Las peripecias emocionales de una universitaria ingenua, insegura y dubitativa, mezcladas con la superioridad y vida rodeada de lujo de un hombre de negocios dan como resultado un cóctel en forma de novela rocambolesca a la que, según quien la lea, se le colocará la etiqueta de ejercicio de liberación o panfleto basado en la sumisión. La polémica está servida. Lo que es cierto es que la asignatura de la educación emocional la suspendemos con notas muy bajas, por lo que conviene poner el acento en varios asuntos que oscurecen las relaciones de pareja. Adentrémonos en la cueva.
En ocasiones aceptamos relaciones ambiguas, imprecisas e informales por miedo a perder el amor. Si nos detenemos a pensar con tranquilidad en esta afirmación, nos podremos dar cuenta de que tenemos miedo a perder algo que realmente no tenemos. La otra persona nos lo dice con sus palabras y sus actitudes, nos expresa su falta de interés por comprometerse, pero la esperanza de que el otro cambie de parecer es muy fuerte y hacemos oídos sordos. El tiempo pasa y nosotros seguimos igual: esperanzados y autoengañados. Damos mucho por unos instantes de calor y seguimos pensando en que sus sentimientos darán un giro y que un día se dará cuenta de que quiere estar con nosotros por encima de todo. Mientras nos creamos un espejismo pensando en que va a suceder lo que hemos pronosticado, nos da un vuelco el corazón cada vez que nos llama, y nos encanta que nos escriba algún mensaje, aunque sea cada cuatro días. «Estará muy ocupado. Lo importante es que se acuerda de mí», se suele pensar. Esto nos lo decimos con amargura para tratar de justificar nuestro propio comportamiento, ya que en el fondo, en la forma y en la superficie sabemos que no es así, que el amor verdadero y sano encuentra sus caminos, que es entrega, que es compartir y que conlleva compromiso desde la libertad de elección, pero lo cierto es que nos conformamos con nuestra propia explicación. Es como un calmante que nos ayuda a sobrellevar la situación. Si éste es tu caso, es importante que recapacites y que pienses en qué grado de estima te tienes y qué crees merecer de la vida. Quiero que seas consciente de que hay personas que no saben amar, personas que compiten con su propio ego, que carecen de sensibilidad, de conciencia y de valores. No las estoy juzgando, cada uno es dueño de su vida, como tú lo eres de la tuya.
Las más de 50 sombras que proyecta Grey, a mi parecer, son más alargadas de lo que parece a simple vista. El escenario que se le plantea a la protagonista de la primera novela, que es la que ha sido llevada al cine, es desolador. Entre los ingredientes que tiene esta trastienda de confusión destacan la dependencia emocional, el secretismo, la intolerancia, la inflexibilidad, la inseguridad, la dominación, el control, la manipulación y la incertidumbre, lo que dibuja una realidad en la que el riesgo es más que evidente.
¿Es esta la relación de pareja que toda mujer desea vivir? ¿Nos compensa tener a un Christian Grey como pareja? Pensemos bien esta respuesta y analicémosla fríamente. Una relación de estas características conlleva una pérdida de identidad. Personalmente yo valoro una relación de pareja por lo que es en el tiempo presente, no por las ilusiones de cambio que pueda haber en el futuro.
Hace unas semanas nos alarmábamos por los datos que conocíamos gracias a un estudio elaborado por el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) por encargo del Ministerio de Sanidad para conocer cómo perciben la violencia de género los adolescentes y jóvenes. Este informe exponía que una de cada tres jóvenes considera aceptable que su pareja la controle y que los españoles menores de 30 años son menos críticos con las conductas machistas.
Es importante destacar que algunas de las privaciones de libertad en una relación de pareja comienzan como un juego y con un cierto gusto hacia cierto tipo de conductas que lejos de ser vistas como actos de control se perciben como expresiones de amor. El caso más típico es de los celos. Esto nos lleva a justificar lo inaceptable con frases del tipo «Cómo me quiere. No puede vivir sin mí. Si está más de una hora sin saber de mí se pone nervioso».
La dependencia emocional se manifiesta en un patrón que proviene de demandas afectivas frustradas. La dependencia conlleva un temor a la pérdida de la otra parte y una sobrevaloración del impacto del rechazo. Personalmente, parto de la base de que en una relación de dependencia las dos personas son dependientes. Lo que ocurre es que lo manifiestan de formas distintas. Por ejemplo, se puede dar el caso de una relación en la que una de las partes manifiesta su total dependencia del otro y actúa casi como un niño que no puede sobrevivir sin su madre. La otra parte puede ser más autónoma, pero en cierta manera depende de esa relación. Es decir, está enganchado a que le necesiten, a que le admiren y a cómo la otra parte se lo manifiesta, y juega sabiendo que el otro no puede vivir sin él o sin ella.
Cuando hay dependencia en una relación, aparecen los celos, los reproches, los controles y las emociones se mezclan tejiendo un espacio de manipulación y sufrimiento. En ocasiones, esta manipulación es sutil e indirecta, pero lleva detrás un cartel que dice «quiero que hagas lo que yo deseo».
Es necesaria una educación emocional y revisar cómo nos vinculamos afectivamente. Las bases de una sana relación de pareja descansan en los siguientes puntos de apoyo:
¿Está equilibrada tu relación de pareja? No es que esté en contra de Grey, es que considero oportuno que reflexionemos acerca de las dependencias emocionales para que averigüemos desde dónde amamos y qué apegos nos están haciendo sufrir.
En ocasiones aceptamos relaciones ambiguas, imprecisas e informales por miedo a perder el amor. Si nos detenemos a pensar con tranquilidad en esta afirmación, nos podremos dar cuenta de que tenemos miedo a perder algo que realmente no tenemos. La otra persona nos lo dice con sus palabras y sus actitudes, nos expresa su falta de interés por comprometerse, pero la esperanza de que el otro cambie de parecer es muy fuerte y hacemos oídos sordos. El tiempo pasa y nosotros seguimos igual: esperanzados y autoengañados. Damos mucho por unos instantes de calor y seguimos pensando en que sus sentimientos darán un giro y que un día se dará cuenta de que quiere estar con nosotros por encima de todo. Mientras nos creamos un espejismo pensando en que va a suceder lo que hemos pronosticado, nos da un vuelco el corazón cada vez que nos llama, y nos encanta que nos escriba algún mensaje, aunque sea cada cuatro días. «Estará muy ocupado. Lo importante es que se acuerda de mí», se suele pensar. Esto nos lo decimos con amargura para tratar de justificar nuestro propio comportamiento, ya que en el fondo, en la forma y en la superficie sabemos que no es así, que el amor verdadero y sano encuentra sus caminos, que es entrega, que es compartir y que conlleva compromiso desde la libertad de elección, pero lo cierto es que nos conformamos con nuestra propia explicación. Es como un calmante que nos ayuda a sobrellevar la situación. Si éste es tu caso, es importante que recapacites y que pienses en qué grado de estima te tienes y qué crees merecer de la vida. Quiero que seas consciente de que hay personas que no saben amar, personas que compiten con su propio ego, que carecen de sensibilidad, de conciencia y de valores. No las estoy juzgando, cada uno es dueño de su vida, como tú lo eres de la tuya.
Las más de 50 sombras que proyecta Grey, a mi parecer, son más alargadas de lo que parece a simple vista. El escenario que se le plantea a la protagonista de la primera novela, que es la que ha sido llevada al cine, es desolador. Entre los ingredientes que tiene esta trastienda de confusión destacan la dependencia emocional, el secretismo, la intolerancia, la inflexibilidad, la inseguridad, la dominación, el control, la manipulación y la incertidumbre, lo que dibuja una realidad en la que el riesgo es más que evidente.
¿Es esta la relación de pareja que toda mujer desea vivir? ¿Nos compensa tener a un Christian Grey como pareja? Pensemos bien esta respuesta y analicémosla fríamente. Una relación de estas características conlleva una pérdida de identidad. Personalmente yo valoro una relación de pareja por lo que es en el tiempo presente, no por las ilusiones de cambio que pueda haber en el futuro.
Hace unas semanas nos alarmábamos por los datos que conocíamos gracias a un estudio elaborado por el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) por encargo del Ministerio de Sanidad para conocer cómo perciben la violencia de género los adolescentes y jóvenes. Este informe exponía que una de cada tres jóvenes considera aceptable que su pareja la controle y que los españoles menores de 30 años son menos críticos con las conductas machistas.
Es importante destacar que algunas de las privaciones de libertad en una relación de pareja comienzan como un juego y con un cierto gusto hacia cierto tipo de conductas que lejos de ser vistas como actos de control se perciben como expresiones de amor. El caso más típico es de los celos. Esto nos lleva a justificar lo inaceptable con frases del tipo «Cómo me quiere. No puede vivir sin mí. Si está más de una hora sin saber de mí se pone nervioso».
La dependencia emocional se manifiesta en un patrón que proviene de demandas afectivas frustradas. La dependencia conlleva un temor a la pérdida de la otra parte y una sobrevaloración del impacto del rechazo. Personalmente, parto de la base de que en una relación de dependencia las dos personas son dependientes. Lo que ocurre es que lo manifiestan de formas distintas. Por ejemplo, se puede dar el caso de una relación en la que una de las partes manifiesta su total dependencia del otro y actúa casi como un niño que no puede sobrevivir sin su madre. La otra parte puede ser más autónoma, pero en cierta manera depende de esa relación. Es decir, está enganchado a que le necesiten, a que le admiren y a cómo la otra parte se lo manifiesta, y juega sabiendo que el otro no puede vivir sin él o sin ella.
Cuando hay dependencia en una relación, aparecen los celos, los reproches, los controles y las emociones se mezclan tejiendo un espacio de manipulación y sufrimiento. En ocasiones, esta manipulación es sutil e indirecta, pero lleva detrás un cartel que dice «quiero que hagas lo que yo deseo».
Es necesaria una educación emocional y revisar cómo nos vinculamos afectivamente. Las bases de una sana relación de pareja descansan en los siguientes puntos de apoyo:
- Una intimidad compensada y balanceada en igualdad de condiciones.
- Transparencia y confianza como base de una comunicación en la que se puedan abordar de forma constructiva todos los asuntos de la pareja.
- Un proyecto en común y unos valores compartidos
- Respeto y admiración mutuos, esenciales para el reconocimiento de la dignidad de cada miembro de la pareja.
- Comprensión y aceptación.
- Compromiso, que es lo que impulsa a una relación de altura.
¿Está equilibrada tu relación de pareja? No es que esté en contra de Grey, es que considero oportuno que reflexionemos acerca de las dependencias emocionales para que averigüemos desde dónde amamos y qué apegos nos están haciendo sufrir.