Tengo en casa un cajón lleno de teléfonos móviles viejos. El primer Moviline que hubo en casa, mi primer móvil (un Ericsson T10 azul con la tapa rota), un Nokia 7650 que conseguí casi de estraperlo, un par de blackberrys... Me han dado buen servicio y me da pena tirarlos, así que los guardo.
Los partidos políticos también tienen un cajón donde van guardando los móviles que ya no les sirven. Hubo una época en que fueron la joya de la corona y acapararon focos y titulares, pero llega un día en que amanecen metamorfoseados en el protagonista de Buried: están encerrados en un cajón. No saben qué ha pasado ni qué han hecho para merecerlo, pero chico, has pasado de moda, ya no vendes, o te has quedado despistado en el juego de quítate tú pa' ponerme yo. La cuestión es que has pasado de ser el Golden Boy al apestado, así que fuera, al rincón de pensar. Tomás Gómez, Ángel Pérez y Gregorio Gordo, Sosa Wagner, al cajón.
Dedazos en aras de la democracia. En los tiempos de Twitter, los ciudadanos habíamos empezado a creer que podíamos robarles a los partidos el privilegio de hacer política. Hemos creído que volvían a poner sus ojos en nosotros, prestándonos voz y oídos, para tender puentes sobre el abismo que separa a la gente corriente de la moqueta de los palacios y los coches oficiales. La política del futuro, vaya, repensar la sociedad red.
Pero no. Twitter, AgoraVoting, Appgree, blogs, wikis.., ciberpolítica en general, al cajón. Inútiles, por románticas. Tomando una expresión de Antoni Gutiérrez-Rubí en su libro Tecnopolítica, "la política en España sigue siendo cosa de culos de hierro y los brazos de madera". Líderes aferrados al sillón detentando el poder y el control orgánico del partido, y votaciones unánimes de subalternos temerosos de perder el favor del líder. Y lo demás, es pura tramoya. Todo forma parte del espectáculo de hacer creer que las opiniones de fuera de las bancadas oficiales importan. Eso, puro teatro. Primarias, asambleas ciudadanas y encuestas a los militantes, resueltas Deus ex machina con la aparición del dedo del líder señalando a El elegido.
Nos la han dado con queso. Hemos confundido la participación en política con la espectacularización de la política. Las tertulias le han arrebatado los platós a la crónica rosa, y a los tertulianos se les ha quedado impregnado el karma arrabalero de patio de vecinos. Lo siento Belén, la nueva princesa del pueblo es Pablo Iglesias.
Hemos creído que estar hablando a todas horas de política es hacer política. Chismorreo de política no es política, es chismorreo. Los medios de comunicación no persiguen mejorar la calidad democrática del país, sino mejorar sus audiencias. Y los partidos no persiguen empoderar al ciudadano para que tome conciencia de su dimensión global y social, de manera que la nueva práctica política sea el espacio natural para la defensa del modelo de sociedad libre y justa. No. Sólo buscan capturar votos.
Y funciona. La prueba está en las recientes encuestas de intención de voto en Madrid, donde sin haber candidatos ni programa, resulta que el PP tiene un conteo del 20,9% de votantes potenciales, y el PSOE, 18,3%. Otras encuestas afirman que el PSOE incluso mejora su intención de voto sin candidato que con él. No hace falta un rostro, no hace falta un programa. Un par de consignas facilonas pero sonoras, un hashtag elevado a trending topic, una buena trifulca que lleve a ocupar el espacio mental del votante, es todo lo que necesitan los culos de hierro y los brazos de madera para seguir meciendo la cuna.
Y tan campantes. Votos a la urna y esperanzas e ilusiones de que las herramientas que la tecnología pone a nuestro alcance sirvan para que la ciudadanía de este país exija un ejercicio crítico de la política, al baúl de los recuerdos. Quedaba Podemos, que aspiraba a encarnar la quintaesencia de la representatividad ciudadana. A poco que han andado, han mostrado algunos de los tics (tacs) que criticaban en sus contrarios. Monedero ha dado un paso al frente para ser el próximo móvil a arrinconar en el cajón, y con él las altas expectativas que muchos estaban poniendo en Podemos. Ya han aparecido las discrepancias internas, las críticas a la toma de decisión, la imposición de la maquinaria del partido, el surgimiento de los remiendos de siempre en lo que se vendía como nuevo. Poco tiempo han necesitado para forjar el hierro y cepillar la madera.
Pensaba que quizá por primera vez teníamos la posibilidad de asentar una nueva forma de comunicar y de participar en política, para que el juego no se limitase a azuzar a los fanboys de la hinchada A contra los fanboys de la hinchada B. Pero no. Lo que decía Talleyrand, que lo no puede ser, no puede ser, y además, es imposible. Al cajón, yo también.