La victoria de Syriza en las elecciones griegas -descontada hace meses- es objeto obligado de reflexión y comentario en todas las tribunas. También aquí, en esta cita de opinión, comprometida con Europa y desde hace años a disgusto con el estado de la UE.
He expresado muchas veces mi rechazo por la agitación del miedo ante la largamente previsible victoria de Syriza. Finalmente confirmada, la saludo con satisfacción. Y, por supuesto, con respeto a lo que los ciudadanos deciden votar libremente en las urnas, no escondo mi consternación por el ascenso neonazi de los energúmenos de la Aurora Dorada, nada menos que tercera fuerza en el nuevo Parlamento heleno.
Ni en un sentido ni en otro, ni tampoco en la derrota de los partidos tradicionales que se han alternado durante décadas en la política griega, nada de lo ocurrido es casual ni accidental. Los griegos han reaccionado contra una política abyecta que bajo el mantra falaz de que "no hay alternativa" ha impuesto sádicamente al paciente señalado como el eslabón más débil de la moneda única un tratamiento sangrante, del todo contraindicado con su salud y bienestar, tal y como ha evidenciado el brutal empeoramiento de todas sus constantes vitales.
Con todo lo escrito estos días, nunca se subraya bastante que el descontrol de las cuentas públicas griegas no lo causó la izquierda, sino los cinco años de gobierno de derechas con la Nea Demokratia (PP europeo) de Kostas Karamanlis. A la resonante victoria del PASOK de Papandreu en diciembre de 2009 subsiguió el afloramiento de un déficit y una deuda pública muy superior a la hasta entonces validada por la UE y la auditoría mendaz que había ejercitado Goldman Sachs.
Con todo, la economía griega comporta la décima parte del PIB español, y apenas un 2% de toda la UE. La deuda total, tras el chequeo, ascendía al 150% del PIB, aproximadamente 150.000 millones de euros. La terapia de castigo impuesto por la Alemania de Merkel y el posterior rigor mortis del cruel austericidio no sólo no lo han disminuido -después de 6 años de recesión, reducción drástica del PIB de casi un 50%, del empobrecimiento dramático de clases medias y la inhumana trituración de los trabajadores, con el desmantelamiento de los últimos vestigios del Estado social en Grecia-, sino que lo han aumentado ¡hasta casi el 200% del PIB! Y ello a pesar de que Grecia ha impuesto una reducción de su "déficit primario" y el de su gasto público como ningún otro país en toda la historia de la UE.
El problema de Grecia no era ni es cuantitativo. Haber liquidado una deuda de 150.000 millones no hubiera sido difícil para una UE que movilizó 800.000 millones de euros en el rescate de la banca el mismo año que sometía a los griegos a una mortificación y tortura carente de precedentes e incompatible con la idea de una Europa cohesiva, solidaria e integradora, que nada tiene ahora que ver con la percepción de la UE -identificada con la Troika, los castigos y sanciones- ha expresado las urnas.
La verdadera cuestión era cualitativa: imponer ese castigo no tenía como objetivo rescatar a Grecia, ni mucho menos a los griegos más golpeados por tal injusto reparto de sacrificios, sino rescatar a los bancos (principalmente alemanes). Esto es, los acreedores que habían financiado hasta esa fecha el endeudamiento exterior de la economía helena.
El colmo del cinismo se alcanza cuando se ha argumentado durante todos estos años que permitir a Grecia "reestructurar" o "renegociar" tan impagable deuda ¡conllevaría un pernicioso "riesgo moral" en la UE! Bajo ese repulsivo eufemismo se agazapa la teoría de que permitir al deudor sobrevivir a su deuda, y mantenerlo no sólo a flote en su desesperación, sino con la esperanza de volver a reencontrar la autoestima quebrantada, era incitarle poco menos que a "rebajar la guardia" e "instalarse en la pereza" de la "irresponsabilidad moral" por su "mal comportamiento" en el pasado inmediato.
De lejos, este coste moral es lo más rechazable de la ideología que ha acompañado la perversa y desastrosa gestión de la Gran Recesión impuesta por la derecha europea bajo el comando de Merkel y la derecha alemana: la de culpabilizar de sus padecimientos a los paganos del diseño congénitamente defectuoso y la obligada retribución expiatoria, por los pecados cometidos.
Esa dieta hipocalórica, de caballo, rayana en la anorexia y en la consiguiente y drástica pérdida de peso del paciente sometido a tan despiadada terapia, fue impuesta a Grecia, España, Portugal... y por extensión a Francia e Italia. Y vino acompañada también de un sórdido siniestro cuadro de imposiciones ideológicas, por el que supuestamente ni a Zapatero ni a Papandreu les convenía "fotografiarse" juntos, debiendo ambos preferir "hacerse la foto con Merkel", cuya desastrosa visión de Europa llevaría a la desdicha y a la derrota más dura A sus experiencias de Gobierno.
La lección moral de la victoria de Tsipras trasciende de lejos los contornos de una mera moraleja.
Compele a una alternancia al austericismo suicida que ha prolongado la agonía de la Gran Recesión, y ha causado a estas alturas un daño incuantificable a la integración europea, confrontando a buena parte de la opinión del sur -notoriamente, de la griega- contra el verdugo de la Troika y, por extensión, contra Alemania, con la estigmatización recíproca contra la Europa del Sur por sus acreedores, la injusta Europa alemana sobre la que escribió el recientemente fallecido sociólogo alemán Ulrick Beck.
Por último, dos reflexiones: A) Ahora haría falta no sólo renegociar la deuda (aplazamiento, aligeramiento de los tipos, flexibilidad de los términos de liquidación del rescate...) sino cambiar de política. Radicalmente; cuanto antes. B) Syriza no es Podemos: su identidad inequívoca es de izquierda radical, pero también es una formación contrastada con la experiencia de Gobierno..., no en tertulias de televisión, y su proyecto ha transitado hacia el realismo cuajado en la autoexigente brega de la seriedad y de la severidad ante la gravedad de lo que está pasando.