Ayer soñé que había recursos económicos suficientes para solucionar los grandes problemas del país porque quienes declaran ingresar por encima del medio millón de euros pagaban hasta el 75% de impuestos, y todas las grandes empresas, un impuesto de sociedades similar a la media existente en la UE, teniendo así la ciudadanía satisfactoriamente cubiertas sus necesidades sociales, económicas, culturales, educativas y sanitarias.
En el Parlamento había una verdadera representación proporcional, ya que los grupos políticos habían convenido en cambiar la ley electoral, más allá de las circunscripciones provinciales. Nuestros parlamentarios y gobernantes ofrecieron sanidad pública gratuita a todas y todos, incluidas las personas desempleadas, sin hogar o sin ingresos suficientes, nacionalizaron todas las clínicas y los hospitales, eliminaron la participación privada en el sistema público de salud y cualquier tipo de copago en los servicios sanitarios. Mi sueño se tiñó de hermosos colores cuando vi que habían apostado sin ambages por las energías renovables y por la protección del medio ambiente.
Soñé también que la igualdad de género y la igualdad salarial para hombres y mujeres eran ya un hecho contante y sonante, el salario mínimo interprofesional daba para vivir dignamente, los edificios públicos y privados no utilizados estaban destinados a alojar a las personas sin hogar, los productos de primera necesidad tenían una fiscalidad muy reducida, y la Ley Laboral impuesta por el PP y la LOMCE eran ya meras antiguallas del pasado. En consecuencia, los convenios colectivos habían vuelto a existir en la sociedad, recuperando de paso los derechos sociales, laborales y económicos, así como las libertades cívicas que nos habían arrebatado.
Y mi sueño continuó... Estaba en pleno vigor y funcionamiento el impuesto a las transacciones financieras, regulado por organismos populares y no gubernamentales (¡la tasa Tobin y las justas reivindicaciones de ATTAC eran una realidad!). Estaban prohibidos los derivados financieros especulativos (SWAPS, CDS...) y abolidos los privilegios fiscales de los que disfruta la iglesia católica, al igual que el Concordato de 1953 y los Acuerdos de 1979. El secreto bancario estaba al servicio del pueblo y no de los ricos, y el fraude fiscal y la evasión de capitales eran implacablemente combatidos por un número suficiente de inspectores y técnicos de Hacienda. Sin embargo, la economía no se circunscribía al bienestar de un solo país o de un grupo de países, sino al bienestar de todo el género humano, principalmente quienes carecían de los derechos y los servicios más fundamentales, de tal forma que la inmigración forzada apenas existía, pues cada persona estaba a gusto en el lugar donde nace y vive.
La educación era pública, laica, y no estaba consideraba como un gasto, sino como una inversión de futuro y de presente. La banca estaba nacionalizada en su totalidad, al igual que las grandes empresas de sectores estratégicos para el crecimiento y el funcionamiento del país (energía, vías de comunicación, telefonía, medios de comunicación, transportes...), las prestaciones de desempleo para los parados garantizaban una vida digna, al mismo tiempo que aumentaba la protección social para las familias monoparentales, los ancianos, los discapacitados y los hogares sin ingresos.
Asimismo, se había llevado a cabo una auditoria sobre la deuda pública, detectándose el origen, la identidad y la cuantía de la deuda ilegítima, por lo que se había exigido su devolución y renegociado los pagos hasta la auténtica recuperación económica y la creación de puestos de trabajo (no empleos de humo) reales y dignos. Por su parte, las Fuerzas del orden custodiaban el orden social del pueblo y no el orden social de los intereses de los ricos.
A los narcotraficantes (y a quienes viven opíparamente de su eterna persecución calculada) se les había acabado el chollo, ya que estaba despenalizado el consumo de drogas, solo se combatía el tráfico y eran suficientes y efectivos los fondos para los centros públicos de desintoxicación. Ningún soldado pintaba ya nada fuera de las fronteras de su país. Y a propósito de fronteras, riadas de turistas visitaban el Estado Palestino con sus fronteras de 1967. Así las cosas, Israel había podido percatarse sobradamente de que nadie quería atacarlo en un clima de justicia y respeto mutuos. En mi país casi nadie se acordaba ya del significado de las siglas OTAN.
Finalmente, me desperté. Envuelto aún en el aroma de un café, me disponía a leer el correo electrónico, cuando vi unas cuartillas sobre el teclado del ordenador. Reconocí el símbolo multicolor de Syriza, el acrónimo y el nombre completo del partido heleno triunfante en las elecciones de enero de 2015, seguidos por un título: PROGRAMA DE SYRIZA. Tras leer las 40 propuestas breves de aquel Programa, caí en la cuenta de que mi sueño coincidía literalmente con las propuestas del Programa electoral de Syriza. Y desde ese instante, no he dejado de soñar un solo segundo.
En el Parlamento había una verdadera representación proporcional, ya que los grupos políticos habían convenido en cambiar la ley electoral, más allá de las circunscripciones provinciales. Nuestros parlamentarios y gobernantes ofrecieron sanidad pública gratuita a todas y todos, incluidas las personas desempleadas, sin hogar o sin ingresos suficientes, nacionalizaron todas las clínicas y los hospitales, eliminaron la participación privada en el sistema público de salud y cualquier tipo de copago en los servicios sanitarios. Mi sueño se tiñó de hermosos colores cuando vi que habían apostado sin ambages por las energías renovables y por la protección del medio ambiente.
Soñé también que la igualdad de género y la igualdad salarial para hombres y mujeres eran ya un hecho contante y sonante, el salario mínimo interprofesional daba para vivir dignamente, los edificios públicos y privados no utilizados estaban destinados a alojar a las personas sin hogar, los productos de primera necesidad tenían una fiscalidad muy reducida, y la Ley Laboral impuesta por el PP y la LOMCE eran ya meras antiguallas del pasado. En consecuencia, los convenios colectivos habían vuelto a existir en la sociedad, recuperando de paso los derechos sociales, laborales y económicos, así como las libertades cívicas que nos habían arrebatado.
Y mi sueño continuó... Estaba en pleno vigor y funcionamiento el impuesto a las transacciones financieras, regulado por organismos populares y no gubernamentales (¡la tasa Tobin y las justas reivindicaciones de ATTAC eran una realidad!). Estaban prohibidos los derivados financieros especulativos (SWAPS, CDS...) y abolidos los privilegios fiscales de los que disfruta la iglesia católica, al igual que el Concordato de 1953 y los Acuerdos de 1979. El secreto bancario estaba al servicio del pueblo y no de los ricos, y el fraude fiscal y la evasión de capitales eran implacablemente combatidos por un número suficiente de inspectores y técnicos de Hacienda. Sin embargo, la economía no se circunscribía al bienestar de un solo país o de un grupo de países, sino al bienestar de todo el género humano, principalmente quienes carecían de los derechos y los servicios más fundamentales, de tal forma que la inmigración forzada apenas existía, pues cada persona estaba a gusto en el lugar donde nace y vive.
La educación era pública, laica, y no estaba consideraba como un gasto, sino como una inversión de futuro y de presente. La banca estaba nacionalizada en su totalidad, al igual que las grandes empresas de sectores estratégicos para el crecimiento y el funcionamiento del país (energía, vías de comunicación, telefonía, medios de comunicación, transportes...), las prestaciones de desempleo para los parados garantizaban una vida digna, al mismo tiempo que aumentaba la protección social para las familias monoparentales, los ancianos, los discapacitados y los hogares sin ingresos.
Asimismo, se había llevado a cabo una auditoria sobre la deuda pública, detectándose el origen, la identidad y la cuantía de la deuda ilegítima, por lo que se había exigido su devolución y renegociado los pagos hasta la auténtica recuperación económica y la creación de puestos de trabajo (no empleos de humo) reales y dignos. Por su parte, las Fuerzas del orden custodiaban el orden social del pueblo y no el orden social de los intereses de los ricos.
A los narcotraficantes (y a quienes viven opíparamente de su eterna persecución calculada) se les había acabado el chollo, ya que estaba despenalizado el consumo de drogas, solo se combatía el tráfico y eran suficientes y efectivos los fondos para los centros públicos de desintoxicación. Ningún soldado pintaba ya nada fuera de las fronteras de su país. Y a propósito de fronteras, riadas de turistas visitaban el Estado Palestino con sus fronteras de 1967. Así las cosas, Israel había podido percatarse sobradamente de que nadie quería atacarlo en un clima de justicia y respeto mutuos. En mi país casi nadie se acordaba ya del significado de las siglas OTAN.
Finalmente, me desperté. Envuelto aún en el aroma de un café, me disponía a leer el correo electrónico, cuando vi unas cuartillas sobre el teclado del ordenador. Reconocí el símbolo multicolor de Syriza, el acrónimo y el nombre completo del partido heleno triunfante en las elecciones de enero de 2015, seguidos por un título: PROGRAMA DE SYRIZA. Tras leer las 40 propuestas breves de aquel Programa, caí en la cuenta de que mi sueño coincidía literalmente con las propuestas del Programa electoral de Syriza. Y desde ese instante, no he dejado de soñar un solo segundo.