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Un Gobierno sin mujeres

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La historia de la humanidad es la de una larga búsqueda de la libertad y la igualdad,-"las dos caras de un mismo ideal: el ideal democrático"(Rawls)-, también de la solidaridad. Esa búsqueda ha sido siempre más difícil y larga para las mujeres, que cada día estamos más lejos de alcanzarlas. La libertad la buscan los que no la tienen, la solidaridad la reclaman los que sufren y la igualdad de género se da por supuesta y ya no preocupa; se habla, sí, de igualdad de oportunidades, pero no se subraya que la primera de ellas es hacer real la que afecta a la vida de las mujeres.

Las mujeres fuimos excluidas del reconocimiento de los derechos y tuvimos que emplear siglos en su consecución. Ya Rousseau en su Contrato social (1762) decía: "Si se busca en qué consiste el bien más preciado de todos, que ha de ser objeto de toda la legislación, se encontrará que todo se reduce a dos cuestiones principales: la libertad y la igualdad, sin la cual la libertad no puede existir". Paradójicamente, en ese mismo texto, se excluye a las mujeres de los derechos de ciudadanía, manteniéndolas en el ámbito privado y en la gestión de lo doméstico y, por tanto, alejadas de lo público. Este contrato sobre la libertad fue también un contrato sobre la sujeción. El contrato social, como pacto entre iguales, solo entre hombres, incluyó un contrato sexual con las mujeres. Quedan excluidas de lo público basándose en que su naturaleza les impide formar parte de la comunidad civil y política.

Esta gravísima exclusión social está teniendo muy duras y largas consecuencias para las mujeres. La medula de lo que se conoce como sociedad patriarcal no se ha roto. Somos deudoras de un movimiento, el feminista, cuyas raíces están en la Ilustración, que es un movimiento social, plural y diverso. Las mujeres no somos un colectivo más que sufre marginación, somos la mitad de la humanidad, privadas de una esfera propia de ciudadanía y libertad.

La crisis lo está arrasando todo, la igualdad más todavía, sin ser conscientes de que cuando las desigualdades crecen, las injusticias también aumentan. Pepe Griñán, antes de que yo conociera nada sobre Thomas Piketty, habló de la economía de la igualdad para insistir en que "la igualdad en tiempos de crisis es más necesaria que nunca, para avanzar en justicia y democracia y reactivar la economía". En el reciente Foro de Davos, Inga Beale, la primera mujer que en sus 325 años de historia, dirige el Lloyd's of London, declaró que "la presencia de mujeres no es solo una cuestión de justicia social, sino también de prosperidad económica".

Todo esto viene a cuento por la composición del Gobierno griego, sin mujeres, formado por Alexis Tsipras, que parece no saber algo muy reiterado: sin mujeres no hay democracia. No puede haber un Gobierno griego sin griegas en la Europa del siglo XXI, ni debería haberlo en ningún lugar del mundo.

No sirve ningún argumento: ni que antes tampoco había mujeres, ni que lo que realmente importa es que lo hagan bien y resuelvan los problemas de desigualdad y pobreza de la sociedad griega, ni nada. No se puede gobernar sin contar con las mujeres. Duele más porque ha sido ese Gobierno de izquierdas que muchas personas han votado como el salvador y modelo a seguir por el resto de los países europeos que quieren hacer frente a la injusta política de austeridad de la UE. Así no se democratiza ni el poder ni la riqueza.

La tremenda crisis de la UE es evidente, en ella parece que solo mandan los mercados - y "la prima"-, pero tenemos también una crisis moral y de principios evidente. ¿Cómo es posible que, al menos como símbolo, en la tierra en la que nació una de las grandes heroínas de la historia, Antígona, no haya mujeres en su Gobierno? En Grecia, el 52% de la población son mujeres con formación y preparación igual o mejor que la del 48% de los hombres. No sirve que haya seis viceministras. Las mujeres queremos "la mitad del cielo, la mitad de la tierra, la mitad del poder". Alcanzarlo está costando, a muchas generaciones de mujeres, sangre, sudor y lágrimas. No podemos consentir que nos arrebaten de esta manera lo que tanto ha costado ganar. "La desigualdad asesina a la democracia", dice Antón Costas. Añado, la primera desigualdad es la de género. Habrá que reconocer constitucionalmente la igualdad de género.

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