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Rusia, Ucrania y el Derecho Internacional

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SERGEY VAGANOV/EFE


Cuando escuchaba la intervención de Alexey Pushkov, presidente de la comisión de Exteriores de la Duma rusa en la sede del Parlamento Europeo en Estrasburgo, no podía sino revolverme en mi asiento.

La tesis de Pushkov era -más o menos- la siguiente: Miren ustedes. En el este de Ucrania hay un conflicto. Eso es indudable. Lo que toca es conseguir la paz. Y si ustedes arman a los ucranianos, eso acabará en una escalada muy peligrosa.

Esa intervención me recordaba poderosamente al relato que hacían -y siguen haciendo- algunos tipos respecto del terrorismo etarra que ha asolado el País Vasco en las últimas décadas. Un relato que parte del atentado terrorista y que continúa con su particular explicación. Que diría: Esta acción -nunca dirán que se trató de un atentado terrorista- ha sido consecuencia del conflicto que se vive en Euskal-Herria. La responsabilidad es del Estado español y su solución consiste en que los vascos puedan decidir en paz y en libertad su futuro.

Quien provoca el dolor, el sufrimiento; quien ocupa y se anexiona, el que produce el daño es precisamente el que a renglón seguido propone la paz como solución. No se sienten concernidos por responsabilidad alguna en el proceso seguido. No se presentan como parte del problema, pero sí como su solución.

Han violado gravemente el Derecho Internacional en Crimea. No ha existido contra ello el instrumento aún débil de la ley en este ámbito.

Pero es que no le faltaba la razón a Pushkov en una cosa: el parlamentario ruso invocaba los precedentes de Kosovo y de Irak en abono de sus tesis. Y es que la Caja de Pandora que abrimos las mismas democracias cuando nos interesa actuar de una determinada manera en el escenario internacional hace muy difícil confiar la solución de este tipo de conflictos a normas objetivas de cumplimiento general.

Si bien hemos conseguido crear un espacio relativamente pacífico en las naciones occidentales de respeto a la ley y al Estado de derecho, si ese mismo espacio lo estamos construyendo en niveles supranacionales -como es el caso de la Unión Europea-, lo cierto es que ese espacio no existe a nivel global.

El único recurso real reconocible en este espacio es el de la fuerza. En este mundo multipolar que ha nacido toda vez que cayera el Muro de Berlín el mundo ha dejado de ser el de los dos bloques y se ha convertido en la verdadera jungla de los peores presagios. Una miríada de conflictos, a cual de ellos más grave, rodea el planeta: naciones en guerra civil, naciones en conflicto unas con otras, naciones que luchan contra grupos terroristas. Y, como consecuencia de todo ello, las muertes de mujeres y niños y de la población civil, el éxodo de refugiados internos, las masas de inmigrantes que se acercan a los países más ricos.

Y ya no hay quien guarde el orden en la jungla, salvo que en alguna parte de este mundo alguno de los actores globales considere que se ven en peligro sus intereses, que es cuando intervienen.

Y la Europa de los 28, en este escenario, actúa con lentitud, si se pudiera decir que actúa. Multiplica reuniones. En último extremo llega a plantear sanciones, pero es incapaz de constituir una fuerza capaz de infundir el menor temor por sus actuaciones disuasorias.

Y no diré si conviene o no armar a los ucranianos. En todo caso, no lo haremos nosotros. Si llegara el caso, lo harán los EEUU.

Y Rusia seguirá estrechando su cerco, según lo crea conveniente. Con cinismo, sin respeto a los DDHH, a la legalidad internacional. Pero..., ¿respetamos también los países occidentales ese pretendido derecho?

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