"El miedo ahuyenta al amor, la inteligencia y la bondad. Al final, el miedo llega a expulsar del hombre la misma humanidad." Aldous Huxley
Un grupo de niños reunidos en el salón de casa se conjuran para ver quién es capaz de de cruzar el oscuro pasillo que conduce hasta la puerta de salida. Y es que algunos de ellos querrían salir a la calle a jugar; otros, regresar a sus casas. Pero ninguno se atreve a dar el primer paso. Tienen miedo. Pocos instantes antes, el anfitrión les explicaba que en su casa se oyen a menudo ruidos extraños, sobre todo en el pasillo.
¿Y si nuestro mundo fuera esa casa? ¿Y si las decisiones más importantes de nuestras vidas se basaran en el miedo a cruzar ese pasillo?
Hoy me gustaría hablarles de algo que ya conocen, aunque tal vez no sean conscientes de ello: la cultura del miedo.
La cultura del miedo
El término "cultura del miedo" es relativamente nuevo, ya que se asocia normalmente a fenómenos originados con la aparición de los medios de comunicación de masas. Sin embargo, el concepto en sí lo podríamos seguramente encontrar también con otros nombres, en cualquier parte del mundo, en cualquier momento de la historia. Una posible definición sería ésta: la cultura del miedo es el temor generalizado que se genera con el fin de influenciar en el comportamiento de las personas.
Pero, ¿vivimos de verdad en una cultura del miedo facilitada por los medios de información?
Txetxo Ausín, investigador del CSIC, parece tenerlo claro: "Las malas noticias son una buena mercancía, vivimos instalados en la cultura del miedo".
El miedo como emoción
No puede decirse que el miedo en sí sea bueno o malo. El miedo es simplemente una emoción humana asociada a procesos bioquímicos que se dan como respuesta a una situación considerada amenazante para nuestra integridad. Ahora, la ciencia ha confirmado algo que muchos ya intuyeron antes: el miedo puede ser contagioso.
Así pues, el miedo nos puede proteger de peligros reales, pero también puede ser utilizado como arma contra nosotros, para acobardarnos ante acontecimientos que, en realidad, podrían ser poco probables. Y sobre esto último es sobre lo que me gustaría hablarles. En un mundo mucho más complejo, nuestros instintos naturales básicos pueden seguir siendo los mismos. Sin embargo, nuestra capacidad de juzgar el riesgo real de las cosas puede que se haya visto seriamente comprometida. Me gustaría poner algunos ejemplos en el ámbito de la crisis económica que vivimos.
Cuando el miedo nos hace menos reflexivos
Tras el estallido de la crisis financiera en 2008, los medios de comunicación estuvieron difundiendo durante muchísimos meses los mensajes de políticos, expertos financieros y demás, avisando de que era imprescindible salvar a los bancos. Si se dejaban caer a los bancos, las consecuencias serían catastróficas. Fue por ello que los bancos fueron rescatados con dinero público en muchos países de Europa. Sin embargo, ¿era esto realmente necesario en todos los casos?
Aunque las historias no son siempre extrapolables, el caso de Islandia nos podría dar algunas pistas. El Gobierno islandés decidió, en 2008, dejar caer a los bancos con graves problemas. ¿Hubo una catástrofe en Islandia? La decisión de dejar caer a los bancos tuvo, efectivamente, consecuencias para muchos inversores, pero que en ningún caso tuvo un efecto catastrófico para el país. Todo los contrario, Islandia utilizó el dinero para otros fines y goza hoy en día de datos socioeconómicos envidiables, en comparación con otros países europeos.
¿Pudo el miedo influir en la decisión de salvar a los bancos? ¿No habría valido la pena ser más reflexivos?
"Que la gente acepte los recortes y los vea casi necesarios se debe a una de las fuerzas más importantes que motivan al hombre: el miedo. Gobernar a base de miedo es eficacísimo". José Luis Sampedro
Cuando el miedo nos hace menos solidarios
Según reconocios economistas, como José Carlos Díez, Grecia no puede pagar su deuda, y hay que aplicar una quita. Además, tras varios años de crisis, la eficacia de la austeridad ha sido puesta en tela de juicio, incluso por el Fondo Monetario Internacional (FMI). Entonces, si la austeridad económica no es eficaz y, además, hace sufrir a tanta gente, ¿cómo ha sido posible imponer estas políticas y seguir promoviéndolas? El premio Nobel de economía Paul Krugman y el escritor y economista José Luís Sampedro coinciden en su análisis: la causa es el miedo.
Pero es que además no son solamente los países acreedores, como Alemania, Holanda y Finlandia, los que no quieren condonar la deuda griega. Curiosamente, países que también sufren severas crisis y acumulan enormes deudas, como España y Portugal, se han mostrado, del mismo, modo en contra de aliviar de algún modo la deuda griega. En resumen: uno podría pensar que casi todos los países europeos tienen miedo. Y uno se pregunta, pero ¿de qué tienen miedo?
Tal vez la respuesta se encuentre en un denominador común. El economista y periodista Joaquín Estefanía lo explica en un artículo: "Hoy no se trata solo de los temores tradicionales a la muerte, el infierno, la enfermedad, la vejez, la indefensión, el terrorismo, la guerra, el hambre, las radiaciones nucleares, los desastres naturales, las catástrofes ambientales, sino también del miedo a un nuevo poder fáctico que denominan "la dictadura de los mercados".
Así pues, los ciudadanos de Grecia, pero también de otros países, no paran de sufrir debido al miedo. Y algunos se atreven incluso a criticar las últimas decisiones de un Gobierno, como el griego, que aprueba medidas excepcionales por razones humanitarias. En mi opinión, el miedo también nos hace menos solidarios.
Pancarta en contra de la vigilancia masiva de la población. La manifestación tuvo lugar en Berlín en 2013 bajo el lema 'Libertad en lugar de miedo'. Fuente: Markus Winkler via flickr.com; licencia: creative commons 2.0
El miedo y la libertad
Según uno de los mayores pensadores del siglo XX, el psicoanalista, psicólogo social y filósofo humanista de origen judío-alemán Erich Fromm, un sustituto común para la libertad son los sistemas autoritarios. Éstos reemplazan al individuo a la hora de pensar y tomar decisiones.
De esta manera, según Fromm, el individuo deja en manos del Estado las tareas de pensar y tomar decisiones con el siguiente propósito: eliminar la incertidumbre. En otras palabras, los individuos cedemos nuestra libertad a causa del miedo.
Si obervamos los acontecimientos históricos, muchos parecen indicar que las tesis de Fromm podrían estar en lo cierto: guerras preventivas contra estados potencialmente amenazantes, cesión del poder a los mercados financieros y pérdida de las libertades individuales en favor de la seguridad, ante el miedo a ataques terroristas. Precisamente sobre este último punto me gustaría recordarles el caso de Edward Snowden, aquel hombre que destapó los programas de vigilancia masiva desde EEUU. Snowden es, en palabras irónicas de Noam Chomsky, el criminal más buscado del mundo. Chomsky, considerado el pensador más influyedoto del siglo XX por el New York Times, concluye lo siguiente: la vigilancia masiva a los ciudadanos no se debe en realidad al miedo a ataques terroristas, sino más bien al miedo del gobierno ante sus propios ciudadanos. O sea, que el pueblo se deja vigilar por el estado a causa del miedo. Y el Estado vigila a los ciudadanos por la misma razón: el miedo.
¿Se puede cruzar el pasillo?
Parece, por tanto, que el miedo, tenga el origen que tenga, nos puede bloquear, atrapar, incluso hacernos tomar decisiones que nos perjudican, o hacernos dejar las decisiones en manos de otros. O sea, que el miedo nos puede hacer menos libres y reflexivos, también menos solidarios y justos. Yo he elegido como ejemplo la crisis económica, pero, por supuesto, la cultura del miedo podría estar instaurada en muchos otros ámbitos de la sociedad.
Es posible que ustedes hayan experimentado esas sensaciones de miedo en la escuela, en el deporte, en el trabajo, incluso en sus casas. La cuestión es: ¿podemos hacer algo en contra de esa cultura del miedo? Yo creo que sí. Me gustaría pensar que tal vez puedan ayudar algunas de las cosas sobre las que he estado escribiendo últimamente: el valor del pensamiento crítico, la lucha en contra de la ignorancia y el dogma, también una búsqueda más profunda de nuestra identidad y naturaleza humana.
¿Recuerdan a los niños del principio de este artículo? Es posible que uno de ellos descubra que en mitad del pasillo hay un interruptor. Es posible que ese, u otro niño, se atreva a caminar a oscuras y encienda la luz. Es posible, también, que otros le sigan. La mayoría se quedará, probablemente, en el salón gritando que vuelvan, que no se vayan, que la historia de los ruidos extraños en el pasillo es cierta. Es posible que los que se fueron ya no les oigan, que estén ya en el parque jugando.
Imaginen que esos niños somos nosotros. ¿Nos atreveremos algún día a cruzar el pasillo?
Calderón de la Barca escribió: tanto miedo tengo, que aún para huir valor no tengo. Tengamos el valor, dejemos atrás la maldita cultura del miedo.
Nota del autor: mil gracias de nuevo a Ignasi Cusí por la ilustración y a Aleix Ruiz-Falqués por las correcciones y comentarios.
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