugará España en el exterior? Tal vez el de un aliado menor interesado solo en sus problemas caseros, comerciales y de su propia seguridad tras una valla. Y sobre todo, ¿qué imaginario de sociedad y de país tenemos? ¿Basado en qué valores? ¿En los del egoísmo localista, la desigualdad extrema y el sálvese quien pueda (pagar)? ¿O en los de la responsabilidad internacional, la solidaridad comprometida y la defensa de los derechos de todo ser humano, esté donde esté?
No toda la Cooperación es buena, ni es la única manera de defender esos valores, pero nos empobrecemos como país al olvidarnos de la pobreza extrema y de los retos que como humanidad tenemos que enfrentar, con nuestros mejores recursos humanos y financieros.
Hace 20 años, unos activistas de honda convicción hicieron una huelga de hambre para defender estos valores y su plasmación en políticas y presupuestos. Mucho se ha conseguido en este tiempo. Hoy toca hablar de renovación ante los cambios en el mundo, y también de compromiso y exigencia. En nuestras organizaciones y colectivos, cada uno. Y juntos hacia quienes tienen la capacidad de cegar sueños o de abrir la esperanza del cambio.