Que no, tontos, que es broma, que no vamos a ganar, y les voy a explicar por qué. "Es un tema muy potente. Una canción desgarradora y con toques épicos que habla de desamor: es un lloro, un grito de dolor". Talmente. Como si le pisas el rabo a un chihuahua. Bueno, como es épica, quizá como si se lo pisas a un pastor alemán. Aunque por los supuestos toques "étnicos" quizá es más bien como si le pisaras el rabo a una ñu. La frase entrecomillada la dijo Edurne, la pobre muchacha que va a defender lo indefendible este año (otra vez) en el Festival de Eurovisión.
El caso es llevar basura en lugar de talento. Y además debe ser que no hay en España nadie que sea capaz de escribir por sí solo una inmundicia como la que han compuesto a tres manos (o a tres pies, visto el resultado), Thomas G:son, Tony Sánchez-Ohlsson y Peter Böstrom. Porque si se trata de llevar bazofia, les aseguro que hay para dar y tomar y no hace falta irse a Suecia a buscarla. Este contubernio hispano-sueco tiene además a sus espaldas algunas de las mayores atrocidades musicales escuchadas en los últimos años (incluido un número uno, la famosa e intragable Euphoria). Porque una cosa es que uno se equivoque cada año, pero no cada año con los mismos, porque apesta.
No voy a meterme con la pobre Edurne, una profesional estupenda, estoy seguro, que bastante tiene con ilusionarse por defender esa cosa horrísona y aburrida que podría haber compuesto un chimpancé sordo de forma aleatoria. Me voy a meter con los que eligen la canción. Con Radio Televisión Española, al fin y al cabo. Con los eurofans acríticos que año tras año jalean la roñosa excrecencia que RTVE decide enviar, y que siempre creen que ha sido una injusticia porque en el festival todo es política y los países se votan unos a otros. Claro: es que es así, es que los países se votan unos a otros y por eso gana siempre el país al que más países han votado. Y ustedes pueden pensar que efectivamente se votan unos a otros (como hacía el fallecido Uribarri que era capaz de adivinar con un atlas en la mano quién votaría a quién, pero jamás fue capaz de adivinar qué país ganaría) y quedarse con la conciencia tranquila convencidos del talentazo de la música española y que la raza y el buen gusto (marca España/Suecia) son incomprendidos. Y el año que viene otro truño igual o peor. Y con que siempre ganan los países del Este: Austria, Dinamarca, Alemania, Suecia. Noruega. Todo es el Este en la mente del español deshonrado, del eurofan indignado.
Y mientras tanto, hay montones de sellos independientes que malviven, de grupos que venden trescientas copias si llega, de conciertos de sala en sala, arrastrando talento por polígonos, por carreteras secundarias, por fiestas de pueblo. Les daría una lista de más de cincuenta grupos y cantantes que arrasarían en el Festival, o que al menos no nos harían quedar en una posición vergonzosa, pero no voy a hacerlo por miedo a dejarme fuera a otros cincuenta. Que los hay. Les aseguro que los hay.
Dirán ustedes que si vale la pena, que si merece la pena indignarse por algo como esto, pero quizá esto es un epítome de todo, que es así todo, que pasa con todo: con la literatura, con el cine, con la ciencia. Que estamos ciegos ya, que no vemos, que no oímos. Que se nos van, como se van siempre, como se fueron tantos. Que se desesperan. Que lo dejan. Que se meten de dependientes en Zara o donde les ofrezcan 600 euros al mes.
Espero por su bien que no tengan que oír demasiadas veces la "canción" de aquí a mayo ("Mi corazón me susurró a mí no vuelvas sin su amor". Glups). Porque les aseguro que después no la van a volver a oír nunca jamás. Como las otras. Como las de todos los años. Siempre nos quedará la fregona y el chupachups.
El caso es llevar basura en lugar de talento. Y además debe ser que no hay en España nadie que sea capaz de escribir por sí solo una inmundicia como la que han compuesto a tres manos (o a tres pies, visto el resultado), Thomas G:son, Tony Sánchez-Ohlsson y Peter Böstrom. Porque si se trata de llevar bazofia, les aseguro que hay para dar y tomar y no hace falta irse a Suecia a buscarla. Este contubernio hispano-sueco tiene además a sus espaldas algunas de las mayores atrocidades musicales escuchadas en los últimos años (incluido un número uno, la famosa e intragable Euphoria). Porque una cosa es que uno se equivoque cada año, pero no cada año con los mismos, porque apesta.
No voy a meterme con la pobre Edurne, una profesional estupenda, estoy seguro, que bastante tiene con ilusionarse por defender esa cosa horrísona y aburrida que podría haber compuesto un chimpancé sordo de forma aleatoria. Me voy a meter con los que eligen la canción. Con Radio Televisión Española, al fin y al cabo. Con los eurofans acríticos que año tras año jalean la roñosa excrecencia que RTVE decide enviar, y que siempre creen que ha sido una injusticia porque en el festival todo es política y los países se votan unos a otros. Claro: es que es así, es que los países se votan unos a otros y por eso gana siempre el país al que más países han votado. Y ustedes pueden pensar que efectivamente se votan unos a otros (como hacía el fallecido Uribarri que era capaz de adivinar con un atlas en la mano quién votaría a quién, pero jamás fue capaz de adivinar qué país ganaría) y quedarse con la conciencia tranquila convencidos del talentazo de la música española y que la raza y el buen gusto (marca España/Suecia) son incomprendidos. Y el año que viene otro truño igual o peor. Y con que siempre ganan los países del Este: Austria, Dinamarca, Alemania, Suecia. Noruega. Todo es el Este en la mente del español deshonrado, del eurofan indignado.
Y mientras tanto, hay montones de sellos independientes que malviven, de grupos que venden trescientas copias si llega, de conciertos de sala en sala, arrastrando talento por polígonos, por carreteras secundarias, por fiestas de pueblo. Les daría una lista de más de cincuenta grupos y cantantes que arrasarían en el Festival, o que al menos no nos harían quedar en una posición vergonzosa, pero no voy a hacerlo por miedo a dejarme fuera a otros cincuenta. Que los hay. Les aseguro que los hay.
Dirán ustedes que si vale la pena, que si merece la pena indignarse por algo como esto, pero quizá esto es un epítome de todo, que es así todo, que pasa con todo: con la literatura, con el cine, con la ciencia. Que estamos ciegos ya, que no vemos, que no oímos. Que se nos van, como se van siempre, como se fueron tantos. Que se desesperan. Que lo dejan. Que se meten de dependientes en Zara o donde les ofrezcan 600 euros al mes.
Espero por su bien que no tengan que oír demasiadas veces la "canción" de aquí a mayo ("Mi corazón me susurró a mí no vuelvas sin su amor". Glups). Porque les aseguro que después no la van a volver a oír nunca jamás. Como las otras. Como las de todos los años. Siempre nos quedará la fregona y el chupachups.