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La última oportunidad de los pequeños pasos

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"Europa no se hará de una sola vez (...) sino con pequeños pasos hacia una solidaridad de hecho". La cita de los padres fundadores de la UE ha devenido ahora en sarcasmo: "Europa no se deshará de una sola vez (...) sino con pequeños pasos hacia su descomposición e insolidaridad de hecho".

Bordeando una tercera recesión, a estas alturas, la UE debe aún emerger de la peor crisis de su historia. Su origen fue financiero: la desregulación, la especulación y esas ventajas a los ricos para eludir sus impuestos que ahora rebotan sobre Juncker. Pero su causa eficiente fue su pésimo manejo. Y esa decisión fue política, por su determinación -la hegemonía conservadora- y por su orientación -la austeridad recesiva. Y por sus consecuencias: la pérdida del método europeo (su regubernamentalización), la desafección ciudadana (alta abstención, indignación), y el auge de la eurofobia (la explotación del cabreo contra la UE, sin más).

Salir de una vez del túnel ha de ser -tristemente, sigue siendo- la tarea de este mandato del Parlamento Europeo (PE) y de la Comisión. Los próximos 5 años: última oportunidad de reflotar la UE. Perdida esa cuenta atrás, sería demasiado tarde. No hay un segundo que perder: la política europea debe cambiar de rumbo. Más difícil todavía, ha de hacerlo desde la materialización de los peores pronósticos en las pasadas elecciones: aun reteniendo su mayoría, las formaciones europeístas han decrecido todas, aumentando las eurófobas. Tampoco se ha producido ningún giro a la izquierda: aunque en España creció en votos, su fragmentación aseguró irónicamente la victoria de un PP que se derrumbó en escaños. Urge mudar de política, por más que resulte arduo sin una mayoría distinta a la de la pasada legislatura y sin asumir el fracaso y sesgo contraproducente de los recortes y plazos de reducción del déficit. Por no hablar de sus brutales impactos antisociales y de la exasperación de las desigualdades.

¿Qué hacer? 1) En lo inmediato, lo contrario a lo ordenado en estos últimos años. Estímulos a la inversión, al crecimiento productivo y a la creación de empleo (especialmente el juvenil): esos 300.000 millones apalabrados por Juncker, cuya consignación aún no está ni se la espera, deberían financiarse con recursos frescos, presupuestos anticíclicos y suficiencia fiscal de los EE.MM y la UE. Relanzar la progresividad y una lucha coordinada contra el fraude, la elusión, el dumping fiscal y la competición a la baja en inequidad tributaria. Completar la Unión bancaria imponiendo transparencia: ¡no a los paraísos, ni fuera ni dentro de la UE! E introducir -¡que ya es hora!- la armonización laboral y la protección social: un pacto europeo de rentas y un estatuto europeo de los trabajadores. Y cambiar urgentemente de enfoque sobre inmigración regular, que no es una amenaza en un continente envejecido, combatiendo conjuntamente tanto los tráficos ilícitos como la explotación y los delitos de odio.

2) A medio plazo, será imperioso cambiar el papel del BCE, comprometerlo con el empleo y devaluar el euro. Y acometer reformas institucionales que desbloqueen el marasmo de una UE que chapotea (muddling through) en su impotencia e irrelevancia ante enormidades que escapan a su voluntad de respuesta. Empezando por el PE, para ajustar de una vez su iniciativa legislativa y su expresión del pluralismo político de la ciudadanía europea mediante opciones diferenciadas en las urnas. Sincronizando asimismo el mandato del PE con el "ciclo presupuestario" del Marco Financiero Plurianual, de modo que los ciudadanos puedan determinar con su voto la correlación de fuerzas que decidirá sobre la cuantía y suficiencia, o no, del gasto, y sobre la equidad o no del reparto de las cargas tributarias para financiar objetivos sometidos a debate sobre sus alternativas y su escrutinio y control. Pero también en el Consejo (para hacer frente al calvario de cumbres inconclusivas y de vetos y bloqueos que impiden la legislación y por tanto los avances). Y en la Comisión (para reducir el absurdo número y engranaje de sus 28 miembros).

¿Cómo remontar, cuanto antes, la incomparecencia de Europa en la arena de conflictos en los que se desangra la globalización? Ucrania, el Mediterráneo, las guerras en Oriente Medio, evidencian penosamente el desafío existencial del Tratado de Lisboa en política exterior. El muy mejorable Servicio Europeo debería dar lugar a una diplomacia común frente a la fragmentación ineficiente de soberanías residuales. La Política europea de Seguridad y Defensa debería desplegar unidades comunes de intervención, prevención, misiones de paz y promoción de intereses europeos en un mundo interpolar.

Una crisis tan política demanda de pasos políticos ciertamente no pequeños: politizar la UE, sus elecciones y partidos. Llenarla de contenidos políticos reconocibles y movilizadores para 500 millones, de los que un 60% ha optado por desentenderse de su cita con el PE, única institución legitimada en el sufragio universal y directo. Y hacer significativo el vínculo entre ciudadanos y espacio público europeo, y de la democracia la única legitimación de la política europea. Lo que exige derrotar, no solamente "superar", la ideología tecnocrática ("there is no alternative"), descartando decisiones que no puedan ser respaldadas por la ciudadanía.

Si no lo hacemos esta vez, y lo hacemos de una vez, avanzando a grandes pasos, los próximos 5 años habrán consumido en vano el último cartucho europeo de aquellos "pequeños pasos". Ese reloj de arena marca un compás de descuento contra la razón de ser de su modelo social y la resignación ante su decadencia. Suicida... pero, ¿inverosímil? Estamos todavía a tiempo.

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