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El agobio es una enfermedad

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Estoy ocupado.

No sé tú, pero siempre que me preguntan qué tal, ya nunca digo bien. En su lugar, mi respuesta suele tirar más bien por el grado de cansancio que tenga. Puede ir de "agobiado" a "muy agobiado" o incluso "desquiciado".

La buena noticia es que mi respuesta normalmente encuentra comprensión en la otra persona, lo cual es tan alentador como deprimente.

"¡A mí me lo vas a contar! ¡Nosotros también!"

"Lo sé. ¡Es una locura!"

"El día no tiene suficientes horas..."

Pero algo cambió hace cosa de un mes. Me encontré con un amigo en el gimnasio. En vez de empatizar conmigo cuando le dije "muy agobiado", simplemente preguntó:

"¿En serio? ¿Qué tienes que hacer hoy?"

Tuve que parar y pensarlo un momento. Nadie me había preguntado nunca que describiese mi agobio. Así que llevé a cabo un repaso mental de nuestro calendario antes de explicarle que tenía un ensayo del coro por la mañana, seguido de un partido de baloncesto de mi hijo, un compromiso eclesiástico de mi mujer, una fiesta de cumpleaños de mi hija y una cita por la noche.

¿Cuál fue su respuesta?

"Un día repletito. ¡Que te lo pases bien!"

Al principio, me sentó un poco mal. Obviamente, no me había entendido bien. Quería recordarle lo malo de todo eso. Quería explicarle que conducir de un lado para otro con mi cómodo coche era más doloroso que un grano en el culo. Por no hablar de que Gabby y yo estaríamos separados durante el día. ¿Comprar y envolver un regalo de cumpleaños? No me hables del tema... Y luego sólo tengo una hora para dar de comer a los niños y prepararlos para nuestra semicita de por la noche.

¿No me has oído? ¡Que estoy agobiado, he dicho! Ten piedad de mí...

La cosa es que llevo el agobio como si fuese una insignia de honor. Pero eso no es ningún honor.

El agobio es una enfermedad.

La Asociación Americana de Psicología publicó un estudio sobre el Estrés en Estados Unidos desde 2007. Descubrieron que la mayoría de estadounidenses reconoce que su estrés excede los niveles necesarios para mantener una buena salud. ¿Cuál es el motivo que citan con más frecuencia para excusarse por no tratar el problema?
Estar demasiado ocupados.

Es un círculo vicioso.

La doctora Susan Koven es experta en medicina interna en el Hospital General de Massachusetts. En una columna de 2013 del Boston Globe, escribía:

En los últimos años, he observado una especie de epidemia: todos mis pacientes sufren el mismo trastorno. Los síntomas incluyen fatiga, irritabilidad, insomnio, ansiedad, dolores de cabeza, ardor de estómago, problemas de colon, dolor de espalda y sobrepeso. No hay ningún análisis de sangre ni radiografía capaz de diagnosticar esta enfermedad, y aun así es fácilmente reconocible. Se llama exceso de agobio.


Llevamos años escuchando que demasiado estrés conlleva problemas para la salud. Pero la doctora Koven no hablaba del estrés. Sino del agobio, el ajetreo, las ocupaciones.

Eso sí es una epidemia.

El doctor Michael Marmot, un epidemiólogo británico, ha estudiado el estrés y sus efectos, y descubrió que las causas principales son dos tipos de agobio. Aunque no le pone nombre oficial, describe el más dañino como ocupación sin control, que sobre todo afecta a las personas sin recursos económicos. Su realidad financiera no les permite un descanso. Tienen dos o tres trabajos para mantener a su familia a flote. Si añades hijos a la mezcla, la actividad es apabullante y el estrés da lugar a verdaderos problemas de salud.

El segundo tipo de agobio también da lugar a problemas de salud, pero es una enfermedad que nos creamos nosotros mismos. Como si chupáramos voluntariamente el pomo de la puerta del baño o si nos pusiéramos a hacer un picnic a 40 grados a la sombra.

Es un agobio que podemos controlar.

Es un estrés autocreado.

Desde que mantuve esa conversación hace un mes, me di cuenta de que mi agobio es del segundo tipo. Un agobio controlable. De hecho, muchas veces nos creamos prisas y preocupaciones donde no existe ninguna. Cualquier mañana típica puedes verme empujando a mis hijos como si fueran mulos, insistiendo para que vayan más rápido.

"¡Si no te acabas los cereales en 90 segundos, vamos a llegar tarde!"

"¿Te gusta ser el último? Porque eso vas a ser si no te das prisa y te lavas los dientes.

Lo curioso es que, les presione o no, siempre llegamos al colegio a la misma hora. Antes de que suene el timbre. ¿Y si llegáramos tarde? Tampoco pasaría nada, pero sigue habiendo una voz en mi cabeza que me dice que ser un tardón hoy supone una rampa directa que te acaba conduciendo a la cárcel.

Ridículo.

Después de esa conversación con mi amigo, empecé a darme cuenta de que mis prisas eran una reacción excesiva a mi mente, que lo exagera todo. La mayoría de las veces expreso mi impaciencia con la esperanza de transmitírsela a los demás. Pero en vez de eso, sólo creo ansiedad, quejas y resquemor. Y hasta en los casos en los que esa urgencia está justificada, suele ser porque yo mismo he planificado algo con un horario cerrado.

Y todo esto hace que me pregunte:

¿Por qué un hombre ya crecidito, con cerebro y dos pulgares oponibles decide crear voluntariamente estrés en su vida?

Descubrí la respuesta... Y no es muy bonita.

Tenemos miedo de nosotros mismos.

En Estados Unidos, somos definidos por lo que hacemos. Nuestra carrera profesional. Lo que producimos. Es la primera pregunta que se hace en las fiestas y, a menudo, es la primera información que intercambiamos con desconocidos. Lo que se infiere es que si no estás ocupado haciendo algo, de algún modo eres inferior. Que no eres digno. O, como poco, menos digno que los que producen algo.

Ahora, antes de que pienses que esto sólo es la opinión de un don nadie, echa un vistazo a este reciente estudio publicado en la revista Science. En un experimento, los participantes tenían que quedarse solos en una sala hasta 15 minutos. Cuando les preguntaban si les había gustado el rato en soledad, más de la mitad respondió negativamente.

En otro estudio, los participantes recibían una descarga eléctrica y luego les preguntaban si pagarían por evitar una nueva descarga. Lógicamente, la mayoría dijo que pagaría por evitar el dolor. Sin embargo, cuando esas mismas personas se quedaban solas en una sala durante 15 minutos, casi la mitad prefería autoadministrarse una descarga eléctrica antes que quedarse solos con sus pensamientos.

Has leído bien.

De forma voluntaria.

Impactante.

Piensa un momento en lo que significa. Estar sin hacer nada es tan doloroso que estamos dispuestos a hacernos daño para evitarlo.

Quizás es la realidad más triste de todo esto. Yo creo en Dios, pero parece que con mi fe no tengo suficiente, así que lleno mi Facebook y mi calendario de un ajetreo autocreado para evitar el no hacer nada. Entretanto, no sólo me pierdo la paz y la belleza que llevo dentro, sino también la belleza de los demás, porque mi desasosiego prefabricado lo cubre todo de ansiedad y preocupación.

Es hora de dejar que mis preocupaciones descansen en paz.

Esta es mi frase para hoy. Voy a dejar de definirme por lo que hago y voy a empezar a definirme por lo que soy. Voy a dejar de medir el tiempo con el reloj y a empezar a medirlo por las experiencias que comparto con los que me rodean. Voy a dejar de ver mi vida como un "agobio" y, en su lugar, voy a verla como realmente es.

Plena.

Nota del autor: A lo largo del último mes, me he esforzado por eliminar la palabra "agobiado" de mi vocabulario. ¿El resultado? Me siento más ligero. Ahora, cuando la gente me pregunta cómo van las cosas, digo: "Tengo una vida plena. ¿A ti qué es lo que te funciona?".

Este post fue publicado originalmente en la edición estadounidense de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Marina Velasco Serrano.

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