La Unión Europea ha construido a lo largo de mas de medio siglo, una zona de estabilidad, democracia y desarrollo sostenible, al tiempo que ha mantenido la diversidad cultural, la tolerancia y las libertades individuales. La Unión está comprometida a compartir sus logros y sus valores con países y pueblos allende sus fronteras.
Cual Sísifo, la Unión sube y baja la montaña en busca de actores con quienes compartir o a quienes insuflar nuestros valores. El empeño no es arduo con quienes los comparten, pero sí con quienes están alejados de ellos. No obstante, en esta tarea Bruselas no atiende a matices y lo mismo establece especiales relaciones con países como Brasil o India, que con China, la de Pekín. A la categoría máxima de relación la denomina "asociación estratégica", lo que en teoría supone un vínculo fraternal prácticamente insuperable.
Pero, ¿qué hay de los supuestos valores comunes? Ni comunes ni compartidos en ninguno de los aspectos de la relación. Mientras Pekín defiende a ultranza el principio de la soberanía estatal y la no injerencia en los asuntos internos, Europa promueve el principio de la responsabilidad de proteger y de la intervención humanitaria. De ahí que sea tan difícil lograr un acuerdo (¡mucho menos estratégico!) en temas como la primavera árabe, Siria, Oriente Próximo o Zimbabue. Puntualmente, Pekín denomina "incidente" a lo que nosotros llamamos matanza: Tianamen, 1989.
Esto en lo internacional. En lo económico, ambos socios "estratégicos" se hallan enfrentados en diversas pugnas judiciales y políticas, que van desde la denuncia por parte de Europa, EEUU y Japón ante la Organización Mundial del Comercio por la política de exportación de las llamadas "tierras raras" hasta la negativa de Pekín de pagar por el exceso de emisiones de gases contaminantes que impone Bruselas. En su día, además, amenazó con cancelar pedidos de Airbus por valor de 14.000 millones de euros. En fin, unas cuantas amabilidades estratégicas con las que nos obsequia.
En definitiva, la "asociación estratégica" pekino-bruselense es un bluf, un ejercicio de mutua hipocresía, porque ambas partes son conscientes de que las diferencias en sistemas y principios políticos, valores, normas y prácticas son barreras que impiden o dificultan el surgimiento de la confianza.
Por si estas consideraciones fueran insuficientes, para convencer al lector de mi posición al respecto, he aquí una información adicional de fuente china hecha pública hace un par de días: "El ministro chino de Educación ha prometido que los valores occidentales jamás serán consentidos en los colegios del país" (Financial Times, 31-01-2014). Según la agencia oficial de noticias, el ministro Yuan Guiren ha declarado que "jamás permitiremos que los libros de texto que promueven los valores occidentales entren en nuestras clases. No permitiremos el acceso a nuestras universidades de cualquier punto de vista que ataque o difame a la dirección del partido o que rechace el socialismo".
Desde el acceso al poder de Xi Jinping, se ha estrechado el cerco sobre la libertad de expresión y detenido (y algunos, obtenido, largas penas de prisión) a centenares de disidentes, activistas y periodistas, reafirmando la intolerancia para con todo tipo de crítica. Maestros y profesores universitarios han sido obligados a seguir escrupulosamente la línea del partido en todo tipo de materias, de la Historia a la Geografía. Se ha prohibido expresamente todo tipo de discusión académica sobre la libertad de prensa, el respeto y actividades de la sociedad civil o el constitucionalismo.
El propio Xi proclamó el pasado diciembre que debía intensificarse el adoctrinamiento ideológico en colegios y universidades y enfatizar el estudio del marxismo. En este ambiente, algunas autoridades académicas han llegado a manifestar que instalarían circuitos cerrados de televisión en las aulas universitarias para garantizar la debida corrección exigida y evitar la difusión de las ideas occidentales prohibidas. Por si ello fuera insuficiente, se ha extendido la presencia en numerosos campus universitarios de guarniciones paramilitares permanentes. A la vista de todo esto, no debe ser casual que se hayan multiplicado las peticiones para estudiar en Occidente. En 2014, por ejemplo, los estudiantes chinos en EEUU habían crecido un 17%, y llegado a 275.000, lo que supone un 31% de todos los estudiantes extranjeros en ese país, y convierte a China en la mayor exportadora de estudiantes. Es prematuro preguntarse si la mayoría de ellos retornarán en su día a su país de origen y contribuirán en una u otra medida a forzar la evolución de la lamentable situación de hoy en día. Ignoro si volverán y qué podrán lograr.
No me cabe, sin embargo, la menor duda sobre con cuál de las dos Chinas debería mantener la Unión Europea una asociación estratégica. ¿Con Pekín o con Taipei? Sin duda, con este último. Sé que es una pretensión utópica, pero yo me refiero a una pretensión moral. Sé que la República Popular China tiene casi mil cuatrocientos millones de habitantes (muchos de los cuales, si pudieran, emigrarían) y la República de China (Taiwán), tan sólo 25. Postura ética que rechaza (tan sólo sobre el papel, pues carezco de instrumentos para ir más allá) el absurdo de una "asociación estratégica" con dirigentes que inculcan en colegios y universidades las sinrazones que he descrito.
Me sirven estas líneas sólo para evidenciar que -a pesar de los gigantescos intereses económicos por parte de China y Europa que fundamentan esa estrategia- si no la lógica, al menos la moral deberían empujarnos hacia Taipei, capital de Taiwán. Una sociedad democrática que sí comparte nuestros valores desde una cultura respetablemente diferente. Con libertad de prensa, expresión, de manifestación y de partidos, y en cuyas universidades -como en las europeas- no existe el adoctrinamiento totalitario del continente de Xi. Independientemente de por qué partido se vote, hay en Taiwán una sociedad viva, libre y activa. El informe Libertad en el mundo 2014, de la Freedom House norteamericana, destaca la viveza de su sociedad civil y, en una escala de uno a siete (siendo uno el grado de mayor libertad), sitúa a Taipei en el uno.
En mi visita a Taiwán de hace un año (he estado asimismo varias veces en la China de Xi Jinping y de su predecesor, Hu Jintao), leí en el Taipei Times (24-01-14) algo referido al presidente de la República, que como español, me resultó familiar: "Cuando a un dirigente incompetente no se le exige nunca responsabilidad por sus errores y se le permite -adulado con sonrisas- mantenerse en el puesto, algo terriblemente malsano existe en la política del país". Existirá, pero se puede denunciar en la prensa. Pero sobre todo, me impactó saber que en Taiwan hay un precedente que muy pocas veces ha tenido lugar en un país occidental (y que, por supuesto, no es posible en la China continental): el procesamiento y condena de un presidente de la República. Tras perder las elecciones en 2008, en parte por escándalos de corrupción, Chen Shuiban, líder del Partido Democrático Progresista, fue juzgado y condenado en 2009 por corrupción a 17 años, a los que otro tribunal añadió 18 años en 2011. Por supuesto, nada ni lejanamente similar es posible en la República Popular China.
De ahí que, ante la pregunta (con o sin asociación estratégica) "¿Pekín o Taipei?", sin duda respondo: Taiwán.
Cual Sísifo, la Unión sube y baja la montaña en busca de actores con quienes compartir o a quienes insuflar nuestros valores. El empeño no es arduo con quienes los comparten, pero sí con quienes están alejados de ellos. No obstante, en esta tarea Bruselas no atiende a matices y lo mismo establece especiales relaciones con países como Brasil o India, que con China, la de Pekín. A la categoría máxima de relación la denomina "asociación estratégica", lo que en teoría supone un vínculo fraternal prácticamente insuperable.
Pero, ¿qué hay de los supuestos valores comunes? Ni comunes ni compartidos en ninguno de los aspectos de la relación. Mientras Pekín defiende a ultranza el principio de la soberanía estatal y la no injerencia en los asuntos internos, Europa promueve el principio de la responsabilidad de proteger y de la intervención humanitaria. De ahí que sea tan difícil lograr un acuerdo (¡mucho menos estratégico!) en temas como la primavera árabe, Siria, Oriente Próximo o Zimbabue. Puntualmente, Pekín denomina "incidente" a lo que nosotros llamamos matanza: Tianamen, 1989.
Esto en lo internacional. En lo económico, ambos socios "estratégicos" se hallan enfrentados en diversas pugnas judiciales y políticas, que van desde la denuncia por parte de Europa, EEUU y Japón ante la Organización Mundial del Comercio por la política de exportación de las llamadas "tierras raras" hasta la negativa de Pekín de pagar por el exceso de emisiones de gases contaminantes que impone Bruselas. En su día, además, amenazó con cancelar pedidos de Airbus por valor de 14.000 millones de euros. En fin, unas cuantas amabilidades estratégicas con las que nos obsequia.
En definitiva, la "asociación estratégica" pekino-bruselense es un bluf, un ejercicio de mutua hipocresía, porque ambas partes son conscientes de que las diferencias en sistemas y principios políticos, valores, normas y prácticas son barreras que impiden o dificultan el surgimiento de la confianza.
Por si estas consideraciones fueran insuficientes, para convencer al lector de mi posición al respecto, he aquí una información adicional de fuente china hecha pública hace un par de días: "El ministro chino de Educación ha prometido que los valores occidentales jamás serán consentidos en los colegios del país" (Financial Times, 31-01-2014). Según la agencia oficial de noticias, el ministro Yuan Guiren ha declarado que "jamás permitiremos que los libros de texto que promueven los valores occidentales entren en nuestras clases. No permitiremos el acceso a nuestras universidades de cualquier punto de vista que ataque o difame a la dirección del partido o que rechace el socialismo".
Desde el acceso al poder de Xi Jinping, se ha estrechado el cerco sobre la libertad de expresión y detenido (y algunos, obtenido, largas penas de prisión) a centenares de disidentes, activistas y periodistas, reafirmando la intolerancia para con todo tipo de crítica. Maestros y profesores universitarios han sido obligados a seguir escrupulosamente la línea del partido en todo tipo de materias, de la Historia a la Geografía. Se ha prohibido expresamente todo tipo de discusión académica sobre la libertad de prensa, el respeto y actividades de la sociedad civil o el constitucionalismo.
El propio Xi proclamó el pasado diciembre que debía intensificarse el adoctrinamiento ideológico en colegios y universidades y enfatizar el estudio del marxismo. En este ambiente, algunas autoridades académicas han llegado a manifestar que instalarían circuitos cerrados de televisión en las aulas universitarias para garantizar la debida corrección exigida y evitar la difusión de las ideas occidentales prohibidas. Por si ello fuera insuficiente, se ha extendido la presencia en numerosos campus universitarios de guarniciones paramilitares permanentes. A la vista de todo esto, no debe ser casual que se hayan multiplicado las peticiones para estudiar en Occidente. En 2014, por ejemplo, los estudiantes chinos en EEUU habían crecido un 17%, y llegado a 275.000, lo que supone un 31% de todos los estudiantes extranjeros en ese país, y convierte a China en la mayor exportadora de estudiantes. Es prematuro preguntarse si la mayoría de ellos retornarán en su día a su país de origen y contribuirán en una u otra medida a forzar la evolución de la lamentable situación de hoy en día. Ignoro si volverán y qué podrán lograr.
No me cabe, sin embargo, la menor duda sobre con cuál de las dos Chinas debería mantener la Unión Europea una asociación estratégica. ¿Con Pekín o con Taipei? Sin duda, con este último. Sé que es una pretensión utópica, pero yo me refiero a una pretensión moral. Sé que la República Popular China tiene casi mil cuatrocientos millones de habitantes (muchos de los cuales, si pudieran, emigrarían) y la República de China (Taiwán), tan sólo 25. Postura ética que rechaza (tan sólo sobre el papel, pues carezco de instrumentos para ir más allá) el absurdo de una "asociación estratégica" con dirigentes que inculcan en colegios y universidades las sinrazones que he descrito.
Me sirven estas líneas sólo para evidenciar que -a pesar de los gigantescos intereses económicos por parte de China y Europa que fundamentan esa estrategia- si no la lógica, al menos la moral deberían empujarnos hacia Taipei, capital de Taiwán. Una sociedad democrática que sí comparte nuestros valores desde una cultura respetablemente diferente. Con libertad de prensa, expresión, de manifestación y de partidos, y en cuyas universidades -como en las europeas- no existe el adoctrinamiento totalitario del continente de Xi. Independientemente de por qué partido se vote, hay en Taiwán una sociedad viva, libre y activa. El informe Libertad en el mundo 2014, de la Freedom House norteamericana, destaca la viveza de su sociedad civil y, en una escala de uno a siete (siendo uno el grado de mayor libertad), sitúa a Taipei en el uno.
En mi visita a Taiwán de hace un año (he estado asimismo varias veces en la China de Xi Jinping y de su predecesor, Hu Jintao), leí en el Taipei Times (24-01-14) algo referido al presidente de la República, que como español, me resultó familiar: "Cuando a un dirigente incompetente no se le exige nunca responsabilidad por sus errores y se le permite -adulado con sonrisas- mantenerse en el puesto, algo terriblemente malsano existe en la política del país". Existirá, pero se puede denunciar en la prensa. Pero sobre todo, me impactó saber que en Taiwan hay un precedente que muy pocas veces ha tenido lugar en un país occidental (y que, por supuesto, no es posible en la China continental): el procesamiento y condena de un presidente de la República. Tras perder las elecciones en 2008, en parte por escándalos de corrupción, Chen Shuiban, líder del Partido Democrático Progresista, fue juzgado y condenado en 2009 por corrupción a 17 años, a los que otro tribunal añadió 18 años en 2011. Por supuesto, nada ni lejanamente similar es posible en la República Popular China.
De ahí que, ante la pregunta (con o sin asociación estratégica) "¿Pekín o Taipei?", sin duda respondo: Taiwán.