"Charlie Hebdo" es una marca registrada. Lo está desde el año 2002 ante el Instituto Nacional de la Propiedad Industrial francés, a nombre de François Cavanna. La marca fue renovada por última vez en el año 2012, y se aplica a las categorías 16, 28, 35, 38 y 41 de la Clasificación de Niza, lo que significa que está protegida en Francia para productos de papel y cartón, juegos y juguetes, gestión de negocios comerciales, telecomunicaciones y servicios de formación y ocio. "Charlie Hebdo" distingue, obviamente, a , la publicación que lleva ese nombre.
Sin embargo, "Je suis Charlie" es un eslogan nacido de la solidaridad tras los sucesos de hace unas semanas. Su paternidad se atribuye a Joachim Roncin, director artístico de la revista "Stylist".
El hecho es que la red se ha inundado de merchandising de "Je suis Charlie": Etsy, Amazon o Zazzle ofrecen productos etiquetados con esta frase. Hay camisetas Charlie, chapas, tazas, pósters y decenas de gadgets. Sin embargo, "Je suis Charlie" no es una marca por sí misma. En la medida en que en muchos casos (perfiles de Facebook, insignias, etc.) ha sido espontáneamente utilizada por miles de usuarios tras los atentados de París, "Je suis Charlie" se ha convertido en un meme absoluto, con la particularidad de que en la mayoría de estas situaciones la representación gráfica de la frase incluía una reproducción parcial de la tipografía característica de la revista (tipografía que no coincide, de todos modos, con la representación gráfica de la marca "Charlie Hebdo"). Este uso ha sido lógicamente tolerado por los propietarios de la publicación, en razón de las particulares circunstancias en que se ha producido.
El problema, sin embargo, se encuentra en el uso comercial de la frase, en el hecho de que se esté estampando o aplicando a productos que se venden sin conexión alguna con la revista ni con sus responsables. El análisis ético es sencillo: tratar de hacer caja con el reclamo de un atentado terrorista es simplemente reprobable. El legal, sin embargo, resulta más aséptico: "Je suis Charlie" (yo soy Charlie) no solamente no goza de una protección exclusiva, sino que cabría preguntarse si realmente tiene el carácter distintivo que necesitaría para ser amparado por la legislación francesa. Que la frase arrastre unas connotaciones tan trágicas como notorias y que esas connotaciones impliquen a una publicación cuyo nombre completo (es decir, no solo la palabra Charlie) sí está registrado en Francia como marca comercial es una cosa, y que se pueda convertir en objeto de protección legal es otra diferente. El Instituto Nacional de la Propiedad Industrial francés ha asegurado que denegará cualquier solicitud de registro que pretenda apropiarse de la frase, decisión que tiene lógicas connotaciones políticas, a salvo de entenderla acaso también amparada por una prohibición de las contenidas en el artículo 3 de la Ley francesa de marcas de 1991 (denominaciones que contravengan la Ley, el orden público o las buenas costumbres).
De todos modos, "Je suis Charlie" circula fuera de Francia por medio mundo sin que el Instituto francés ni Joachim Roncin puedan controlar todos los usos que se hacen de la frase (en Argentina, sin ir más lejos, se han visto centenares de carteles que proclaman "Yo soy Nisman"), ni aún en realidad oponerse a ellos, aunque tengan fines comerciales. Tampoco Roncin podría controlar una fórmula que, de tan sencilla, por sí misma dificulta una reivindicación de paternidad: yo soy Espartaco, Ich bin ein Berliner...
Sin embargo, "Je suis Charlie" es un eslogan nacido de la solidaridad tras los sucesos de hace unas semanas. Su paternidad se atribuye a Joachim Roncin, director artístico de la revista "Stylist".
El hecho es que la red se ha inundado de merchandising de "Je suis Charlie": Etsy, Amazon o Zazzle ofrecen productos etiquetados con esta frase. Hay camisetas Charlie, chapas, tazas, pósters y decenas de gadgets. Sin embargo, "Je suis Charlie" no es una marca por sí misma. En la medida en que en muchos casos (perfiles de Facebook, insignias, etc.) ha sido espontáneamente utilizada por miles de usuarios tras los atentados de París, "Je suis Charlie" se ha convertido en un meme absoluto, con la particularidad de que en la mayoría de estas situaciones la representación gráfica de la frase incluía una reproducción parcial de la tipografía característica de la revista (tipografía que no coincide, de todos modos, con la representación gráfica de la marca "Charlie Hebdo"). Este uso ha sido lógicamente tolerado por los propietarios de la publicación, en razón de las particulares circunstancias en que se ha producido.
El problema, sin embargo, se encuentra en el uso comercial de la frase, en el hecho de que se esté estampando o aplicando a productos que se venden sin conexión alguna con la revista ni con sus responsables. El análisis ético es sencillo: tratar de hacer caja con el reclamo de un atentado terrorista es simplemente reprobable. El legal, sin embargo, resulta más aséptico: "Je suis Charlie" (yo soy Charlie) no solamente no goza de una protección exclusiva, sino que cabría preguntarse si realmente tiene el carácter distintivo que necesitaría para ser amparado por la legislación francesa. Que la frase arrastre unas connotaciones tan trágicas como notorias y que esas connotaciones impliquen a una publicación cuyo nombre completo (es decir, no solo la palabra Charlie) sí está registrado en Francia como marca comercial es una cosa, y que se pueda convertir en objeto de protección legal es otra diferente. El Instituto Nacional de la Propiedad Industrial francés ha asegurado que denegará cualquier solicitud de registro que pretenda apropiarse de la frase, decisión que tiene lógicas connotaciones políticas, a salvo de entenderla acaso también amparada por una prohibición de las contenidas en el artículo 3 de la Ley francesa de marcas de 1991 (denominaciones que contravengan la Ley, el orden público o las buenas costumbres).
De todos modos, "Je suis Charlie" circula fuera de Francia por medio mundo sin que el Instituto francés ni Joachim Roncin puedan controlar todos los usos que se hacen de la frase (en Argentina, sin ir más lejos, se han visto centenares de carteles que proclaman "Yo soy Nisman"), ni aún en realidad oponerse a ellos, aunque tengan fines comerciales. Tampoco Roncin podría controlar una fórmula que, de tan sencilla, por sí misma dificulta una reivindicación de paternidad: yo soy Espartaco, Ich bin ein Berliner...