Hace unos días, el Congreso dio luz verde al nuevo Código Penal, que introduce, como principal novedad, la figura de la "prisión permanente revisable", una condena a perpetuidad para determinados delitos, que no evita que tus huesos vayan de por vida al trullo, aunque elude llamarla por su nombre: cadena perpetua. Algo así como acompañar el supositorio con vaselina para introducirlo mejor, pero introducirlo al fin y al cabo. Más allá del consenso o rechazo que ha suscitado entre las diferentes formaciones políticas y del apoyo mayoritario que parece ser que le otorga la ciudadanía a esta medida, cabría preguntarse la necesidad que había para su introducción, y cuáles son las ventajas reales, si las hay, que una sociedad en general y los presos en particular obtienen con su implantación.
A mí me aterra la idea de poder ser encerrado de por vida en una cárcel, sea el agujero más sórdido y cutre de la tierra o la prisión más moderna y sofisticada que se haya construido jamás. Y me aterra, no sólo por la duración en sí de la condena, sino por el hecho de ser encerrado, de ser apartado de la sociedad, del ambiente en que me desenvuelvo habitualmente y de mis seres queridos, y por verme recluido en un mundo de reglas propias y alejado de la realidad cotidiana hasta convertirse en el único escenario posible, sea por el tiempo de una vida entera, por 2 años y un día o un mes. Tal vez por eso nunca he delinquido, que yo sepa, al menos conscientemente, pues la sola idea de verme en esa situación ha bastado para reprimir de inmediato la tentación. Soy un cagao, lo reconozco, y como yo la inmensa mayoría de personas a quienes la sombra de la cárcel les basta para descartar sucumbir al hechizo de la delincuencia. Es lo normal, sin castigo no nos reprimiríamos, y en sociedad debemos aceptar esta regla como un precepto, pues la justicia funciona por delegación: renunciamos a tomárnosla por nuestra cuenta y delegamos en el Estado llevarla a término (en especial, nuestra venganza en caso de ser las víctimas), en aras de una convivencia pacífica frente a la anarquía que supone lo contrario. "Debemos ser esclavos de la ley para poder ser libres", decía Cicerón; y cuánta razón tenía, porque la ley debe garantizar la supervivencia de la sociedad y de sus miembros, pero también su futuro, porque sin la perspectiva de éste no hay redención posible.
Así pues, la "prisión permanente revisable" no está pensada para nosotros, modélicos ciudadanos inmersos en nuestras modélicas y prosaicas vidas, e incapaces de cruzar la calle con el semáforo en rojo (aunque a veces nos dejen creer que lo hacemos para hacernos pensar que somos dueños de nuestro destino); está reservada para los delitos muy graves como los de lesa humanidad, genocidio, contra la corona, asesinatos múltiples, pederastia, terrorismo.... Y me pregunto: ¿acaso una persona que incluso puede ser capaz de abandonar su casa y a sus seres queridos, ceñirse un cinturón de explosivos y hacerse explotar en nombre de la causa que sea, puede verse influida en su propósito por el hecho de que su condena sea mayor? ¿Puede alguien que es capaz de asesinar a miles de personas en nombre de una bandera o de matar a sus semejantes por el placer de hacerlo, verse intimidado por la magnitud de una condena? ¿El violador y el pederasta condicionan su pulsión enferma y obsesiva a los años entre rejas? No. El yihadista, como el asesino múltiple, como el criminal de guerra o el terrorista, como el violador y el pederasta, seguirá intentando matar o violar alimentado por su obsesión homicida y perturbada y espoleado por la enfermedad o el desarraigo, por la promesa de un paraíso en otra vida o por el espíritu envenenado de odio y rabia, y se verá arrastrado a la barbarie más allá de las consecuencias judiciales de sus actos.
La experiencia demuestra que países que contemplan condenas muy duras, incluso la de muerte, no ven reducidas sus tasas de criminalidad. EEUU es un ejemplo de ello. En un mundo obsesivo y enfermo, ajeno a la normalidad del comportamiento y que no reconoce las reglas ni las acepta, las consecuencias no condicionan la comisión de delitos horribles, y por tanto, es la sociedad, a través de su legislación, quien debe decidir cuál debe ser el escenario en que quiere que se desenvuelva su futuro y el de aquellos miembros que aun perteneciendo a ella se sitúan enfrente.
La cadena perpetua en España no es una cuestión de constitucionalidad ni de respuesta a una coyuntura determinada; es una cuestión de actitud, de forma de ser y de ver la vida. Cabe preguntarse si es la opción más inteligente. Invertir realmente en medidas de reinserción social siempre será más caro que encerrar de por vida o que matar, pero con toda seguridad mucho más práctico. Castigar sin mesura siempre ha sido el recurso de los débiles, de los poco evolucionados socialmente, el recurso de los dictadores, de las sociedades más deshumanizadas. Pagar el precio que corresponde e incidir en las medidas oportunas que integren y sumen y no excluyan es una opción infinitamente más inteligente y provechosa; es la opción de las sociedades sin complejos y desarrolladas que invierten en su futuro sin apostar por medidas populistas exentas de reflexión.
Que esta concepción de la vida sea la única que se contemple en el Código Penal. Y para que lo único que encerremos sin reparos sean los placeres del paladar, esta receta: Entalegados de pollo y mango; una mezcla delicada y explosiva que no ve el momento de salir del talego para mostrar sin tapujos y con descaro de lo que es capaz después de un tiempo encerrado. Un bocado exquisito capaz de liberar todo un mundo de sabor a cada mordisco.
Que lo disfrutes.
NECESITARÁS (para 4 personas)
- 400g de pechuga de pollo deshuesada.
- 1 puerro grande.
- 1 mango.
- Sal
- Pimienta y curry.
- 100ml de aceite de oliva virgen extra.
- 30ml de salsa de soja.
- Hojas de pasta filo.
- 1 yema de huevo.
ELABORACIÓN
- Corta las pechugas en trocitos, sala (con cuidado que la salsa de soja ya es salada) y añade pimienta y curry al gusto. Añade la salsa de soja y la mitad del aceite, remueve todo bien y reserva en la nevera un par de horas aproximadamente. Sofríe y reserva.
- Corta fino el puerro y sofríe en el resto del aceite. Cuando casi esté hecho añade el mango cortado en trocitos y sofríe unos 5 minutos, machacándolo ligeramente con el tenedor y mezclándolo bien con el puerro. Rectifica de sal e incorpora la pechuga. Sigue cociendo 2-3 minutos más para que los sabores se conjunten.
- Corta las hojas de pasta filo en cuadrados de unos 15 centímetros de lado y coloca en el centro una buena cucharada de la mezcla. Cierra los lados formando paquetitos (moja con un pincel los extremos de cierre para que quede sellado). Bate la yema de huevo y pinta los paquetitos por encima, para que queden dorados al hornear. Colócalos en una bandeja e introdúcela en horno, previamente precalentado, a 200 grados durante 10-12 minutos o hasta que veas que están dorados.
- Emplatado: dispón en un plato alargado un cordón de brotes verdes y sobre el mismo 3 ó 4 entalegados por comensal.
Umm, exquisito, fácil y aparente. A disfrutar.
NOTA
Si quieres puedes hacer saquitos en lugar de paquetitos, es más laborioso, pero mucho más aparente. Para ello, reserva unas tiras finas y largas de puerro, y anuda los saquitos con ellas.
A esta mezcla el calabacín le va también de maravilla, pero rellénalos con lo que más se adapta al gusto de tu casa; es una receta la mar de versátil.
MÚSICA PARA ACOMPAÑAR
Para la elaboración: Run, Snow Patrol
Para la degustación: The Wolves, Bon Iver
VINO RECOMENDADO
Barahonda Monastrel T-12. DO Yecla
DÓNDE COMER
En habitación amplia o al aire libre, sea patio o terraza. Cubiertos, los justos; y ya que podemos prescindir de su uso continuado con tan suave bocado, que sean tus manos tenedor, y cuchillo, tu boca.
QUÉ HACER PARA COMPENSAR LAS CALORÍAS
Cualquier actividad al aire libre, sea paseo o carrerilla, o juego, con balón o sin él, será ocupación suficiente para compensar tan sabroso bocado.