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¿Ha enterrado la rebelión griega a la austeridad alemana?

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No hace mucho tiempo, los políticos y periodistas alemanes declaraban con confianza que había acabado la crisis del euro; Alemania y la Unión Europea, creían, había amainado el temporal. Hoy en día, sabemos que este fue sólo un error más en una continua crisis plagada de errores. El último fallo, como la mayoría de los anteriores, procedía de una ilusión y, una vez más, es Grecia quien ha roto este sueño.

Incluso antes de la apabullante victoria de Syriza en las últimas elecciones griegas, era obvio que, lejos de haber terminado, la crisis amenazaba con empeorar. La austeridad -la política de economizar a base de una caída de la demanda-, básicamente, no funciona. En una economía venida a menos, la deuda de un país en proporción con el PIB aumenta en lugar de disminuir, y los países en crisis agobiados por la recesión se han sumido en una depresión, lo que ha dado lugar al desempleo en masa, a niveles alarmantes de pobreza y a escasas esperanzas.

Las advertencias de que se produciría una severa reacción política fueron ignoradas. Obcecados por el tabú de la inflación, tan arraigado en Alemania, el Gobierno de la canciller Angela Merkel insistió con testarudez en que el dolor de la austeridad era necesario para la recuperación económica; la UE tenía pocas alternativas para salir adelante. Ahora, cuando los votantes griegos han sacado a la élite corrupta y agotada de su país en favor de un partido que quiere acabar con la austeridad, se empieza a notar la resaca.

No obstante, aunque la victoria de Syriza puede marcar el comienzo del siguiente capítulo en la crisis del euro, el peligro político -y posiblemente existencial- al que se enfrenta Europa es más profundo. La decisión inesperada del Banco Nacional Suizo de abandonar su objetivo de un tipo de cambio mínimo de 1,20 francos por euro el 15 de enero supuso un enorme impacto psicológico -aunque no una amenaza financiera inmediata-, que reflejó y provocó una gran pérdida de confianza. El movimiento del Banco Nacional Suizo ha hecho que el euro sea más frágil que nunca. Y la consiguiente decisión del Banco Central Europeo de comprar más de un billón de euros en bonos de Gobiernos de la Eurozona -aunque es correcta y necesaria- ha debilitado más aún la confianza.

El resultado de las elecciones griegas llevaba más de un año siendo predecible. Si las negociaciones entre la troika (la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional) y el nuevo Gobierno griego salen adelante, el resultado será un compromiso que salvará el prestigio de ambas partes. Si no se alcanza el acuerdo, Grecia desobedecerá.

A pesar de que nadie puede decir lo que un incumplimiento griego significaría para el euro, sin duda conllevaría ciertos riesgos para la existencia continuada de la divisa. Seguramente, Alemania tampoco se libraría del megadesastre que podría resultar de una ruptura de la Eurozona.

Un compromiso daría lugar de facto a una relajación de la austeridad, lo que provocaría considerables riesgos para la política de Merkel (aunque menos de los que produciría la quiebra del euro). En vista de su inmensa popularidad en casa, además de en su propio partido, Merkel está subestimando las opciones que tiene a su disposición. Podría hacer mucho más si confiara en sí misma.

Al final, puede que no tenga elección. Dado el impacto del resultado de las elecciones griegas en el desarrollo político en España, Italia y Francia, donde el sentimiento anti-austeridad también está muy presente, la presión política sobre el Eurogrupo de los ministros de Finanzas de la Eurozona -tanto de izquierdas como de derechas- aumentará de forma significativa. No hay que ser un profeta para predecir que el último capítulo de la crisis del euro dejará las políticas de austeridad de Alemania reducidas a jirones, a menos que Merkel realmente quiera correr el enorme riesgo de dejar que el euro fracase.

No hay signos de que vaya a hacerlo. Así que, independientemente de quién dé el primer paso -la troika o el Gobierno griego- en las próximas negociaciones, las elecciones en Grecia ya han sido un fracaso inequívoco para Merkel y su estrategia basada en la austeridad para sostener el euro. Ahora sabemos que la reducción simultánea de la deuda y las reformas estructurales estirarán demasiado cualquier Gobierno elegido democráticamente, ya que sobrecargan a sus votantes. Sin crecimiento, no habrá reformas estructurales, aunque sean necesarias.

Esa es la lección de Grecia para Europa. La pregunta ahora no es si el Gobierno alemán la aceptará, sino cuándo. ¿Estará esperando Merkel a que también se produzca la debacle de la derecha española en las próximas elecciones para darse cuenta de la realidad?

Sólo el crecimiento decidirá el futuro del euro. Incluso Alemania, la mayor potencia económica de la UE, hace frente a una necesidad de inversión en infraestructuras. Si su Gobierno dejara de ver la "déficit cero" como el Santo Grial y, en su lugar, invirtiera en modernizar el transporte del país, la infraestructura municipal y la digitalización de los hogares y la industria, el euro -y Europa- recibiría un potente impulso. Además, un programa de inversión pública masiva podría ser financiado a un tipo de interés excepcionalmente bajo (para Alemania, posiblemente incluso negativo).

La cohesión de la Eurozona y el éxito de sus reformas estructurales necesarias -y, por tanto, su supervivencia- ahora dependen de si puede superar su déficit de crecimiento. Alemania tiene espacio para la maniobra fiscal. El mensaje de las elecciones griegas es que Merkel debería emplearlo, antes de que sea demasiado tarde.

Este post apareció originalmente en Project Syndicate, fue publicado con anterioridad en la edición estadounidense de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Marina Velasco Serrano

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