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El periodismo, entre el miedo y la esperanza

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Son tiempos de incertidumbre para el mundo del periodismo; tiempos de miedo, pero también de esperanza. Miedo por la pérdida de lo que ha sido una fantástica forma de ganarse la vida durante décadas, para empresarios y para periodistas, una profesión con causa y un negocio más que rentable. Esperanza, porque este nuevo escenario ofrece un amplio abanico de oportunidades, muchas aún desconocidas, que añaden una enorme dosis de emoción a aquellos que estén dispuestos a explorarlas. Y todo ello para una audiencia global que, en teoría, tiene más libertad que nunca para elegir cómo, cuándo y dónde acceder a toda la información y todas las formas de entretenimiento que quiera.

En teoría, pues uno de los mayores desafíos de este mundo abierto es encontrar el modo de financiar la independencia. La fragmentación de la industria, el declive de la publicidad y la aparición de múltiples formas de contenido gratuito hace que sea también mucho más sencillo para los grupos de interés difundir su propaganda... y mucho más difícil mantener una prensa independiente.

Esa fue mi respuesta cuando me preguntaron, para el último número de la revista Americas Quarterly, cómo, en mi opinión, están cambiando el periodismo la irrupción de Internet, la consolidación de grandes conglomerados globales y los recortes presupuestarios acentuados por la crisis.

Pero el contenido de la revista va mucho más allá. Bajo el contundente título de Los medios en América. Amenazas a la libertad de expresión. Crimen, violencia, monopolios e intimidación del Estado, hace un repaso a los enormes desafíos que enfrentan la industria y la profesión periodística en el continente americano. Así, mientras en algunos lugares del mundo el debate se centra en cómo adaptarse y sobrevivir a la transformación digital, en otros el reto sigue siendo, directamente, cómo sobrevivir y cómo defender la prensa como derecho y obligación de la democracia.

A pesar de que durante los últimos 20 años América Latina ha disfrutado, salvo en contadas ocasiones, de regímenes democráticos, la libertad de expresión sigue siendo frágil y en algunos países incluso se ha deteriorado.

Una de las amenazas más claras es la concentración de los medios en unas pocas manos que, en el caso latinoamericano, suele coincidir además con las de las poderosas familias que combinan el poder económico y el poder político. No hace mucho Mario Vargas Llosa alertaba de lo que supone para Perú que el grupo El Comercio se haya hecho con el control del 80% de la prensa escrita del país, pero el ejemplo se replica desde México hasta Chile.

Otras son las diferentes legislaciones de corte intervencionista que se han ido aprobando en algunos países. En ocasiones, se han presentado incluso como un modo de luchar, precisamente, contra la concentración cuando el o los grupos dominantes comenzaron a distanciarse de las políticas gubernamentales. Como escribía el propio Vargas Llosa: "...todas las leyes de medios que se han dado en los últimos años en América Latina, en Venezuela, en Argentina, en Bolivia, en Ecuador, han servido a gobiernos populistas o autoritarios para recortar drásticamente la libertad de información y de opinión y hacer pender, como una Espada de Damocles, la amenaza del cierre, la censura o la expropiación, a los órganos de prensa indóciles y críticos de su gestión".

Incluso Estados Unidos, cuna y meca del periodismo moderno, ha visto recrudecerse en los últimos tiempos la relación poder-prensa. Después de Wikileaks y en medio del caso Snowden, Obama ha lanzado una campaña contra los whistleblowers, los soplones que filtran información sobre la administración: amparándose en la Ley de Espionaje, que data de 1917, seis funcionarios americanos han sido imputados en estos últimos años; durante las 43 presidencias anteriores, solo tres personas habían sido procesadas bajo dicha ley.

Pero la mayor amenaza es sin duda la violencia a la que se ven sometidos muchos periodistas en el ejercicio de su trabajo. En esglobal contábamos hace poco los peligros de informar sobre las relaciones del narco, los políticos y los policías en Honduras, donde, en los últimos cuatro años, han muerto 29 profesionales del periodismo. El efecto más común, inmediato y obvio es la autocensura: se habla de crímenes, pero no de criminales, ni de sus orígenes, ni de sus motivaciones. No es el único, desde luego. En México y Colombia el periodismo es, desde hace tiempo, una profesión de riesgo, pero en los últimos años Brasil ha venido a sumarse a ese dudoso grupo de cabeza. Los momentos más críticos se vivieron durante las diversas protestas de 2013, cuando se multiplicaron los ataques, persecuciones y arrestos a periodistas, algo inusual en un país no sometido a conflicto armado. Aunque hay discrepancias según las fuentes, entre cuatro y once profesionales brasileños habrían muerto el pasado año en el ejercicio de su profesión.

En todo el mundo, 2013 fue algo menos virulento, en cuanto a cifras de periodistas asesinados. De 88 asesinados en 2012 -un año especialmente duro-, se pasó a solo 71. Según el informe anual de Reporteros sin Fronteras, Siria, Somalia, India, Pakistán y Filipinas fueron los países más peligrosos del mundo para los profesionales de la información con siete o más asesinatos, cada uno. Los secuestros, sin embargo, aumentaron en un 129%, con 87 casos. Tres informadores españoles, Marc Marginedas, Javier Espinosa y Ricard García Vilanova, siguen secuestrados en Siria. Por último, en esta lista de infamias, 178 periodistas están encerrados en cárceles de todo el mundo por haber tratado de hacer su trabajo. China, Eritrea, Turquía, Irán y Siria son los lugares que se llevan la palma.

Miedo y esperanza. Oportunidades y amenazas. Entre ambos extremos se mueve el mundo del periodismo hoy; como siempre, en realidad, aunque los desafíos hayan cobrado nuevas formas y se estén sofisticando. Pero, incluso desde donde creemos que la libertad está ganada y la demos por sentada, nunca estará de más recordar que la existencia de una prensa libre e independiente es fundamental para asegurar una sociedad democrática. Y que de América a Oriente Medio siguen y seguirán existiendo profesionales dispuestos a jugarse la vida por ello. Que no se nos olvide.

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