Por muy distintos que sean los análisis, no parece exagerado coincidir en que el 15-M, desnudando el falso "consenso" realizado por las élites políticas y económicas de la Transición, ha abierto el proceso movilizador más rico en consecuencias de la historia reciente española. Sin embargo, no parece que ni las tendencias tradicionalmente más marginales ni la lógica orgánica de los Partidos hayan extraído lecciones políticas fructíferas de este desplazamiento del escenario. Pese a las interesantes contaminaciones e hibridaciones entre muchos curtidos militantes y activistas de estos sectores y la nueva figura política emergente, no han tardado en imponerse los viejos y mezquinos cálculos electorales e inercias partidistas. Antes que abrirse a lo nuevo, muchas de estas organizaciones creyeron y siguen creyendo que, con el nuevo ciclo de movilizaciones, el tiempo histórico les estaba dando la razón respecto a sus diagnósticos a priori.
Tan hondo ha sido el abismo abierto en estas décadas entre el lenguaje onanista de las élites políticas de la Transición y sus representados y tan alejada de la realidad ha sido la posición de gran parte de los aparatos de partido de la llamada izquierda institucional que hoy, como en el contexto de crisis de los años treinta, todo movimiento político emancipatorio que se considere realista, pero no oportunista, está obligado a balbucear, inventar y entenderse en un lenguaje populista de izquierda. La historia reciente nos ha enseñado que regalar a los bárbaros de la derecha social el monopolio de la comunicación con las demandas populares implica la posibilidad de que ese potencial utópico de transformación social se deforme en resentimiento impotente o en una simple abdicación antipolítica autoritaria. No necesitamos salvadores de la política, sino una ciudadanía investida de condiciones materiales concretas y reales para el ejercicio de sus derechos.
Por todo ello, más que nunca, necesitamos una candidatura que, aprovechando la oportunidad de las elecciones europeas, aglutine las fuerzas dispersas de diversas mareas, organizaciones y movilizaciones de base, todo ese ámbito de demandas no corporativistas y sensibilidades de género ligadas a lo que podría denominarse una política de los golpeados por la crisis y las crecientes desigualdades sociales.
Creo que la iniciativa de Podemos, presentada el pasado viernes en Madrid y que tanta ilusión está despertando, puede cumplir estas expectativas. El hecho de que en un día haya conseguido los apoyos que reclamaba como primera condición para seguir adelante es un signo de que algo está cambiando.
Pueden entenderse las reticencias de muchos honestos activistas comprometidos ante cualquier participación en el "juego electoral". Ciertamente, sería un error entender ese "jugar" como mera subordinación a la autoorganización de los partidos ya existentes y a la alicorta lucha de los cálculos y las alianzas electorales. Sin embargo, en una coyuntura tan urgente como la nuestra, marcada por una salvaje ofensiva neoliberal y su irrealista privatización del mundo, no querer jugar este juego puede condenarnos a una severa derrota histórica.
En este preciso momento no podemos permitirnos el lujo de hacer de nuestra impotencia virtud, de no cabalgar nuestras contradicciones y tensiones entre la democracia directa y representativa o de romper los puentes con la mayoría social que está sufriendo esta crisis. De lo contrario, corremos el riesgo de condenarnos al sectarismo o a la marginalidad cultural. Una distancia que quizá está empezándose ya a sentir en los movimientos sociales.
¿Por qué Pablo Iglesias no viene a dividir, sino a sumar y ampliar el campo político de batalla para la lucha contra el enemigo neoliberal? Considero que estamos bloqueados bajo una "pinza": la de la horizontalidad absoluta (con sus mitos: ¿es realista criticar que se ha trabajado al margen de todas las asambleas posibles? ¿No vemos que no es plausible pensar en este momento en la posibilidad de una candidatura, cualquiera, bajo estas condiciones de absoluta horizontalidad?) y la de la política orgánica desde arriba de los partidos y organizaciones más o menos cerradas (con sus mitos, mucho peores).
Construir desde abajo es también intentar acceder a la mayoría social golpeada y darle voz y en los movimientos 15-M, sea lo que esto sea, se estaba poco a poco perdiendo esta batalla con el riesgo de encerrarnos en un entorno maravilloso de activismo, pero también más aislado. Si creo que hay que apoyar esto es porque creo que esta candidatura puede propiciar una apertura que puede desbloquear este escenario. Ahora mismo no veo otra salida para salir de este círculo de impotencia.
Es hora de atreverse a poder.
Tan hondo ha sido el abismo abierto en estas décadas entre el lenguaje onanista de las élites políticas de la Transición y sus representados y tan alejada de la realidad ha sido la posición de gran parte de los aparatos de partido de la llamada izquierda institucional que hoy, como en el contexto de crisis de los años treinta, todo movimiento político emancipatorio que se considere realista, pero no oportunista, está obligado a balbucear, inventar y entenderse en un lenguaje populista de izquierda. La historia reciente nos ha enseñado que regalar a los bárbaros de la derecha social el monopolio de la comunicación con las demandas populares implica la posibilidad de que ese potencial utópico de transformación social se deforme en resentimiento impotente o en una simple abdicación antipolítica autoritaria. No necesitamos salvadores de la política, sino una ciudadanía investida de condiciones materiales concretas y reales para el ejercicio de sus derechos.
Por todo ello, más que nunca, necesitamos una candidatura que, aprovechando la oportunidad de las elecciones europeas, aglutine las fuerzas dispersas de diversas mareas, organizaciones y movilizaciones de base, todo ese ámbito de demandas no corporativistas y sensibilidades de género ligadas a lo que podría denominarse una política de los golpeados por la crisis y las crecientes desigualdades sociales.
Creo que la iniciativa de Podemos, presentada el pasado viernes en Madrid y que tanta ilusión está despertando, puede cumplir estas expectativas. El hecho de que en un día haya conseguido los apoyos que reclamaba como primera condición para seguir adelante es un signo de que algo está cambiando.
Pueden entenderse las reticencias de muchos honestos activistas comprometidos ante cualquier participación en el "juego electoral". Ciertamente, sería un error entender ese "jugar" como mera subordinación a la autoorganización de los partidos ya existentes y a la alicorta lucha de los cálculos y las alianzas electorales. Sin embargo, en una coyuntura tan urgente como la nuestra, marcada por una salvaje ofensiva neoliberal y su irrealista privatización del mundo, no querer jugar este juego puede condenarnos a una severa derrota histórica.
En este preciso momento no podemos permitirnos el lujo de hacer de nuestra impotencia virtud, de no cabalgar nuestras contradicciones y tensiones entre la democracia directa y representativa o de romper los puentes con la mayoría social que está sufriendo esta crisis. De lo contrario, corremos el riesgo de condenarnos al sectarismo o a la marginalidad cultural. Una distancia que quizá está empezándose ya a sentir en los movimientos sociales.
¿Por qué Pablo Iglesias no viene a dividir, sino a sumar y ampliar el campo político de batalla para la lucha contra el enemigo neoliberal? Considero que estamos bloqueados bajo una "pinza": la de la horizontalidad absoluta (con sus mitos: ¿es realista criticar que se ha trabajado al margen de todas las asambleas posibles? ¿No vemos que no es plausible pensar en este momento en la posibilidad de una candidatura, cualquiera, bajo estas condiciones de absoluta horizontalidad?) y la de la política orgánica desde arriba de los partidos y organizaciones más o menos cerradas (con sus mitos, mucho peores).
Construir desde abajo es también intentar acceder a la mayoría social golpeada y darle voz y en los movimientos 15-M, sea lo que esto sea, se estaba poco a poco perdiendo esta batalla con el riesgo de encerrarnos en un entorno maravilloso de activismo, pero también más aislado. Si creo que hay que apoyar esto es porque creo que esta candidatura puede propiciar una apertura que puede desbloquear este escenario. Ahora mismo no veo otra salida para salir de este círculo de impotencia.
Es hora de atreverse a poder.