En este post me propongo cerrar la serie que empecé hace unas semanas bajo el pomposo título de ¿Podremos domesticar el capitalismo a base de apps? A los lectores que hayan tenido la paciencia de llegar hasta aquí, voy a darles finalmente la respuesta a la pregunta retórica: obviamente no (pero vale la pena intentarlo).
Como los lectores de este blog saben bien, el año pasado tuve el privilegio de entrevistar a Thomas Piketty en París. La entrevista fue muy interesante, y Piketty y su elaborado discurso me dejaron una honda impresión. Sin embargo, no estoy seguro de que ciertas de las propuestas de Piketty sean políticamente aceptables. Al igual que Piketty, creo que los impuestos deben ser progresivos, pero Piketty defiende como justos unos tipos máximos cuasi confiscatorios, que países como el Reino Unido o los Estados Unidos impusieron durante la posguerra.
En el mundo actual, en el que capital y mercancías fluyen libremente y las personas, si cuentan con los medios económicos necesarios, pueden hacerlo igualmente, los tipos confiscatorios pueden ciertamente tener efectos limitados, e incluso contraproducentes, a pesar de que bajo estrictos criterios de justicia puedan estar más que justificados. Quizás sea más injusto, pero potencialmente más eficaz, expandir la base impositiva tan necesaria para financiar escuelas, hospitales, pensiones, carreteras y estaciones de bomberos, incrementando el número de actividades efectivamente impuestas, en lugar de intentar captar más en la cúspide de la pirámide.
El que planteo es un falso dilema, lo sé, y aumentar los tipos tanto por arriba como expandir la base fiscal es algo que puede hacerse simultáneamente, como tan bien sabemos los europeos del sur, en donde incluso los Gobiernos de derechas han simultaneado ambas estrategias para reducir el déficit, asumiendo así la agenda de la Troika para nuestros países.
Empresas como Airbnb y Uber pueden ayudarnos a expandir la base imponible, ya que todas las transacciones que allí se operan se pueden rastrear electrónicamente, tal como expliqué en el post anterior. En el primer post de esta serie mencioné igualmente el sistema de pago Apple Pay, que puede llevar esta lógica hasta sus últimas consecuencias.
Es decir, los medios tecnológicos ya existentes (tarjetas de pago por contacto, smartphones con reconocimiento de huellas dactilares, etc.) permiten ya hoy eliminar el papel moneda y que todas las operaciones legales deban hacerse de forma electrónica.
No tengo duda alguna de que es ése el mundo hacia el que nos dirigimos, nos guste o no. Cierta izquierda libertaria, la que se tiró los trastos a la cabeza ante las revelaciones de Snowden, seguramente se horrorizará con parte de razón ante la posibilidad de que las autoridades puedan rastrear todas y cada una de las transacciones monetarias en las que nos vemos involucrados.
Ciertamente, esto facilitaría el trabajo de la policía, pero no solo para espiarnos, sino también para poner trabas a las transacciones ilegales de todo tipo (tráficos de droga o armas, trata de mujeres, etc.). Con seguridad, los criminales encontrarían fórmulas para llevar a cabo sus operaciones, usando por ejemplo francos suizos líquidos, suponiendo que Suiza no tomase acciones parecidas, o bien diamantes o, más probablemente bitcoins. Pero blanquear los francos, diamantes o bitcoins les haría la vida un poco más complicada.
La desaparición del efectivo añadiría igualmente una nueva y formidable arma para incrementar la demanda: la posibilidad de que las cuentas corrientes tuvieran tipos de interés negativos para estimularla. El BCE intenta poner esto en práctica con los tipos interbancarios para que los bancos aumenten el crédito. Pero si nuestros bancos intentasen hacernos lo mismo a gran escala, sacaríamos el dinero del banco para ponerlo bajo el colchón. Si no existiera el papel moneda, esto nos resultaría imposible; a lo mejor, los ahorradores intentaban transformar su dinero en oro, en vez de tenerlo en el banco. Pero el efecto probable de tal reacción sería el buscado: la demanda de joyas aumentaría, y con la compraventa de joyas, lo haría la actividad económica.
Además, estos tipos de interés negativos podrían (deberían) ser progresivos, con lo que se parecerían mucho al impuesto sobre el capital que Piketty recomienda tan persuasivamente. Es decir: si tengo 10.000 euros o menos en mi cuenta, estos podrían quedar intactos incluso en plena trampa de liquidez, pero al que tenga entre 10.000 y 100.000 euros se le podría aplicar un tipo del -0,5% para el montante que exceda los 10.000 euros, y para quien tenga más de 100.000 euros un tipo del -1% a toda cantidad superior a esa suma, etc.
Por último, la vulgarización de medios electrónicos de pago podría incrementar también la liquidez de otros activos garantizados por el Estado. Imaginemos que una parte de los sueldos de los funcionarios se pagara con deuda pública, como sugerí en otro post, pero que se permitiera al funcionario de turno canjear al cabo de un tiempo prudencial su título de deuda contra una desgravación fiscal de signo contrario, y que estas desgravaciones pudieran transmitirse electrónicamente a un tercer ciudadano. En tal caso, nuestro país creo que no violaría tratado alguno, pero en la práctica tendría cierta potestad para emitir algo muy parecido a una nueva moneda.
Lo que aquí planteo es una pequeña revolución de ciertos usos y costumbres. Sería preciso hacer un esfuerzo, por supuesto, para integrar en el mundo de los pagos digitales a los 'analfabetos' electrónicos, pero en un país en el que muchas abuelas se pasan el día conectadas al WhatsApp no me parece impensable que se pudiera dar con una fórmula integradora.
Lo que sí, en cambio, me parece impensable, es que sigamos talando árboles para transportar papeles en nuestras billeteras cuando el papel ha desaparecido prácticamente de nuestras oficinas, y ni siquiera envíamos ya cartas de amor en ese soporte.
Como los lectores de este blog saben bien, el año pasado tuve el privilegio de entrevistar a Thomas Piketty en París. La entrevista fue muy interesante, y Piketty y su elaborado discurso me dejaron una honda impresión. Sin embargo, no estoy seguro de que ciertas de las propuestas de Piketty sean políticamente aceptables. Al igual que Piketty, creo que los impuestos deben ser progresivos, pero Piketty defiende como justos unos tipos máximos cuasi confiscatorios, que países como el Reino Unido o los Estados Unidos impusieron durante la posguerra.
En el mundo actual, en el que capital y mercancías fluyen libremente y las personas, si cuentan con los medios económicos necesarios, pueden hacerlo igualmente, los tipos confiscatorios pueden ciertamente tener efectos limitados, e incluso contraproducentes, a pesar de que bajo estrictos criterios de justicia puedan estar más que justificados. Quizás sea más injusto, pero potencialmente más eficaz, expandir la base impositiva tan necesaria para financiar escuelas, hospitales, pensiones, carreteras y estaciones de bomberos, incrementando el número de actividades efectivamente impuestas, en lugar de intentar captar más en la cúspide de la pirámide.
El que planteo es un falso dilema, lo sé, y aumentar los tipos tanto por arriba como expandir la base fiscal es algo que puede hacerse simultáneamente, como tan bien sabemos los europeos del sur, en donde incluso los Gobiernos de derechas han simultaneado ambas estrategias para reducir el déficit, asumiendo así la agenda de la Troika para nuestros países.
Empresas como Airbnb y Uber pueden ayudarnos a expandir la base imponible, ya que todas las transacciones que allí se operan se pueden rastrear electrónicamente, tal como expliqué en el post anterior. En el primer post de esta serie mencioné igualmente el sistema de pago Apple Pay, que puede llevar esta lógica hasta sus últimas consecuencias.
Es decir, los medios tecnológicos ya existentes (tarjetas de pago por contacto, smartphones con reconocimiento de huellas dactilares, etc.) permiten ya hoy eliminar el papel moneda y que todas las operaciones legales deban hacerse de forma electrónica.
No tengo duda alguna de que es ése el mundo hacia el que nos dirigimos, nos guste o no. Cierta izquierda libertaria, la que se tiró los trastos a la cabeza ante las revelaciones de Snowden, seguramente se horrorizará con parte de razón ante la posibilidad de que las autoridades puedan rastrear todas y cada una de las transacciones monetarias en las que nos vemos involucrados.
Ciertamente, esto facilitaría el trabajo de la policía, pero no solo para espiarnos, sino también para poner trabas a las transacciones ilegales de todo tipo (tráficos de droga o armas, trata de mujeres, etc.). Con seguridad, los criminales encontrarían fórmulas para llevar a cabo sus operaciones, usando por ejemplo francos suizos líquidos, suponiendo que Suiza no tomase acciones parecidas, o bien diamantes o, más probablemente bitcoins. Pero blanquear los francos, diamantes o bitcoins les haría la vida un poco más complicada.
La desaparición del efectivo añadiría igualmente una nueva y formidable arma para incrementar la demanda: la posibilidad de que las cuentas corrientes tuvieran tipos de interés negativos para estimularla. El BCE intenta poner esto en práctica con los tipos interbancarios para que los bancos aumenten el crédito. Pero si nuestros bancos intentasen hacernos lo mismo a gran escala, sacaríamos el dinero del banco para ponerlo bajo el colchón. Si no existiera el papel moneda, esto nos resultaría imposible; a lo mejor, los ahorradores intentaban transformar su dinero en oro, en vez de tenerlo en el banco. Pero el efecto probable de tal reacción sería el buscado: la demanda de joyas aumentaría, y con la compraventa de joyas, lo haría la actividad económica.
Además, estos tipos de interés negativos podrían (deberían) ser progresivos, con lo que se parecerían mucho al impuesto sobre el capital que Piketty recomienda tan persuasivamente. Es decir: si tengo 10.000 euros o menos en mi cuenta, estos podrían quedar intactos incluso en plena trampa de liquidez, pero al que tenga entre 10.000 y 100.000 euros se le podría aplicar un tipo del -0,5% para el montante que exceda los 10.000 euros, y para quien tenga más de 100.000 euros un tipo del -1% a toda cantidad superior a esa suma, etc.
Por último, la vulgarización de medios electrónicos de pago podría incrementar también la liquidez de otros activos garantizados por el Estado. Imaginemos que una parte de los sueldos de los funcionarios se pagara con deuda pública, como sugerí en otro post, pero que se permitiera al funcionario de turno canjear al cabo de un tiempo prudencial su título de deuda contra una desgravación fiscal de signo contrario, y que estas desgravaciones pudieran transmitirse electrónicamente a un tercer ciudadano. En tal caso, nuestro país creo que no violaría tratado alguno, pero en la práctica tendría cierta potestad para emitir algo muy parecido a una nueva moneda.
Lo que aquí planteo es una pequeña revolución de ciertos usos y costumbres. Sería preciso hacer un esfuerzo, por supuesto, para integrar en el mundo de los pagos digitales a los 'analfabetos' electrónicos, pero en un país en el que muchas abuelas se pasan el día conectadas al WhatsApp no me parece impensable que se pudiera dar con una fórmula integradora.
Lo que sí, en cambio, me parece impensable, es que sigamos talando árboles para transportar papeles en nuestras billeteras cuando el papel ha desaparecido prácticamente de nuestras oficinas, y ni siquiera envíamos ya cartas de amor en ese soporte.