Estoy deseando escuchar a otros candidatos electorales de otros partidos lo que estos días han prometido dos ciudadanos que acaban de ingresar en la política y que lo han hecho desde sus respectivas profesiones en la investigación y la enseñanza. Me estoy refiriendo a Pablo Echenique y Teresa Rodríguez. Ambos, el primero como aspirante a la presidencia del gobierno aragonés y la segunda como aspirante a la presidencia de la Junta de Andalucía, han asegurado que estarán sólo ocho años en su nuevo ejercicio, caso de ser elegidos.
Siempre pensé que el desempeño de la labor política no debería ser nunca una profesión. Esto es, que una vez elegido o alzado al escaño por simpatía, afinidad o capacidad de adaptación a la línea y/o a los líderes del partido, la tarea debería tener, al menos, la caducidad que han estipulado los dos representantes de Podemos y marca, por ejemplo, el tiempo de gobierno de los presidentes en Estados Unidos. Para que esto ocurra, falla de base lo primero, esto es, que se llegue a la política no por capacidad de gestión, inteligencia o valores curriculares y personales, sino por el grado de peloteo que se le haya hecho a los jefes de partido. Esto marcará la trayectoria de todos aquellos que, sin méritos para ejercer la política con provecho para su país o región, se "establecen" sine díe con los resultados que conocemos y han llegado a hacer verosímil el calificativo de casta.
Si se repasa la lista de políticos que llevan más de ocho años apalancados al poder -ya sea en municipios, comunidades autónomas, partidos, Parlamento, Senado, etcétera-, el lector estará conmigo en que hay una mayoría que no sólo rebasan esos años, sino que no tienen la más mínima intención de abandonar la poltrona, por mal que lo hagan. Es más, en las próximas elecciones de mayo, tanto el Partido Popular como el PSOE -en este caso en menor medida- no han dudado en confirmar a candidatos que tienen abiertas causas judiciales, algo que en un país con los niveles de corrupción del nuestro no resulta precisamente aleccionador. Como no lo son las declaraciones de Felipe González -el de la puerta giratoria- al afirmar que sería un error excluir a los imputados.
Lo que ha ocurrido, ocurre y ocurrirá mientras a la política llegue gente que ha buscado en ella su "colocación" para el medro o para curarse de sus frustraciones profesionales, es que España da grima año tras año, hasta el punto de ser la pugna política entre los dos partidos hasta ahora mayoritarios un sórdido debate consistente en echarse el uno al otro la mierda de sus respectivas corruptelas. Lógico que en esa tesitura, nuevos partidos traten de ofrecer otros alicientes al electorado y que eso repercuta en las encuestas.
Entre esos alicientes está, como buen principio, que tanto Rodríguez como Echenique no quieran hacer de la política su profesión y hayan fijado un plazo máximo de ocho años para ejercerla. Creo que ésa era también una condición cuando la democracia nació en Grecia. Para argumentar sus razones, Teresa Rodríguez fue así de explícita al asegurar que volverá a ser profesora al cabo de ese tiempo: "Si no, no podré saber cómo vive la gente". Los políticos/casta no lo saben, y si gobernar es escuchar, como ha dicho Manuela Carmena, está claro que sobran. A ver si los botan.
Este artículo ha sido publicado previamente en el blog del autor, www.diariodelaire.com
Siempre pensé que el desempeño de la labor política no debería ser nunca una profesión. Esto es, que una vez elegido o alzado al escaño por simpatía, afinidad o capacidad de adaptación a la línea y/o a los líderes del partido, la tarea debería tener, al menos, la caducidad que han estipulado los dos representantes de Podemos y marca, por ejemplo, el tiempo de gobierno de los presidentes en Estados Unidos. Para que esto ocurra, falla de base lo primero, esto es, que se llegue a la política no por capacidad de gestión, inteligencia o valores curriculares y personales, sino por el grado de peloteo que se le haya hecho a los jefes de partido. Esto marcará la trayectoria de todos aquellos que, sin méritos para ejercer la política con provecho para su país o región, se "establecen" sine díe con los resultados que conocemos y han llegado a hacer verosímil el calificativo de casta.
Si se repasa la lista de políticos que llevan más de ocho años apalancados al poder -ya sea en municipios, comunidades autónomas, partidos, Parlamento, Senado, etcétera-, el lector estará conmigo en que hay una mayoría que no sólo rebasan esos años, sino que no tienen la más mínima intención de abandonar la poltrona, por mal que lo hagan. Es más, en las próximas elecciones de mayo, tanto el Partido Popular como el PSOE -en este caso en menor medida- no han dudado en confirmar a candidatos que tienen abiertas causas judiciales, algo que en un país con los niveles de corrupción del nuestro no resulta precisamente aleccionador. Como no lo son las declaraciones de Felipe González -el de la puerta giratoria- al afirmar que sería un error excluir a los imputados.
Lo que ha ocurrido, ocurre y ocurrirá mientras a la política llegue gente que ha buscado en ella su "colocación" para el medro o para curarse de sus frustraciones profesionales, es que España da grima año tras año, hasta el punto de ser la pugna política entre los dos partidos hasta ahora mayoritarios un sórdido debate consistente en echarse el uno al otro la mierda de sus respectivas corruptelas. Lógico que en esa tesitura, nuevos partidos traten de ofrecer otros alicientes al electorado y que eso repercuta en las encuestas.
Entre esos alicientes está, como buen principio, que tanto Rodríguez como Echenique no quieran hacer de la política su profesión y hayan fijado un plazo máximo de ocho años para ejercerla. Creo que ésa era también una condición cuando la democracia nació en Grecia. Para argumentar sus razones, Teresa Rodríguez fue así de explícita al asegurar que volverá a ser profesora al cabo de ese tiempo: "Si no, no podré saber cómo vive la gente". Los políticos/casta no lo saben, y si gobernar es escuchar, como ha dicho Manuela Carmena, está claro que sobran. A ver si los botan.
Este artículo ha sido publicado previamente en el blog del autor, www.diariodelaire.com