"El Público" suele considerarse la obra más misteriosa y heterodoxa de Federico García Lorca. Junto a otras creaciones de Lorca entre las que se encuentran "El sueño de la vida", "Así que pasen cinco años" o "Paseo de Buster Keaton", "El Público" se ha visto como un texto profundamente influenciado por el surrealismo, por Buñuel y Dalí, pero también por el teatro expresionista, por Pirandello y por Cocteau. La obra tiene dos grandes temas: el teatro contemporáneo y la homosexualidad, o, mejor, la relación entre la identidad sexual y el amor, vista como algo que inevitablemente transcurre en paralelo a la representación de la verdad en el teatro.
El "amor" y la "búsqueda de la verdad" aparecen como dos temas interconectados, porque para Lorca desvelar la verdad del teatro pasa también por desvelar la verdad del amor. Este proceso de decir lo indecible no esconde una enorme tensión, porque la verdad se invoca y se reclama, pero nunca se dice salvo a través de la metáfora o de la máscara. Y la pregunta latente es, trasladada al lenguaje poético, si a través de la "mentira" de la metáfora es posible decir la verdad de una emoción.
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Lorca se consideraba a sí mismo más músico que poeta y hablaba de "El Público" como de "una obra para ser silbada". Es un material que pide a gritos una adaptación musical y así lo entendió Gerard Mortier, director artístico del Teatro Real y uno de los gestores culturales más visionarios y geniales de nuestro tiempo. Fue el propio Mortier quien contactó a Mauricio Sotelo para que se hiciera cargo de la partitura, convencido -como ha dicho Sotelo- de que "este complejísimo texto lorquiano sólo podría ser comprendido en toda su dimensión a través de la música".
Andrés Ibáñez se encargó de redactar un libreto cuyo objetivo era simplificar el texto original para hacerlo más claro, más comprensible, pero al mismo tiempo manteniendo la esencia poética e inabarcable de la obra lorquiana. Ibáñez resume la historia como la de "un director teatral que se ha casado con una mujer llamada Elena (...) para intentar olvidar su pasado homosexual; pero su antiguo amante reaparece y le hace sentir que está engañándose a sí mismo; (la situación lleva a) la decisión de atreverse de una vez por todas a montar una obra de "teatro bajo la arena", es decir, hablando de los temas que de verdad le importan por mucho que resulten escandalosos o inadecuados de acuerdo con la estética y la moral de la época".
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La elección de Mauricio Sotelo para construir la partitura sobre el texto de Lorca tiene un enorme sentido, no solo por tratarse de un compositor extraordinario sino también porque la evolución de su lenguaje lo ha llevado a integrar elementos armónicos y tímbricos tomados de la singularidad vocal del flamenco, idóneos para expresar la rebeldía erótica y la fuerza de la naturaleza latente en la trama. Los personajes de los tres caballos, que encarnan lo irracional, lo instintivo y el deseo en su manifestación más elemental, han sido asignados a dos cantaores y un bailaor. Pero la ópera no propone únicamente una interpretación renovada de la tradición flamenca sino lo que el propio Sotelo define como una "renovación (del lenguaje musical y de la idea misma de lo que es una ópera) que supera las ataduras conceptuales de las viejas vanguardias".
El estreno absoluto de una ópera es, desde luego, un gran acontecimiento. Pero si encima la obra propone recuperar un texto como el de "El Público" y su compositor se muestra dispuesto a superar los credos estéticos de las viejas vanguardias para situar sus aportaciones, juntamente con la tradición flamenca, al servicio de un potencial expresivo tan intenso como sea capaz, acaso no solo estaremos estrenando una ópera sino además contribuyendo a abrir un camino de futuro para esta forma de arte.
El "amor" y la "búsqueda de la verdad" aparecen como dos temas interconectados, porque para Lorca desvelar la verdad del teatro pasa también por desvelar la verdad del amor. Este proceso de decir lo indecible no esconde una enorme tensión, porque la verdad se invoca y se reclama, pero nunca se dice salvo a través de la metáfora o de la máscara. Y la pregunta latente es, trasladada al lenguaje poético, si a través de la "mentira" de la metáfora es posible decir la verdad de una emoción.
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Lorca se consideraba a sí mismo más músico que poeta y hablaba de "El Público" como de "una obra para ser silbada". Es un material que pide a gritos una adaptación musical y así lo entendió Gerard Mortier, director artístico del Teatro Real y uno de los gestores culturales más visionarios y geniales de nuestro tiempo. Fue el propio Mortier quien contactó a Mauricio Sotelo para que se hiciera cargo de la partitura, convencido -como ha dicho Sotelo- de que "este complejísimo texto lorquiano sólo podría ser comprendido en toda su dimensión a través de la música".
Andrés Ibáñez se encargó de redactar un libreto cuyo objetivo era simplificar el texto original para hacerlo más claro, más comprensible, pero al mismo tiempo manteniendo la esencia poética e inabarcable de la obra lorquiana. Ibáñez resume la historia como la de "un director teatral que se ha casado con una mujer llamada Elena (...) para intentar olvidar su pasado homosexual; pero su antiguo amante reaparece y le hace sentir que está engañándose a sí mismo; (la situación lleva a) la decisión de atreverse de una vez por todas a montar una obra de "teatro bajo la arena", es decir, hablando de los temas que de verdad le importan por mucho que resulten escandalosos o inadecuados de acuerdo con la estética y la moral de la época".
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La elección de Mauricio Sotelo para construir la partitura sobre el texto de Lorca tiene un enorme sentido, no solo por tratarse de un compositor extraordinario sino también porque la evolución de su lenguaje lo ha llevado a integrar elementos armónicos y tímbricos tomados de la singularidad vocal del flamenco, idóneos para expresar la rebeldía erótica y la fuerza de la naturaleza latente en la trama. Los personajes de los tres caballos, que encarnan lo irracional, lo instintivo y el deseo en su manifestación más elemental, han sido asignados a dos cantaores y un bailaor. Pero la ópera no propone únicamente una interpretación renovada de la tradición flamenca sino lo que el propio Sotelo define como una "renovación (del lenguaje musical y de la idea misma de lo que es una ópera) que supera las ataduras conceptuales de las viejas vanguardias".
El estreno absoluto de una ópera es, desde luego, un gran acontecimiento. Pero si encima la obra propone recuperar un texto como el de "El Público" y su compositor se muestra dispuesto a superar los credos estéticos de las viejas vanguardias para situar sus aportaciones, juntamente con la tradición flamenca, al servicio de un potencial expresivo tan intenso como sea capaz, acaso no solo estaremos estrenando una ópera sino además contribuyendo a abrir un camino de futuro para esta forma de arte.