"La democracia es la más importante de las armas para luchar contra la violencia". Jens Stoltenberg, Primer Ministro de Noruega, tras los atentados de Utoya.
"Quiero que lo sepan. Cuando hablo de la guerra en realidad estoy hablando de la paz", George W. Bush, Presidente de USA, tras los atentados a las Torres Gemelas.
Dos repuestas. Dos caminos. Y dos lecciones, por diferentes razones, para las instituciones europeas y los Gobiernos nacionales ahora que preparan una nueva agenda política en reacción a los recientes atentados en París.
Ataques que por su fuerte simbolismo han tenido una gran respuesta cívica en Francia y de solidaridad en toda Europa. El asesinato (cuasi ejecución) de humoristas gráficos, de un policía francés musulmán que defendía una revista satírica con Mahoma o el ataque y secuestro en una tienda kosher, traspasan la violencia física y se convierten en símbolos.
Símbolos contra la libertad de expresión y la libertad de culto. Principios que vertebran la República francesa y la propia idea de Europa. No sólo el horror de los hechos, nuestro pesar por las muertes y sus familiares; ver amenazados esos principios fundamentales para nuestra convivencia ha sobrecogido a millones de personas en el continente.
Los atentados recuerdan a Europa la grave amenaza que significa el yihadismo para el mundo (que no sólo a Occidente). Cabe recordar que la inmensa mayoría de los asesinatos del yihadismo son musulmanes. A modo de ejemplo, en lo que llevamos de año, Boko-Haram ha asesinado a 2000 personas en Nigeria. Una amenaza real y global que en Europa se ha agravado por los Foreign Fighters. Nacionales europeos que hoy combaten en Siria, Irak o Libia. Una amenaza que interpela directamente al corazón de los principios rectores de nuestra sociedad y que debemos afrontar.
Los ministros de Interior europeos preparan la respuesta, y resurge el recuerdo del nefasto camino que recorrió USA con su invasión en Iraq y la Patriot Act. El camino del miedo y la ignorancia, siendo el miedo el peor de los consejeros políticos.
Europa debe a los europeos y a su historia una respuesta que entienda la seguridad como una de nuestras libertades básicas, indisociable del resto. En ningún caso, dos principios en pugna entre sí. Aquellos que quieren traernos un 1984 digital deberían ser criticados. Aquellos que proponen una trágica ruptura del espacio Shengen deben ser señalados como adversarios de la Europa que dicen defender.
Debemos afrontar que los terroristas nacieron, crecieron y se radicalizaron en Francia. En concreto, se radicalizaron en las prisiones francesas. Afrontar que el fanatismo religioso usa la grieta existente en nuestra sociedad en forma de exclusión, marginación y falta de identidad de algunas capas de nuestra sociedad europea, para dinamitarla desde dentro. Cerrar esa brecha debe ser un objetivo prioritario y compartido.
Es necesario afrontar las enormes implicaciones geopolíticas de la amenaza. Reconocer que no es casualidad que la zona más inestable y conflictiva del mundo es el caldo de cultivo perfecto para el yihadismo. Los Estados fallidos y guerras civiles (Iraq, Siria o Libia) provocan una realidad dramática de la que occidente tiene una gran responsabilidad. Y hay que añadir las obvias conexiones existentes entre el yihadismo y algunos de nuestros socios comerciales (Arabia Saudí) o patrocinadores de camisetas deportivas (Qatar).
Afrontar sin simplificaciones, sin cinismo y sin miedo una amenaza bien real. Porque el miedo, la cultura de la violencia o la intolerancia siempre han sido aliados del fanatismo.
Esto no es fácil. Nadie dice que lo sea. Stoltenberg lo sabe, perdió las elecciones tras los atentados. Bush las ganó haciendo de su reelección un plebiscito de la guerra en Iraq. Y sabemos que los mercaderes del odio, Le Pen en Francia o Pegida en Alemania, se relamen ante la situación.
Pero nos lo debemos. Nos los debemos por todo aquello que aspiramos representar. Por los principios que habían hecho de Europa no sólo un mapa, sino una idea que valía la pena defender.