Hace 20 años casi nadie sabía nada de María Domínguez, una de las españolas más admirables de la historia. Hoy sigue ignorada por la mayoría pero al menos conocemos muchas más cosas de ella y, en ciertos ambientes, se ha convertido en un icono de las ideas progresistas, del amor por la educación y la cultura y del feminismo fetén. Es muy revelador que esta mujer, que murió fusilada en septiembre de 1936, permaneciera durante casi 60 años en el olvido.
Uno de los principales responsables de su redescubrimiento fue Javier Barreiro, escritor zaragozano, profesor de literatura, investigador cultural y, entre otras cosas, experto mundial en escritores malditos, en el tango o en Raquel Meller. A Javier le llamó la atención un reportaje en Crónica, una revista de los años 30, sobre la alcaldesa de Gallur, la primera mujer alcalde elegida democráticamente en España. Esa fue la primera noticia que tuvo de María Domínguez. Luego vio, en un catálogo de libros viejos, uno escrito por ella, Opiniones de mujeres (1933), y de inmediato lo compró. Javier siempre apunta fecha y origen de los libros. Este le llegó el 19 de febrero de 1995 desde la Librería Llorente de Madrid. En la librería sólo había un ejemplar pero, para lo raro que era, le pareció muy barato: nadie había mostrado interés en él y el librero le cobró 3.000 pesetas. El escritor José Luis Melero aún se muerde el labio cuando recuerda que llegó a ese libro, exactamente, cinco minutos tarde. Eso es lo que le dijo el librero cuando le telefoneó para hacer el pedido. Entre los bibliófilos, Pepe Melero es conocido como "el bibliófilo".
En estos 20 años se han producido algunos hitos. En noviembre de 1995 se celebró en Zaragoza el I Congreso Internacional "Escritura y Feminismo", dirigido por Nieves Ibeas y Antonio Domínguez, en el que las historiadoras Pilar Maluenda y Julita Cifuentes aportaron una ponencia sobre María Domínguez; en 1997, Javier Barreiro firmó la entrada dedicada a ella en la Gran Enciclopedia Aragonesa que dirigió Eloy Fernández Clemente; hacia 1998, Lola Campos publicó en El Heraldo de Aragón una serie de artículos basados en un reportaje que este periódico publicó el 27 de octubre de 1932 sobre "la primera mujer alcalde de España".
Inspirada por esos artículos, en 1999, la Diputación Provincial de Zaragoza presidida por Javier Lambán le concedió la Medalla de Santa Isabel de Portugal; en 2001, Lola Campos trazó su semblanza en el libro Mujeres aragonesas; en 2004 se presentó la Fundación María Domínguez y ahora, impulsado por esta fundación, se ha estrenado María Domínguez, la palabra libre, un valioso documental dirigido por Vicky Calavia y editado por Emilio Casanova. En esa película intervienen, entre otros, Alberto Sabio y Javier Fernández -dos de los grandes animadores de la fundación-, Herminio Lafoz, Javier Barreiro, sus biógrafas Pilar Maluenda y Julita Cifuentes, y Rosa Montero que, en 2005, publicó sobre ella un excelente artículo en El País. En Zaragoza o Pamplona tiene dedicadas calles y el colegio de Gallur lleva su nombre. La figura de la heroína crece sin parar.
María nació en 1882 en Pozuelo de Aragón, un pueblecito del Campo de Borja. Su familia era pobre y trabajó en el campo desde niña. En esa España rancia el machismo, la ignorancia y el peso del pecado eran extremos. Sin embargo, por alguna milagrosa razón, en María cristalizó una sensibilidad cultural, política y social realmente insólita en una chica de pueblo del siglo XIX. A los 18 años se casó con Bonifacio Ba Cercé, de Fuendejalón. Fue un matrimonio de conveniencia, como la inmensa mayoría. Pero su marido resultó ser un maltratador y ella lo abandonó. Esa decisión, cómo no, hizo que sus paisanos la despreciaran y la miraran como a una golfa. Pero ella lo que despreciaba era el qué dirán, la moral infame y el escandaloso retraso que hacía considerar a la mujer como un ser inferior.
Empujada por la rotunda convicción de que la educación engrandecía a la gente y la alejaba de la miseria económica y moral, María se formó para ser maestra, en buena parte de modo autodidacta, en Barcelona y Pamplona, y enseñó en una escuela del Valle de Baztán, en Navarra. Sin embargo, su salud quebradiza la obligó a instalarse en Zaragoza, donde continuó con sus estudios y sus clases, trabajó de costurera o sirvienta y escribió en diversas publicaciones progresistas.
En los años 20, al morir su primer marido, se casó con Arturo Segundo Romanos, un esquilador viudo y socialista con el que se trasladó a Gallur. María enseñaba, se desvivía por los más débiles y creó con su marido la sección local de la UGT. Durante la Segunda República, en julio de 1932, los vecinos de Gallur presionaron para que dimitiera en pleno el Ayuntamiento elegido en abril de 1931 y, a propuesta de ellos, el gobernador civil eligió a María Domínguez como presidenta de la Comisión Gestora que se puso al frente del pueblo. Su experiencia en la política fue decepcionante y fugaz -duró seis meses- pero era la primera vez en la historia de España que una mujer dirigía un Ayuntamiento democrático.
María llamaba la atención por más cosas: no dejaba de escribir en periódicos y revistas e impartía charlas sobre el socialismo, la república, Joaquín Costa o la condición femenina. Sus textos eran militantes e incisivos, cargados de ironía, inteligencia y una mirada propia sobre el mundo. Algunos de ellos los firmaba con un seudónimo que ya no podía ser más somarda: "María la tonta". La mítica Hildegart Rodríguez escribió un prólogo muy extenso a un volumen que reunía algunas de sus conferencias y que era, precisamente, Opiniones de mujeres. Resultaba inaudito que una campesina enfermiza y humilde hubiera llegado tan alto.
Al estallar la Guerra Civil los echaron de Gallur. María y su marido se refugiaron en Pozuelo de Aragón, en casa de su hermana. Pero ambos fueron fusilados. María murió el siete de septiembre de 1936 en las tapias del cementerio de Fuendejalón, donde reposan sus restos. Pero, desde ese día de septiembre hasta 1995, cuando Javier Barreiro le puso el ojo encima, esta mujer no fue nadie. Mientras tanto, durante toda la dictadura, Zaragoza consagró a Marina Moreno una de sus calles estrella, el actual Paseo de la Constitución. Marina fue una chica falangista de Huesca que, a los 18 años, en agosto de 1936, murió cuando fue ametrallado el camión en el que viajaba al frente de Almudévar para auxiliar a los soldados. El franquismo convirtió a Marina en una mártir a la vez que enterraba concienzudamente la memoria de María. La chica de Pozuelo había cometido el intolerable delito de estar muy por encima de su tiempo y luchar con infinito coraje por la libertad, la igualdad, la tolerancia, la justicia social, la educación, la cultura, la modernidad y por un mundo más decente.
Uno de los principales responsables de su redescubrimiento fue Javier Barreiro, escritor zaragozano, profesor de literatura, investigador cultural y, entre otras cosas, experto mundial en escritores malditos, en el tango o en Raquel Meller. A Javier le llamó la atención un reportaje en Crónica, una revista de los años 30, sobre la alcaldesa de Gallur, la primera mujer alcalde elegida democráticamente en España. Esa fue la primera noticia que tuvo de María Domínguez. Luego vio, en un catálogo de libros viejos, uno escrito por ella, Opiniones de mujeres (1933), y de inmediato lo compró. Javier siempre apunta fecha y origen de los libros. Este le llegó el 19 de febrero de 1995 desde la Librería Llorente de Madrid. En la librería sólo había un ejemplar pero, para lo raro que era, le pareció muy barato: nadie había mostrado interés en él y el librero le cobró 3.000 pesetas. El escritor José Luis Melero aún se muerde el labio cuando recuerda que llegó a ese libro, exactamente, cinco minutos tarde. Eso es lo que le dijo el librero cuando le telefoneó para hacer el pedido. Entre los bibliófilos, Pepe Melero es conocido como "el bibliófilo".
En estos 20 años se han producido algunos hitos. En noviembre de 1995 se celebró en Zaragoza el I Congreso Internacional "Escritura y Feminismo", dirigido por Nieves Ibeas y Antonio Domínguez, en el que las historiadoras Pilar Maluenda y Julita Cifuentes aportaron una ponencia sobre María Domínguez; en 1997, Javier Barreiro firmó la entrada dedicada a ella en la Gran Enciclopedia Aragonesa que dirigió Eloy Fernández Clemente; hacia 1998, Lola Campos publicó en El Heraldo de Aragón una serie de artículos basados en un reportaje que este periódico publicó el 27 de octubre de 1932 sobre "la primera mujer alcalde de España".
Inspirada por esos artículos, en 1999, la Diputación Provincial de Zaragoza presidida por Javier Lambán le concedió la Medalla de Santa Isabel de Portugal; en 2001, Lola Campos trazó su semblanza en el libro Mujeres aragonesas; en 2004 se presentó la Fundación María Domínguez y ahora, impulsado por esta fundación, se ha estrenado María Domínguez, la palabra libre, un valioso documental dirigido por Vicky Calavia y editado por Emilio Casanova. En esa película intervienen, entre otros, Alberto Sabio y Javier Fernández -dos de los grandes animadores de la fundación-, Herminio Lafoz, Javier Barreiro, sus biógrafas Pilar Maluenda y Julita Cifuentes, y Rosa Montero que, en 2005, publicó sobre ella un excelente artículo en El País. En Zaragoza o Pamplona tiene dedicadas calles y el colegio de Gallur lleva su nombre. La figura de la heroína crece sin parar.
María nació en 1882 en Pozuelo de Aragón, un pueblecito del Campo de Borja. Su familia era pobre y trabajó en el campo desde niña. En esa España rancia el machismo, la ignorancia y el peso del pecado eran extremos. Sin embargo, por alguna milagrosa razón, en María cristalizó una sensibilidad cultural, política y social realmente insólita en una chica de pueblo del siglo XIX. A los 18 años se casó con Bonifacio Ba Cercé, de Fuendejalón. Fue un matrimonio de conveniencia, como la inmensa mayoría. Pero su marido resultó ser un maltratador y ella lo abandonó. Esa decisión, cómo no, hizo que sus paisanos la despreciaran y la miraran como a una golfa. Pero ella lo que despreciaba era el qué dirán, la moral infame y el escandaloso retraso que hacía considerar a la mujer como un ser inferior.
Empujada por la rotunda convicción de que la educación engrandecía a la gente y la alejaba de la miseria económica y moral, María se formó para ser maestra, en buena parte de modo autodidacta, en Barcelona y Pamplona, y enseñó en una escuela del Valle de Baztán, en Navarra. Sin embargo, su salud quebradiza la obligó a instalarse en Zaragoza, donde continuó con sus estudios y sus clases, trabajó de costurera o sirvienta y escribió en diversas publicaciones progresistas.
En los años 20, al morir su primer marido, se casó con Arturo Segundo Romanos, un esquilador viudo y socialista con el que se trasladó a Gallur. María enseñaba, se desvivía por los más débiles y creó con su marido la sección local de la UGT. Durante la Segunda República, en julio de 1932, los vecinos de Gallur presionaron para que dimitiera en pleno el Ayuntamiento elegido en abril de 1931 y, a propuesta de ellos, el gobernador civil eligió a María Domínguez como presidenta de la Comisión Gestora que se puso al frente del pueblo. Su experiencia en la política fue decepcionante y fugaz -duró seis meses- pero era la primera vez en la historia de España que una mujer dirigía un Ayuntamiento democrático.
María llamaba la atención por más cosas: no dejaba de escribir en periódicos y revistas e impartía charlas sobre el socialismo, la república, Joaquín Costa o la condición femenina. Sus textos eran militantes e incisivos, cargados de ironía, inteligencia y una mirada propia sobre el mundo. Algunos de ellos los firmaba con un seudónimo que ya no podía ser más somarda: "María la tonta". La mítica Hildegart Rodríguez escribió un prólogo muy extenso a un volumen que reunía algunas de sus conferencias y que era, precisamente, Opiniones de mujeres. Resultaba inaudito que una campesina enfermiza y humilde hubiera llegado tan alto.
Al estallar la Guerra Civil los echaron de Gallur. María y su marido se refugiaron en Pozuelo de Aragón, en casa de su hermana. Pero ambos fueron fusilados. María murió el siete de septiembre de 1936 en las tapias del cementerio de Fuendejalón, donde reposan sus restos. Pero, desde ese día de septiembre hasta 1995, cuando Javier Barreiro le puso el ojo encima, esta mujer no fue nadie. Mientras tanto, durante toda la dictadura, Zaragoza consagró a Marina Moreno una de sus calles estrella, el actual Paseo de la Constitución. Marina fue una chica falangista de Huesca que, a los 18 años, en agosto de 1936, murió cuando fue ametrallado el camión en el que viajaba al frente de Almudévar para auxiliar a los soldados. El franquismo convirtió a Marina en una mártir a la vez que enterraba concienzudamente la memoria de María. La chica de Pozuelo había cometido el intolerable delito de estar muy por encima de su tiempo y luchar con infinito coraje por la libertad, la igualdad, la tolerancia, la justicia social, la educación, la cultura, la modernidad y por un mundo más decente.