Hace poco Vinton Cerf, uno de los creadores de Internet, echó un jarro de agua fría a los fanáticos de la tecnología y a los entusiastas del utopismo digital. Cerf nos vino a decir que si seguimos guardando la información en ordenadores y nubes varias, como hasta ahora hemos hecho, corremos el peligro de que no quede rastro de esa información en cuestión de 100 años. En consecuencia, los que vengan detrás -nuestros nietos, sin ir más lejos- tendrán muchas dificultades para leer los bits que dan cuerpo a nuestras fotos, vídeos y textos digitales, que hoy almacenamos con el convencimiento de que son imperecederos y siempre van a estar a mano. En fin, que se anuncia una amnesia total.
En un mundo tecnológico en que los equipos, el software y los formatos cambian con tanta celeridad, ¿quién nos garantiza que un par de décadas tendremos sistemas para poder visualizar las fotos en JPG que hoy nos sacamos de las vacaciones, o las canciones en MP3 que nos bajamos de Internet? Por no hablar de toda la información -personal, profesional, periodística o científica- que hay en HTML, PDF o cualquier versión de Word. Cerf nos advierte de que estamos a las puertas de una temible "edad oscura digital". Los historiadores, que durante siglos han reconstruido el pasado acudiendo básicamente a archivos en papel, lo tendrán muy complicado en el siglo XXII.
De hecho, el problema ya lo tenemos encima. Ya estamos empezando a perder la memoria por culpa del ciclón digital. ¿Quién puede recuperar hoy lo que en su día grabó en aquellos primeros floppy de 8 pulgadas, o en los más avanzados de 3 y media, que todavía abundaban en nuestras mesas de trabajo a finales de los 90? Y en nada tendremos que recurrir a especialistas (o a algún amigo de esos que andan atacados por el síndrome de Diógenes y lo guardan todo) para leer una cinta de casete o un vídeo VHS.
Se conservan documentos escritos en papel que, con la ayuda de expertos, nos pueden decir cómo éramos hace 2.500 millones de años. En una biblioteca más o menos surtida podemos leer sin dificultades la prensa de hace 150 años, el manuscrito de un político eminente del siglo XIX o las cartas de un poeta romántico a su amada. Y lo podemos hacer porque están en papel, ese soporte anticuado y denostado por los snobs de lo digital. Sin embargo, hoy somos incapaces de sacar la información de los discos de nuestro primer IBM o de aquel Commodore 64 que tantas tardes de juego y diversión nos dio a finales de los 80.
Vinton Cerf, que no ha sido el único que ha advertido de la catástrofe que se nos viene encima, propone una solución. Se trataría de idear un sistema para hacer una captura digital, pero no sólo de la información a recuperar, sino del software que la interpreta y de las especificaciones del hardware que hace funcionar ese software. Sería una especie de digital snapshot (instantánea) destinada a que cuando alguien, en un futuro lejano, quiera ver un vídeo digital de 2014, tenga los planos del ordenador y las líneas del Windows y el Flash de Adobe (por ejemplo) para interpretar y reproducir en condiciones los bits de ese documento. Eso sí, Cerf y los impulsores del proyecto Olive tendrán que trabajar duro para estandarizar la forma en que esas especificaciones son descritas y almacenadas. Además, también tendrán que ver cómo guardan esas capturas y en qué máquinas (previsiblemente virtuales y en la nube), porque nadie nos garantiza que vayan a estar ahí de por vida. Como se ve, el problema tiene difícil solución.
El anuncio de la edad oscura digital es un mazazo para los fanáticos de la tecnología, de Internet y de la nube, pero también para la gente corriente -como yo- que se aprovecha de los avances. Siempre observé con condescendencia cómo mi mujer se pasaba largas horas confeccionando álbumes de foto en papel. También he visto siempre con un punto de ternura cómo algunos amigos guardan el periódico en papel del último campeonato ganado por su equipo. Sin embargo, a partir de ahora habrá que andar con humildad.
Al fin y al cabo, nadie nos garantiza que eso que tan alegremente colgamos en las redes sociales vaya a estar ahí en un par de décadas, y casi seguro que no llega para que lo vean nuestros nietos. Tampoco es probable que los documentos más personales que hoy guardamos con diligencia en un disco duro portátil o en una unidad de almacenamiento NAS aguanten el embate del tiempo y el inevitable recambio tecnológico. Así que, a partir de ahora, y mientras Cerf y los señores del proyecto Olive no den con una buena solución, habrá que volver al papel, por lo menos para conservar lo más importante.
En un mundo tecnológico en que los equipos, el software y los formatos cambian con tanta celeridad, ¿quién nos garantiza que un par de décadas tendremos sistemas para poder visualizar las fotos en JPG que hoy nos sacamos de las vacaciones, o las canciones en MP3 que nos bajamos de Internet? Por no hablar de toda la información -personal, profesional, periodística o científica- que hay en HTML, PDF o cualquier versión de Word. Cerf nos advierte de que estamos a las puertas de una temible "edad oscura digital". Los historiadores, que durante siglos han reconstruido el pasado acudiendo básicamente a archivos en papel, lo tendrán muy complicado en el siglo XXII.
De hecho, el problema ya lo tenemos encima. Ya estamos empezando a perder la memoria por culpa del ciclón digital. ¿Quién puede recuperar hoy lo que en su día grabó en aquellos primeros floppy de 8 pulgadas, o en los más avanzados de 3 y media, que todavía abundaban en nuestras mesas de trabajo a finales de los 90? Y en nada tendremos que recurrir a especialistas (o a algún amigo de esos que andan atacados por el síndrome de Diógenes y lo guardan todo) para leer una cinta de casete o un vídeo VHS.
Se conservan documentos escritos en papel que, con la ayuda de expertos, nos pueden decir cómo éramos hace 2.500 millones de años. En una biblioteca más o menos surtida podemos leer sin dificultades la prensa de hace 150 años, el manuscrito de un político eminente del siglo XIX o las cartas de un poeta romántico a su amada. Y lo podemos hacer porque están en papel, ese soporte anticuado y denostado por los snobs de lo digital. Sin embargo, hoy somos incapaces de sacar la información de los discos de nuestro primer IBM o de aquel Commodore 64 que tantas tardes de juego y diversión nos dio a finales de los 80.
Vinton Cerf, que no ha sido el único que ha advertido de la catástrofe que se nos viene encima, propone una solución. Se trataría de idear un sistema para hacer una captura digital, pero no sólo de la información a recuperar, sino del software que la interpreta y de las especificaciones del hardware que hace funcionar ese software. Sería una especie de digital snapshot (instantánea) destinada a que cuando alguien, en un futuro lejano, quiera ver un vídeo digital de 2014, tenga los planos del ordenador y las líneas del Windows y el Flash de Adobe (por ejemplo) para interpretar y reproducir en condiciones los bits de ese documento. Eso sí, Cerf y los impulsores del proyecto Olive tendrán que trabajar duro para estandarizar la forma en que esas especificaciones son descritas y almacenadas. Además, también tendrán que ver cómo guardan esas capturas y en qué máquinas (previsiblemente virtuales y en la nube), porque nadie nos garantiza que vayan a estar ahí de por vida. Como se ve, el problema tiene difícil solución.
El anuncio de la edad oscura digital es un mazazo para los fanáticos de la tecnología, de Internet y de la nube, pero también para la gente corriente -como yo- que se aprovecha de los avances. Siempre observé con condescendencia cómo mi mujer se pasaba largas horas confeccionando álbumes de foto en papel. También he visto siempre con un punto de ternura cómo algunos amigos guardan el periódico en papel del último campeonato ganado por su equipo. Sin embargo, a partir de ahora habrá que andar con humildad.
Al fin y al cabo, nadie nos garantiza que eso que tan alegremente colgamos en las redes sociales vaya a estar ahí en un par de décadas, y casi seguro que no llega para que lo vean nuestros nietos. Tampoco es probable que los documentos más personales que hoy guardamos con diligencia en un disco duro portátil o en una unidad de almacenamiento NAS aguanten el embate del tiempo y el inevitable recambio tecnológico. Así que, a partir de ahora, y mientras Cerf y los señores del proyecto Olive no den con una buena solución, habrá que volver al papel, por lo menos para conservar lo más importante.