Pájaro, vértigo
yo
Vértigo, pájaro
Desde pequeña, siempre quise ser diseñadora de modas: uno, porque amaba a las Barbies; dos, porque me aburrían las monjas de mi colegio; y tres, porque soñaba con París y sus pasarelas. Un día, mi madre, cansada de tanto desperdicio, decidió esconder el papel higiénico con el que creaba los vestidos. Al ver a mis muñecas completamente desnudas, descubrí que no era tan importante el envoltorio como las historias de amor que protagonizaban con el Ken hawaiano.
Fue así como se manifestó mi pasión por la escritura. Tenía 10 años, vivía en Barranquilla (Colombia), y las baladas eróticas interpretadas por mujeres estaban en pleno apogeo. Mi relación con la poesía no es genética ni intelectual, es ante todo experimental: me gusta percibir el mundo a través de su misterio, vivir en sintonía poética desde que me levanto hasta que me duermo. En Pájaro, vértigo (Huerga & Fierro), mi más reciente libro de poemas, queda plasmado el impresionismo visual y expresionismo existencial que me caracterizan. Comencé a escribirlo sin tener un concepto previo, no pensaba en las estructuras ni en los resultados, tampoco buscaba la tan nombrada utilidad de la poesía. Más bien pensaba en serle útil desde mi propia voz. Así que, de manera relajada y con los sentidos bien despiertos, fui dejando que los poemas surgieran como pequeñas pompas voladoras.
Pájaro, vértigo es una especie de árbol emocional cuyas raíces provienen del Caribe colombiano. Es evidente que hay un reconocimiento de mis propios orígenes, se notan las huellas imborrables de mi infancia, el tono inquietante de las cosas vivas, la musicalidad de mis ancestros.
¿Qué tanto de mí hay en el pájaro y en el vértigo? Cuando pienso en lo que significa este libro en mi vida, me encanta recordar las acertadas palabras que dijo el poeta Ángel Guinda durante la presentación en Casa América: «Así, el pájaro enarbola las alas; el vértigo representa el peligro; y en la contienda entre ambos (ave y riesgo), el triunfo del vuelo nos transporta a la libertad».
yo
Vértigo, pájaro
Desde pequeña, siempre quise ser diseñadora de modas: uno, porque amaba a las Barbies; dos, porque me aburrían las monjas de mi colegio; y tres, porque soñaba con París y sus pasarelas. Un día, mi madre, cansada de tanto desperdicio, decidió esconder el papel higiénico con el que creaba los vestidos. Al ver a mis muñecas completamente desnudas, descubrí que no era tan importante el envoltorio como las historias de amor que protagonizaban con el Ken hawaiano.
Fue así como se manifestó mi pasión por la escritura. Tenía 10 años, vivía en Barranquilla (Colombia), y las baladas eróticas interpretadas por mujeres estaban en pleno apogeo. Mi relación con la poesía no es genética ni intelectual, es ante todo experimental: me gusta percibir el mundo a través de su misterio, vivir en sintonía poética desde que me levanto hasta que me duermo. En Pájaro, vértigo (Huerga & Fierro), mi más reciente libro de poemas, queda plasmado el impresionismo visual y expresionismo existencial que me caracterizan. Comencé a escribirlo sin tener un concepto previo, no pensaba en las estructuras ni en los resultados, tampoco buscaba la tan nombrada utilidad de la poesía. Más bien pensaba en serle útil desde mi propia voz. Así que, de manera relajada y con los sentidos bien despiertos, fui dejando que los poemas surgieran como pequeñas pompas voladoras.
Teclas
Un piano se hunde mansamente en el río.
Como las piedras cuando tocan el agua,
las teclas burbujean bajo la superficie.
Las miro con la ingenuidad del niño que pide un deseo
y las pompas vuelan hasta explotar en su nada,
ante mis ojos.
Pájaro, vértigo es una especie de árbol emocional cuyas raíces provienen del Caribe colombiano. Es evidente que hay un reconocimiento de mis propios orígenes, se notan las huellas imborrables de mi infancia, el tono inquietante de las cosas vivas, la musicalidad de mis ancestros.
Arroz con leche
En el patio, bajo la sombra del palo de mango,
la abuela deja pasar el arroz entre sus dedos negros.
Una cascada blanca invade la olla.
La caída del grano produce un sonido de maracas,
un Lumbalú* rutinario que crece con la llama del fogón.
La abuela trocea el mango.
Leche y limón se mezclan.
Un golpe de azúcar y otro de canela.
Habla consigo misma, mueve pausadamente los labios.
Hay ardor en su rostro
y una lágrima hierve bajo sus ojos.
En la casa no se oyen pisadas.
Reina el origen.
*Lumbalú es un ritual funerario de la cultura palenquera en Colombia, en la que intervienen danzas, cantos, música y actuaciones.
¿Qué tanto de mí hay en el pájaro y en el vértigo? Cuando pienso en lo que significa este libro en mi vida, me encanta recordar las acertadas palabras que dijo el poeta Ángel Guinda durante la presentación en Casa América: «Así, el pájaro enarbola las alas; el vértigo representa el peligro; y en la contienda entre ambos (ave y riesgo), el triunfo del vuelo nos transporta a la libertad».
Pájaro, vértigo from Charles Olsen on Vimeo.