He comenzado esta semana de trabajo en el Parlamento Europeo (PE) con una delegación oficial de la Comisión de Libertades, Justicia y Asuntos de Interior (LIBE) en la sede central en Varsovia de la Agencia de Fronteras Exteriores de la UE, conocida como FRONTEX.
Impacta constatar que esta institución no existía hace apenas 10 años. Pero forma parte hoy de la retina colectiva de los ciudadanos europeos como uno de los más relevantes avances en la cooperación en ámbitos tan importantes como la gestión integrada de las fronteras compartidas en el parámetro europeo, gestión cooperativa de las operaciones de rescate y salvamento de vidas en la mar, y en la atención primaria a los inmigrantes irregulares en colaboración con ONGs humanitarias (notoriamente Cruz Roja).
Los socialistas españoles impulsamos este avance cuando llegamos al Gobierno en 2004. La Agencia fue establecida en 2005 y es operativa desde 2006. Y su actuación ha hecho historia. En apenas una década, ha marcado una diferencia, un antes y un después, ante un continuo despliegue de problemas que, lejos de haberse resuelto, continúan mutando ante nuestros ojos.
En efecto, cunde a lo largo y ancho de la opinión pública europea la percepción de que estamos asistiendo los últimos tiempos a una presión migratoria "insoportable". Parte de su origen reside en la turbulenta situación que vive el vecindario próximo de la UE, lo que se ha traducido en una ampliación de las tareas que Frontex debe acometer.
Ahora bien, estas tareas deben desarrollarse a la luz de las recientes normas adoptadas por la UE para regir las operaciones de asistencia y salvamento en la mar o los sistemas de control de fronteras como EUROSUR.
Frontex tiene actualmente, gracias a la impronta que los socialistas hemos conseguido imprimirle, unas funciones ampliadas y compromisos explícitos con la Carta de Derechos Fundamentales de la UE, que incluyen su involucración en tareas de salvamento y misiones de rescate en la mar. Dicho esto, Frontex no puede convertirse en el único instrumento frente al complejo fenómeno migratorio. Así, la operación Tritón, coordinada por Frontex, es un buen ejemplo de ello: no está a la altura de lo que supuso Mare Nostrum y debería ampliar su perímetro geográfico de acción. Necesitamos un Mare Nostrum +. No puede ser que de manera rutinaria deploremos la pérdida de vidas en la mar. En su discurso ante el Pleno de Estrasburgo, el papa Francisco advirtió sobre el Mediterráneo como un "cementerio" trágico, pero lo cierto es que la realidad arriesga, aun peor, su conversión en una enorme fosa común de cadáveres anónimos, de los que sus familiares no pudieron despedirse ni podrán recuperar los restos de sus seres queridos.
Sin embargo, se plantean aún interrogantes sobre cuál es el papel exacto que los EEMM deberán desempeñar en esta o futuras misiones de Frontex y sobre si la financiación que aportan es suficiente y, sobre todo, si está a la altura del reto migratorio que la UE tiene planteado.
Tampoco debe olvidarse el papel que debe jugar una correcta y eficiente aplicación de la política europea de asilo en coordinación con el trabajo de la Agencia de Fronteras Exteriores.
El reto que supone el fenómeno migratorio es de dimensión europea y esa realidad debe reflejarse en las respuestas que Europa ofrezca. De nada sirve afrontarlo levantando inexpugnables barreras que serán ineficaces siempre, sino adoptando una estrategia holística -un enfoque global sobre la inmigración que abra vías alternativas para la inmigración legal-. Que ofrezca un sólido sistema europeo de asilo. Que luche contra las mafias y los traficantes de personas. Que actúe ayudando a los países emisores y, sobre todo, que no vea en la inmigración un problema ni tampoco solamente un desafío, sino una oportunidad de rejuvenecimiento demográfico, generación de trabajo, crecimiento y contribución, vía impuestos, a la sostenibilidad de nuestros servicios públicos para el futuro de Europa.