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Una corbata de colores

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No es fácil salir en la portada de The New York Times. La primera vez que lo consiguió algo relacionado con Aragón fue en 1985, hace ahora 30 años: la caravana de Plan. El responsable remoto de aquello fue Frank Capra, el realizador de Qué bello es vivir. A finales de los 40 pensó en hacer una película inspirada en una noticia que descubrió en la prensa: un grupo de mujeres sudamericanas había atravesado el istmo de Panamá para encontrar marido entre los miembros de una colonia de rancheros. Pero a la Columbia, su productora, no le convenció la idea, y Capra le contó el proyecto a su amigo William A. Wellman. La historia derivó en un western ambientado en el siglo XIX y centrado en unas mujeres que organizan una caravana con la que recorren miles de kilómetros desde Chicago para llegar a California, a un valle sobrado de solteros que buscan esposa. El miércoles 2 de enero de 1985, a las 21.35, después del telediario y el programa Las cuentas claras, TVE emitió la película, Caravana de mujeres. Ya se había visto antes en la tele, pero esa noche tuvo unos espectadores muy particulares. No hemos valorado como merece la aportación de Frank Capra a la vida de Aragón.

En enero de 1985, el valle de Gistau, en el Pirineo de Huesca, también andaba sobrado de solteros. En el Bar Restaurante Casa Ruché de Plan, uno de los pueblos del valle, solían encontrarse muchos de esos tiones, a charlar, tomar cañas y tratar de espantar la soledad. En el pueblo vivían unas 170 personas pero solo había una chica soltera. Era 2 de enero y en Navidades la soledad parece más cruel. Otra Nochevieja sin poder besar a una novia.

Entonces, esa noche de miércoles, en la tele del bar, doce jóvenes vieron una película que les absorbió y con la que ya no pudieron sentirse más identificados. Alguno, animado por la cerveza, repentizó lo que podría parecer una travesura y que acabó siendo una bomba genial: ¿Y si montamos una caravana de mujeres? Entre los mozos estaban Miguel Ángel Fumanal, José Serveto, José María Fantova -actual alcalde de Plan- o Mariano Loste, tal vez el más encandilado, el más ansioso por encontrar pareja y el más empeñado en publicar un anuncio. Ellos doce y José López, el dueño de Casa Ruché, aportaron las 1300 pesetas del anuncio que el sábado 5 de enero salió publicado en los clasificados de Heraldo: "Se necesitan mujeres entre 20 y 40 años, con fines matrimoniales, para pueblo aragonés. Se atiende de 20 a 22 h. Teléfono: (974) 50.60.48. Miguel Ángel Fumanal Loscos. Plan (Huesca)". Ese fue el origen de uno de los acontecimientos más encantadores de la historia de Aragón.

Cuando Miguel Ángel Fumanal vio en el pueblo al primer reportero de televisión, sintió que el asunto se les había ido de las manos, pero ya era demasiado tarde para detener el tsunami. En unos pocos días, Plan se convirtió en uno de los pueblos más célebres de Europa. Recibían cientos de cartas en las que solteras de todos los lugares se autorretrataban con la intención de buscar marido: "Tengo 29 años y los ojos castaños, soy huérfana, mido 1,60 y peso 53 kilos". Llegaban cartas al Ayuntamiento y a la parroquia. El cura era uno de los que abría las cartas y, según los rasgos de la chica, se la proponía a uno u otro de los candidatos.

Fumanal se decía que si después de la avalancha de cartas no encontraba novia es que él estaba hecho para ser soltero. Mientras tanto, el valle se volcaba en la preparación de la gran fiesta de tres días prevista para marzo. Especialmente, los chicos de Plan vivían las semanas previas en un estado de máxima excitación: la mujer de su vida podía estar a la vuelta de la esquina.

El jueves siete de marzo llegaron a Plan tres autobuses con las mujeres. Los vehículos aparcaron en el centro del pueblo, en medio de una fabulosa expectación y un revuelo desconocido. Miles de personas se habían acercado a Plan. En primera fila, aguardando a las mujeres, como salidos de Bienvenido Mr. Marshall, se veía a los solterones de Plan, vestidos de domingo. Las chicas, al ver desde el autobús la que se había montado, se asustaron. Ninguna quería ser la primera en bajar. Paquita, de 21 años, fue la que dio el paso adelante. La fiesta de los tres días la siguió medio mundo. Los chicos de Plan, de Puturrú de Fua, fue una de las canciones del verano de 1986. Se celebraron ediciones anuales hasta 1989 y en muchos otros lugares de España se plagió la iniciativa. En Plan se formaron unas 40 parejas y unas 12 o 13 se quedaron a vivir en el valle. Como cabía sospechar, el primero que se casó fue Mariano Loste, con María Ángeles Pedreira. Solo se deshicieron tres matrimonios, el 8%, un porcentaje bajísimo, sobre todo si se considera cómo se habían conocido.

En el verano de 1993 pasé unos 20 días en Plan. Hacía ya cuatro años que se habían interrumpido las caravanas, pero allí me enteré de algunas cosas: Miguel Ángel Fumanal, el que firmó el anuncio en Heraldo, seguía soltero; Paquita, la primera valiente que bajó del autocar, tampoco había encontrado novio, pero se hizo organizadora de caravanas; una de las mujeres que se casó apenas había vuelto a salir de casa desde la boda; el cura que abría las cartas le propuso a una viuda gallega que había escrito buscando marido que fuera su casera y la mujer aceptó; los del pueblo comprobaron que, desde que la viuda entró en su vida, el cura parecía otro: se le veía feliz y los sermones le salían más cortos y entretenidos. Mi estancia en Plan coincidió con las fiestas: se me ha quedado grabada la imagen del cura sentado en la plaza, mirando a su casera mientras bailaba al ritmo de la orquesta. Siempre pensé que dentro de Plan había varias películas y series. Incluso les llegué a hablar de ello a Berlanga, Azcona y García Sánchez. Icíar Bollaín hizo una muy buena, Flores de otro mundo, coescrita por Julio Llamazares, -que estuvo a punto de filmarse en Calamocha- y el irlandés Aileen Ritchie rodó De profesión, solteros. Las dos películas cogían cosas de Plan. Pero no eran Plan.

Antes de los 80, Plan era un pueblecito muy bello pero aislado y casi inaccesible hasta hacía poco tiempo, afectado por una despoblación que parecía imparable y tocado por una moral y una mentalidad muy refractarias a la modernidad y el bullicio mediático y social. La caravana revolucionó el pueblo desde muchos puntos de vista, y lo proyectó en todo el planeta. Pero, tal vez, la principal revolución fue la mental. Mucho tiempo después, le escuché a José Puig, el alcalde de Plan en los años 80, algo estupendo: "La caravana nos puso una corbata de colores. Aún no nos la hemos quitado".



Este post fue publicado inicialmente en Heraldo de Aragón

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