Tras los atentados terroristas de París por parte de yihadistas islámicos, de nuevo han sonado los tambores de guerra y se habla más de la amenaza de siempre que de la convivencia inexistente y de la paz perdida. Y nos equivocamos otra vez al plantear el problema que existe -nadie lo niega- como un conflicto bélico librado por dos partes y limitado a la dictadura de lo inmediato. "Guerra" fue lo que pronunció George W. Bush tras el 11-S, y "guerra" es lo que ha dicho ahora el primer ministro galo, Manuel Valls.
La pregunta es simple: ¿está Occidente en guerra contra el Islam? La respuesta también es fácil: no lo está. Ante ese escenario, la deducción resulta bastante sencilla: del mismo modo que Occidente no está en guerra contra el Islam -aunque hay quien dice que sí lo está y quien presenta determinados conflictos y acciones como una demostración-, el Islam no está en guerra contra Occidente, aunque haya ataques y atentados desde determinadas posiciones, que alguien utiliza para presentarlos como parte de una contienda contra el mundo occidental.
La paz exige más lucha que la guerra. La paz no es lo que sucede al final de los conflictos, sino el espacio que logra evitarlos.
En la actualidad, existe un riesgo real desde el yihadismo, pero esa amenaza no ha surgido de la nada. Todo lo contrario, es el fruto de una estrategia violenta que lleva años desarrollándose, y mientras hay quien está preparando seriamente esa violencia, desde otras posiciones no se está trabajando suficientemente la paz.
La estrategia del yihadismo es educar en el odio y la guerra, y ello supone transmitir una serie de ideas a partir de ciertos hechos, darle un significado para que se vean como un ataque a la identidad, cultura, creencias... de esa población, y otorgarle un valor para que la acción violenta tenga sentido y se entienda como una necesidad proporcional al ataque sufrido por la otra parte. Una vez que se ha conseguido este clima social más o menos amplio, se trabaja individualmente con determinados grupos, después se pasa al entrenamiento de algunas personas en el uso de las armas y en las estrategias bélicas, y finalmente se llega a la acción por parte de estos guerreros, que es lo que impacta en la sociedad y ante lo que surge la preocupación y la amenaza. Pero no debemos olvidar que sin esa primera educación en el odio y la violencia, la pistola no se dispararía ni las bombas explotarían.
Si se quieren evitar los atentados, la estrategia de fondo por parte de los no violentos debe ser trabajar para la paz y la convivencia, así de simple, aunque no es fácil. Presentar a todo el Islam como un cómplice de los terroristas y a cualquier musulmán como una amenaza, además de ser falso, no ayuda a resolver el problema y sí contribuye a agravarlo al potenciar el mensaje que los violentos dan para justificarse.
Todo ello demuestra que muchos siguen bajo esquemas del siglo XIX, con un mundo donde los mapas describían la realidad y las fronteras eran verdaderos abismos. En el mundo del siglo XXI, hemos pasado de un globo terráqueo a una tierra globalizada en la que las fronteras actúan más como lugares para guardar los recuerdos que como espacios para construir la realidad. La colonización y las misiones que llevaron las ideas y creencias muy lejos de Occidente en un viaje de ida, ahora han regresado en forma de una nueva sociedad y ciudadanía. Sin embargo, toda esta transformación incomoda a los sectores más tradicionales de las culturas. Por ello, en lugar de aceptar la nueva realidad, tratan de recuperar los escenarios de antes. Unos, resituando las fronteras en barrios marginales, o dibujándolas con el color de la piel, las ideas o las creencias... Pretenden así trasladar las antiguas fronteras de los mapas a las personas, para que estén donde estén siempre sean "ese pueblo sometido e inferior" que un día conquistaron o tomaron. Los otros, intentando encerrar a las personas en el aire limitado de sus ideas.
Hemos aprendido a vivir, incluso a vivir juntos, pero no a convivir, y tenemos que lograr esa convivencia en paz y en igualdad.
La cultura no puede ser un argumento para someter a nadie, ni dentro de una cultura, ni enfrentando una cultura contra otra. En todas las culturas, hay quien las instrumentaliza para mantener espacios de poder en nombre de los valores, las ideas, la fe, la tradición o la costumbre, pero sólo son visiones particulares e interesadas para defender privilegios y beneficios. No es casualidad que nadie recurra a la cultura para ceder y compartir, y que siempre se acuda a ella en nombre de unos privilegios que se presentan como parte de ese orden natural que da ventaja a unos respecto al resto del grupo o frente a otras culturas.
Ahora hemos conocido la historia de los hermanos Kouachi y de Amedy Coulibaly, los yihadistas autores de los atentados en París. Una historia que no se limita a estos 3 días de enero, sino que viene de años atrás, como hemos sabido. ¿Qué hemos hecho para evitar esa historia antes de que se convirtiera en una amenaza y golpeara con la muerte?, ¿qué estamos haciendo para que otros jóvenes que están empezando a ser educados en el odio no lleguen a la violencia?
Convivir sobre las mismas referencias y el respeto a los Derechos Humanos exige liberarse de los miedos y la desconfianza; no hay enfrentamiento entre culturas, hay personas que buscan enfrentar a las culturas para obtener rédito. Ninguna cultura existe desde el inicio de los tiempos ni surgió del modo en que ahora vive, todas son producto de la evolución y del conocimiento e interacción con el resto de culturas, unas veces para compartir, otras para replegarse en la diferencia, pero ninguna ajena al resto. Pero hoy, a diferencia de lo que ocurría tiempo atrás, la referencia del territorio ha entrado en una deriva que hace del planeta una verdadera Pangea de ciudadanía en la que las referencias geográficas matizan, en lugar de separar. Hoy el planeta es una Pangea virtual y no bastan las barreras ni los controles para detener las ideas ni las personas. Nada nuevo, por otra parte. Siempre ha sido así: o se va a la montaña, o es ella la que viene, y ahora no va a ser diferente; de manera que si el objetivo pretendido es unir a la persona y a la montaña, antes o después se juntarán. Otra cosa es cómo lo hagan, y si lo hacen en términos de respeto o de enfrentamiento.
Lo vemos en otros ámbitos, cuando se repite con insistencia que el final de la violencia de género está en la educación para acabar con el machismo, al igual que para terminar con el racismo, la xenofobia... o con cualquier otra violencia surgida del miedo al otro y de la amenaza de la diferencia; todo ello pasa por educar para convivir. La situación terrorista actual no es distinta, y del mismo modo que se entiende que la solución definitiva a otras violencias pasa por un cambio cultural que termine con esas ideas y valores violentos, la violencia yihadista terminará definitivamente cuando se acabe con las referencias instrumentalizadas que usan la cultura como razón para atentar contra otros.
No se trata de acciones sobre determinados individuos, sino sobre toda la sociedad y la cultura, y ello exige mucho trabajo a lo largo de un tiempo que nunca será reducido. Por eso es urgente hacerlo de inmediato, y por ello resulta fundamental la crítica a la violencia y el respaldo a la convivencia demostrado estos días por los propios musulmanes.
El 26 de enero de 2007, Naciones Unida adoptó el programa de la Alianza de Civilizaciones tras la propuesta que hizo el entonces presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, en la 59ª Asamblea General, allá por 2004. Las bromas y risas sobre la iniciativa que muchos lanzaron en aquel tiempo, aún resuenan por las calles solitarias que hoy nadie quiere transitar por miedo a un ataque yihadista.
Si desde entonces se hubiera trabajado en esa Alianza con la misma determinación que se hace en protección y seguridad, también esenciales, estaríamos en un escenario completamente distinto y más cerca de una solución definitiva, hoy ajena incluso a la imaginación.
No es de extrañar que las culturas acostumbradas a la desigualdad y al poder se sientan más tranquilas en el enfrentamiento y gestionando la amenaza que en la convivencia y en la gestión de la paz; pero hoy las referencias son otras.
Tenemos el marco de Naciones Unidas y su programa de la Alianza de Civilizaciones con más de 130 países formando parte de ella, y tenemos también la información y el conocimiento de cuál es la estrategia de los violentos. Los yihadistas están educando para la violencia. Desde la Alianza, que también incluye países musulmanes, hay que educar para la paz y la convivencia. Lo que nos falta por conseguir no debe ser el argumento para no intentar lograrlo. Ninguna guerra ha vencido a la paz, no dejemos que ahora la venza el miedo.
Este post fue publicado inicialmente en el blog del autor
La pregunta es simple: ¿está Occidente en guerra contra el Islam? La respuesta también es fácil: no lo está. Ante ese escenario, la deducción resulta bastante sencilla: del mismo modo que Occidente no está en guerra contra el Islam -aunque hay quien dice que sí lo está y quien presenta determinados conflictos y acciones como una demostración-, el Islam no está en guerra contra Occidente, aunque haya ataques y atentados desde determinadas posiciones, que alguien utiliza para presentarlos como parte de una contienda contra el mundo occidental.
La paz exige más lucha que la guerra. La paz no es lo que sucede al final de los conflictos, sino el espacio que logra evitarlos.
En la actualidad, existe un riesgo real desde el yihadismo, pero esa amenaza no ha surgido de la nada. Todo lo contrario, es el fruto de una estrategia violenta que lleva años desarrollándose, y mientras hay quien está preparando seriamente esa violencia, desde otras posiciones no se está trabajando suficientemente la paz.
La estrategia del yihadismo es educar en el odio y la guerra, y ello supone transmitir una serie de ideas a partir de ciertos hechos, darle un significado para que se vean como un ataque a la identidad, cultura, creencias... de esa población, y otorgarle un valor para que la acción violenta tenga sentido y se entienda como una necesidad proporcional al ataque sufrido por la otra parte. Una vez que se ha conseguido este clima social más o menos amplio, se trabaja individualmente con determinados grupos, después se pasa al entrenamiento de algunas personas en el uso de las armas y en las estrategias bélicas, y finalmente se llega a la acción por parte de estos guerreros, que es lo que impacta en la sociedad y ante lo que surge la preocupación y la amenaza. Pero no debemos olvidar que sin esa primera educación en el odio y la violencia, la pistola no se dispararía ni las bombas explotarían.
Si se quieren evitar los atentados, la estrategia de fondo por parte de los no violentos debe ser trabajar para la paz y la convivencia, así de simple, aunque no es fácil. Presentar a todo el Islam como un cómplice de los terroristas y a cualquier musulmán como una amenaza, además de ser falso, no ayuda a resolver el problema y sí contribuye a agravarlo al potenciar el mensaje que los violentos dan para justificarse.
Todo ello demuestra que muchos siguen bajo esquemas del siglo XIX, con un mundo donde los mapas describían la realidad y las fronteras eran verdaderos abismos. En el mundo del siglo XXI, hemos pasado de un globo terráqueo a una tierra globalizada en la que las fronteras actúan más como lugares para guardar los recuerdos que como espacios para construir la realidad. La colonización y las misiones que llevaron las ideas y creencias muy lejos de Occidente en un viaje de ida, ahora han regresado en forma de una nueva sociedad y ciudadanía. Sin embargo, toda esta transformación incomoda a los sectores más tradicionales de las culturas. Por ello, en lugar de aceptar la nueva realidad, tratan de recuperar los escenarios de antes. Unos, resituando las fronteras en barrios marginales, o dibujándolas con el color de la piel, las ideas o las creencias... Pretenden así trasladar las antiguas fronteras de los mapas a las personas, para que estén donde estén siempre sean "ese pueblo sometido e inferior" que un día conquistaron o tomaron. Los otros, intentando encerrar a las personas en el aire limitado de sus ideas.
Hemos aprendido a vivir, incluso a vivir juntos, pero no a convivir, y tenemos que lograr esa convivencia en paz y en igualdad.
La cultura no puede ser un argumento para someter a nadie, ni dentro de una cultura, ni enfrentando una cultura contra otra. En todas las culturas, hay quien las instrumentaliza para mantener espacios de poder en nombre de los valores, las ideas, la fe, la tradición o la costumbre, pero sólo son visiones particulares e interesadas para defender privilegios y beneficios. No es casualidad que nadie recurra a la cultura para ceder y compartir, y que siempre se acuda a ella en nombre de unos privilegios que se presentan como parte de ese orden natural que da ventaja a unos respecto al resto del grupo o frente a otras culturas.
Ahora hemos conocido la historia de los hermanos Kouachi y de Amedy Coulibaly, los yihadistas autores de los atentados en París. Una historia que no se limita a estos 3 días de enero, sino que viene de años atrás, como hemos sabido. ¿Qué hemos hecho para evitar esa historia antes de que se convirtiera en una amenaza y golpeara con la muerte?, ¿qué estamos haciendo para que otros jóvenes que están empezando a ser educados en el odio no lleguen a la violencia?
Convivir sobre las mismas referencias y el respeto a los Derechos Humanos exige liberarse de los miedos y la desconfianza; no hay enfrentamiento entre culturas, hay personas que buscan enfrentar a las culturas para obtener rédito. Ninguna cultura existe desde el inicio de los tiempos ni surgió del modo en que ahora vive, todas son producto de la evolución y del conocimiento e interacción con el resto de culturas, unas veces para compartir, otras para replegarse en la diferencia, pero ninguna ajena al resto. Pero hoy, a diferencia de lo que ocurría tiempo atrás, la referencia del territorio ha entrado en una deriva que hace del planeta una verdadera Pangea de ciudadanía en la que las referencias geográficas matizan, en lugar de separar. Hoy el planeta es una Pangea virtual y no bastan las barreras ni los controles para detener las ideas ni las personas. Nada nuevo, por otra parte. Siempre ha sido así: o se va a la montaña, o es ella la que viene, y ahora no va a ser diferente; de manera que si el objetivo pretendido es unir a la persona y a la montaña, antes o después se juntarán. Otra cosa es cómo lo hagan, y si lo hacen en términos de respeto o de enfrentamiento.
Lo vemos en otros ámbitos, cuando se repite con insistencia que el final de la violencia de género está en la educación para acabar con el machismo, al igual que para terminar con el racismo, la xenofobia... o con cualquier otra violencia surgida del miedo al otro y de la amenaza de la diferencia; todo ello pasa por educar para convivir. La situación terrorista actual no es distinta, y del mismo modo que se entiende que la solución definitiva a otras violencias pasa por un cambio cultural que termine con esas ideas y valores violentos, la violencia yihadista terminará definitivamente cuando se acabe con las referencias instrumentalizadas que usan la cultura como razón para atentar contra otros.
No se trata de acciones sobre determinados individuos, sino sobre toda la sociedad y la cultura, y ello exige mucho trabajo a lo largo de un tiempo que nunca será reducido. Por eso es urgente hacerlo de inmediato, y por ello resulta fundamental la crítica a la violencia y el respaldo a la convivencia demostrado estos días por los propios musulmanes.
El 26 de enero de 2007, Naciones Unida adoptó el programa de la Alianza de Civilizaciones tras la propuesta que hizo el entonces presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, en la 59ª Asamblea General, allá por 2004. Las bromas y risas sobre la iniciativa que muchos lanzaron en aquel tiempo, aún resuenan por las calles solitarias que hoy nadie quiere transitar por miedo a un ataque yihadista.
Si desde entonces se hubiera trabajado en esa Alianza con la misma determinación que se hace en protección y seguridad, también esenciales, estaríamos en un escenario completamente distinto y más cerca de una solución definitiva, hoy ajena incluso a la imaginación.
No es de extrañar que las culturas acostumbradas a la desigualdad y al poder se sientan más tranquilas en el enfrentamiento y gestionando la amenaza que en la convivencia y en la gestión de la paz; pero hoy las referencias son otras.
Tenemos el marco de Naciones Unidas y su programa de la Alianza de Civilizaciones con más de 130 países formando parte de ella, y tenemos también la información y el conocimiento de cuál es la estrategia de los violentos. Los yihadistas están educando para la violencia. Desde la Alianza, que también incluye países musulmanes, hay que educar para la paz y la convivencia. Lo que nos falta por conseguir no debe ser el argumento para no intentar lograrlo. Ninguna guerra ha vencido a la paz, no dejemos que ahora la venza el miedo.
Este post fue publicado inicialmente en el blog del autor