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Italia, el nacional-populismo que viene

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El pasado sábado 28 de febrero, el pacífico fin de semana romano se vio sacudido por una gran marcha antigubernamental organizada por la Liga Norte para decir "¡basta!" a la difícil situación política y económica que atraviesa el país. Terminó con un estruendoso mitin en el que sus principales dirigentes hicieron un derroche de rigor intelectual y riqueza de vocabulario para dar soluciones a la crisis.

Todo lo arreglaron con un "vaffanculo per tutti": para el primer ministro Matteo Renzi y su Gobierno, la Unión Europea, el euro, el islam, los impuestos, la prostitución... pero también para los emigrantes y los gitanos, a los que se culpabiliza del desempleo, de beneficiarse del Estado del bienestar que pagan todos los italianos, de la inseguridad ciudadana... Cada "vaffanculo" era coreado por las masas de entusiastas seguidoras del líder de la Liga Norte, Matteo Salvini.

La marcha encontró el apoyo de los miembros de Casa Pound, "los fascistas del siglo XXI", como se llaman a sí mismos, una escisión del neofascismo italiano después de que el partido de Franco Fini que la representaba enfocara sus postulados hacia posiciones más moderadas de derechas. En la manifestación pudieron verse cruces celtas que usan los neofascistas, fotos de Mussolini...

Salvini no ha dejado de aparecer en la prensa desde que asumió la dirección de la Liga en diciembre de 2013. Incluso ha aparecido medio desnudo en la revista Oggi y ha vendido las fotos dedicadas por internet para recoger fondos para una ONG que ayuda a las mujeres a no abortar.

En un momento de desencanto con respecto a las formaciones políticas convencionales y cuando parece que se puede desinflar el Movimiento Cinco Estrellas de Beppe Grillo que ha acaparado hasta ahora el voto de protesta, Salvini está haciendo todos los esfuerzos por absorberlo. Por ello se dice en la prensa que ha radicalizado su populismo, que ha cambiado la línea tradicional del partido, que buscaba la descentralización de Italia y/o la independencia de las regiones del norte del país, por un discurso xenófobo, populista y de extrema derecha. Pero realmente no es así, lo que ha cambiado es la percepción con respecto a la misma, ya que la Liga Norte, con más o menos estridencias, siempre ha sido la misma.

La Liga Norte nació en 1991 de la unión de una serie de ligas regionales septentrionales de carácter identitario. En aquellos primeros años de los 90, Europa en general, e Italia en particular, estaban sumidas en una crisis económica; no tan profunda como la actual pero bastante seria. El desencanto político era notable.

En medio de esta situación estalló un escándalo de corrupción político-empresarial de enorme magnitud, la tangentopoli (en italiano "soborno", aunque el proceso se conoce como Manos Limpias): la denuncia de un empresario de Milán que pagaba su comisión a un dirigente socialista y no lograba la obra pública prometida, junto a la intervención de una amante despechada, acabó con el arresto del político, cuya declaración supuso el desmantelamiento de toda una serie de tramas de corruptelas estructuradas. El subsiguiente proceso terminó con la mitad de la clase política y empresarial italiana ante los juzgados, además de una serie de suicidios, y con el máximo dirigente y exprimer ministro democratacristiano, Giulio Andreotti, procesado, y su homólogo socialista y exprimer ministro, Bettino Craxi, en el exilio tunecino huyendo de la justicia.

Salvando enormes distancias, aquella crisis, o algunos de sus efectos, tienen su paralelismo en la situación actual española: acabó con el bipartidismo de democratacristianos y socialistas (allí incluso terminaron desapareciendo aquellos partidos históricos), irrumpió un juez estrella que se pasó a la política, Antonio Di Pietro (alguno tenemos por aquí); el viejo partido comunista se disolvió en distintas plataformas (en su caso, no por la corrupción sino consecuencia del desmoronamiento del mundo comunista) y aparecieron formaciones de nuevo cuño, más o menos populistas, que recogieron el voto del malestar, del desencanto, de la protesta, y, por qué no, de la ilusión regeneracionista en un país que había conocido 47 gobiernos en 45 años.

Entre ellos, la Liga Norte. Su ascenso fue meteórico: de tener un senador y dos diputados pasó a ocupar la alcaldía de Milán y a ser mayoritario en distintas provincias septentrionales; y en las elecciones de 1992 pasó a tener 25 senadores y 55 diputados, que se convirtieron en 60 y 117 en los comicios dos años después.

Pese a entrar a formar parte, en 1994, del Gobierno del no menos populista y controvertido empresario Silvio Berlusconi, en coalición también con los neofascistas de Franco Fini, la prensa europea y las opiniones públicas más o menos progresistas de la época, incluida España, los trataba con simpatía: eran el aire fresco que llegaba a la política. Incluso desde dentro de Italia, el dirigente comunista Massimo D'Alema llegó a decir que "la Liga Norte es nuestra costilla". Ocuparon cinco carteras ministeriales, entre ellas la de Interior, que fue a parar al número dos de la Liga, Roberto Maroni, que hizo el deleite de la prensa: un ministro rockero con chupa de cuero y gafas negras.

Nadie parecía tener en cuenta, al menos fuera de Italia, su programa ideológico, elaborado por Franco Miglio, un democratacristiano de la vieja aristocracia lombarda que se definía ni de derechas ni de izquierdas. Se basaba en un modelo económico ultraliberal ("Menos Estado y más mercado" era uno de los lemas de la Liga), reducción de impuestos y de la burocracia centralista (había llamado a la desobediencia fiscal y al boicot de los impuestos adicionales marcados por el Gobierno Amato a finales de 1992) y el saneamiento del gasto público que pasaba por la privatización de todos los servicios públicos, empezando por la Seguridad Social.

Pero lo peor era el discurso xenófobo y racista del que iba acompañado este programa. A los italianos del sur los llamaban "terroni" (paletos) y vagos de prácticas mafiosas que se beneficiaban por medio de la "Roma ladrona" de las riquezas que generaban los italianos ricos y laboriosos del norte. Razón por la que reclamaban la independencia de la Padania, las regiones septentrionales de Italia: en 1996, su líder, Umberto Bossi, aprovechando la debilidad institucional, declaró la independencia de la Padania y de su parlamento de Mantua tras convocar un referéndum secesionista ilegal y una amplia manifestación por el río Po. Para Bossi, el norte de Italia es "Europa" y el sur, "Africa".

A los exabruptos contra los compatriotas meridionales se unían los dirigidos contra los emigrantes: "Entre los negros y los árabes prefiero a los negros: por lo menos trabajan", dijo Umberto Bossi durante la campaña electoral de 1992. Bossi recibió en aquella época manifestaciones de simpatía de algunos líderes de la extrema derecha de la época, como el austríaco Jorg Haider.

Aunque el choque de personalidades Bossi-Berlusconi-Fini hizo saltar el Gobierno, la Liga Norte volvió a pactar con el magnate para formar parte de sus gobiernos en 2001 y 2008. Lo cual fue minando sus simpatías electorales (caída al 4% de los votos en 2013), unido a varios escándalos. Uno de corrupción económica que obligó a Bossi a dejar la dirección de la Liga; otros de carácter xenófobo, como llamar desde el partido "orangután" a la ministra de Integración, Cecyle Kyense, de origen congoleño.

En dos ocasiones, 2002 y 2006, la Comisión Europea contra el Racismo y la Intolerancia denunció a la Liga Norte como partido que hace uso de propaganda racista y xenófoba. A lo que Bossi replicó en 2002 que su partido ni es racista ni xenófobo porque son "demócratas", y que "racista y xenófoba es la izquierda". También se les ha acusado de partido homófobo por oponerse a que las parejas homosexuales puedan adoptar niños y por las opiniones de algunos de sus dirigentes sobre la homosexualidad.

El relevo de Bossi por Roberto Maroni no mejoró las expectativas políticas de la Liga hasta que irrumpió en escena con sus excentricidades Matteo Salvini, de 41 años, periodista y eurodiputado. Este aficionado de joven a participar en concursos televisivos (al igual que el primer ministro, Matteo Renzi) en 1999 fue condenado a un mes de cárcel por arrojarle un huevo al entonces primer ministro, Massimo D'Alema, y se hizo notablemente famoso en 2010 al proponer en Milán separar en vagones del metro a negros de italianos.

Ha aparcado aparentemente la línea secesionista de la Liga Norte (sigue siendo el objetivo del artículo 1 de sus estatutos), pero sólo porque ve posibilidades de gobernar en Roma: los sondeos le acreditan un ascenso constante, situándole en un 27% de popularidad. De hecho, desde su partido se ha seguido el proceso secesionista escocés y catalán, con declaraciones favorables al respecto de Roberto Maroni. Parece ser que incluso fue recibido por Artur Mas, según algunos medios, y el propio Salvini reconoció tener estrechos lazos con Convergència i Unió; los diputados de la Liga Norte se pusieron camisetas con la estelada en el Parlamento romano en apoyo al referéndum de Artur Mas.

Con quien Salvini mantiene estrechas relaciones políticas en Europa es con el Frente Nacional francés de Marine Le Pen, el nacional-populista Partido por la Libertad holandés de Geert Wilders y su homólogo austríaco FPO. También ha viajado a Corea del Norte, de donde parece ser que ha venido bastante contento con lo que ha visto por allí.

Salvini intenta captar el voto del malestar que hasta ahora atraían el Movimiento Cinco Estrellas del humorista un Beppe Grillo, que se desinfla, y el ya eclipsado magnate Silvio Berlusconi. Italia no pasa por su mejor momento económico y social, está en recesión. El FMI estima que su crecimiento este año será un asfixiante 0,5%, mientras que su deuda pública toca el 135% del PIB, la segunda más alta de la UE después de Grecia. Sus empresas pasan por situaciones delicadas, con despidos y huelgas como la encubierta que ocasionó el verano pasado el personal de Alitalia, quedándose 20.000 pasajeros sin poder viajar con sus maletas (algunos de los agraviados españoles aún no han cobrado la indemnización que les corresponde).

El paro, que está en el 13,4% y que afecta al 49,3% de los jóvenes, obliga a éstos a irse al extranjero, incluso a Albania, que no es el paraíso de la economía, o a trabajar con contratos basura (algo que nos suena bastante por aquí pero que allí, como en otros países europeos, se les llama con el eufemismo de "contratos flexibles"). El 16,6% de la población está por debajo del índice de pobreza (vivir con menos de 972€ una familia de dos miembros). La situación invita al voto de castigo y al voto de protesta en las próximas elecciones. Esperemos que al final, y pese a todo, prime algo de cordura entre el electorado italiano y no se dejen arrastrar por los "vaffanculo" de la ola nacional populista.

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