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La cultura y sus testículos

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Me van a perdonar la expresión, pero el análisis requiere claridad y proximidad a la realidad, de ahí que no pueda andarme con rodeos. Y es que si hay algo que no soportan muchos hombres es que les toquen los cojones, literal o metafóricamente. Los cojones se han convertido en una especie de estándar de comodidad personal y práctica, hasta el punto de que una nueva acepción podría dejar de lado la anatomía para definirlos como un estado de bienestar físico y emocional de un hombre, impuesto por él mismo a partir de criterios individuales basados en las referencias culturales del lugar, y desarrollado en los contextos de relación habituales: pareja, familia, grupo de amistades, trabajo.... Bajo este criterio, aunque es un estado común a cualquier hombre que decida crearlo, cada caso podrá estar formado por elementos diferentes sobre la base de lo que cada uno de sus creadores considere y decida.

De ese modo, cuando en cualquier circunstancia se plantee un conflicto que altere ese bienestar personal masculino, la respuesta será inmediata y clara a través de un no me toques los cojones..., que traducido a referencias prácticas viene a significar no me alteres el orden que he creado para mantener mi posición, privilegios y tranquilidad. Luego, dependiendo de las circunstancias y de la habitualidad o la frecuencia con que se presente el problema, la frase podrá ir antecedida de un te tengo dicho que no me toques los... o de un cuántas veces te voy a decir que no me toques los..., situaciones ambas que advierten de un mal presagio.

Si se dan cuenta, es una construcción desde una posición de poder que imponen a sus entornos de relación (especialmente dentro de la pareja y familia), tirando de la condición masculina definida por una cultura machista. De ahí la necesidad de situar la referencia en los atributos testiculares. Es cierto que ha habido versiones nasales con el conocido no me toques las narices, pero en la práctica ha quedado relegado para cuestiones surgidas con personas menos próximas y situaciones surgidas en horario infantil y fuera de casa, pues dentro del hogar nunca hay matices.

Por eso no es fortuito ese recurso al escroto como elemento simbólico sobre el que resolver los conflictos. Unas veces actúa como la referencia agraviada al ser tocada sin consentimiento y con ello alterar la paz masculina, y otras actúa como motivación a la hora de pasar a la acción afirmando que eso se hace por testículos; y cuando el nivel de mosqueo es mayor, se enfatiza el argumento con una doble afirmación que destaca el elemento posesivo con un por mis testículos que... Al final, lo que de verdad significa es que dicha conducta se lleva a cabo para tranquilidad y beneficio del poseedor testicular.

Un ejemplo de este valor que se le da a lo genital de los hombres se observa en el post anterior ("Mutilación Genital Masculina"), en el cual se plantea cómo el machismo y su edulcorado posmachismo utilizan la circuncisión para compararla con la mutilación genital femenina e intentar restarle trascendencia a esta. Comparan la sección de la piel del prepucio con la amputación de una parte de los genitales de las niñas y mujeres, y se atreven a poner en una situación similar lo que es un rito de iniciación para ser más hombres, con la mutilación de los genitales femeninos para no ser mujeres, para no poder disfrutar de su sexualidad, y para ser controladas por hombres, circuncidados o no, pero en cualquier caso disfrutando de su sexualidad.

Y a pesar de la barbaridad que supone, no crean que han reflexionado, todo lo contrario. De nuevo se han puesto a mirar el dedo que señala la luna, y algunos han insistido indicando las terribles complicaciones que aparecen en muchos niños al ser sometidos a la circuncisión en condiciones infrahumanas. Pero lo que sorprende es que estas críticas no van dirigidas a cuestionar la circuncisión impuesta por la cultura patriarcal, sino que se vuelven a hacer para disminuir el debate sobre la mutilación genital femenina, comparando las complicaciones de la circuncisión con la barbaridad de la mutilación de los genitales de niñas y mujeres que, aún sin complicaciones, siempre produce consecuencias terribles; no digamos cuando, además, como ocurre con frecuencia, se infectan las heridas.

Lo más revelador es que en lugar de criticar y de intentar cambiar el machismo que obliga a la mutilación genital femenina y a la circuncisión, callan y sólo cuestionan los resultados, sobre todo los que afectan de manera negativa a los hombres.

Para ellos, lo importante es que no les toquen sus testículos. Es decir, que no cambie esa cultura androcéntrica en la que ellos se sienten tan a gusto, con o sin prepucio. Por eso no extraña nada que quienes utilizan el argumento genital sean los mismos que hablan de denuncias falsas en violencia de género, de la manipulación de las mujeres en el llamado síndrome de alienación parental (SAP), de que todas las violencias son iguales, o de custodia compartida impuesta, o sea, de custodia compartida por cojones.

El machismo es malo para la sociedad y para la convivencia. La desigualdad es mala para las mujeres y lo es para los hombres también. Muchas de las cuestiones de las que se quejan estos hombres que parecen estar al borde de un ataque de nervios -como, por ejemplo, el mayor número de hombres entre las víctimas mortales de los accidentes de tráfico, también en los accidentes laborales, la menor vida media, el mayor número de homicidios criminales, precisamente llevados a cabo por otros hombres, ahora la circuncisión...-, se resuelven en gran medida con la igualdad y con una masculinidad que lleve a una identidad diferente en los hombres, menos competitiva, más centrada en el cuidado y el afecto (incluyendo el autocuidado), menos violenta y sin tanta exhibición de virilidad para demostrar lo obvio y lo absurdo.

Así de fácil. Nada de lo que nace de la desigualdad se va a solucionar mirando sólo a sus manifestaciones últimas, la solución pasa por ir al origen y a las causas. Y el machismo es la causa de muchos de los males de la sociedad y de las consecuencias que afectan a las mujeres como objeto directo de su discriminación y violencia, pero también a muchos hombres que tienen que pasar las pruebas impuestas por esa cultura para llegar a ser hombres-machos, y luego sufrir su condición frente a otros hombres más machos.

Estos hombres deben tranquilizarse, la igualdad también los espera, porque la igualdad es buena para toda la sociedad, no por cojones, sino por Justicia.

Una versión muy similar de este artículo -con diferente título- fue publicada inicialmente en el blog del autor

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