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González reabre el debate sobre el liderazgo

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Comparar a Ángel Gabilondo, como hizo ayer Felipe González, con Olof Palme, y luego pedir al PSOE que apoye a Pedro Sánchez por cultura de partido es muy halagador para el primero, y no tanto para el segundo. El líder del partido socialdemócrata sueco asesinado en 1986 cuando ejercía el cargo de primer ministro fue un defensor del pacifismo y el universalismo. La firmeza en sus principios le llevó a criticar a los Estados Unidos con respecto a la guerra de Vietnam, las armas nucleares, Cuba o la política del apartheid en Sudáfrica. Tuvo una vida ejemplar. Fue tiroteado una noche de febrero cuando salía del cine con su esposa, pero su legado permanece indeleble en la socialdemocracia europea.

Así que el agasajo del otrora presidente del Gobierno al candidato para la Comunidad de Madrid debió enorgullecer a Gabilondo tanto como saciaron a Pedro Sánchez y a su equipo las palabras que le dedicó a él: "No le voté en las primarias, pero estoy a su disposición. Le apoyaré todo lo que quiera, es mi secretario general. Y eso es lo que os pido como cultura de partido".

Claro que la distancia entre una alusión y otra fue infinita. Palme es socialismo con mayúsculas, es compromiso, es ética... y cultura de partido es, según a quien se pregunte, disciplina, lealtad o resignación. Porque cuando González confiesa que no votó a Sánchez -votó a Eduardo Madina, le diría horas después a Pepa Bueno en Cuatro- es que no creyó entonces que fuera el mejor. Y cuando añade que le apoya como secretario general -que no como candidato a la Presidencia del Gobierno- y por cultura de partido, tampoco parece que ahora esté convencido de que sea el más sobresaliente. Mas bien suena a que las circunstancias, el contexto o el momento le obligan a cerrar filas. El "aparato" de Ferraz se aferra, no obstante, como un clavo ardiendo a la alusión y presume de tener a González del lado del secretario general creyendo que con sus palabras ha hecho un favor al hoy líder del PSOE.

Pues no parece. Dar la palabra al ex jefe de Gobierno en la clausura de una Convención Municipal -en la que brillaron por su ausencia los barones-, y que apele a la cultura partidista para llamar a la unidad demuestra que Pedro Sánchez anda escaso de apoyos internos y reabre el debate sobre el liderazgo del PSOE en plena precampaña de las municipales y autonómicas cuando parecía haber un pacto no escrito por guardar las formas y contener el verbo hasta después del 25-M.

Que Felipe González no ve con buenos ojos el posible desembarco de Susana Díaz en Madrid tras el 25 de mayo se sabía; que prefiere que el salto de la andaluza a la política nacional sea tras las generales si se confirma el hundimiento, también, pero que haya decidido ocupar un espacio fijo en la agenda político-mediática para reñir a sus cuadros y mostrarles el camino a seguir es todo un descubrimiento para quienes no comparten con él su, impostado o no, repentino entusiasmo por Sánchez. El caso es que hay quien vio en sus palabras un toque de atención a Susana Díaz y a quienes ven en ella la única opción sólida capaz de sacar al PSOE del ostracismo. Pero también quienes creen que en su apoyo al secretario general no hay más que tacticismo para mantener prietas las filas sólo hasta después de las municipales.

Sea como fuere, en lo que nadie discrepa es en que la Convención Municipal resultó un estrepitoso fracaso por la escasez de contenidos, por la pésima organización, porque desdibujó a quienes debían haber sido auténticos protagonistas del cónclave y porque el empeño de la dirección en que se escuchara a Felipe González en la clausura escenificó de nuevo la división interna en la que sigue sumida el socialismo. No había más que ver la cara de circunstancias de José Luis Rodríguez Zapatero, sentado en primera fila durante la clausura, y su escaso entusiasmo para aplaudir las intervenciones de Sánchez o de González.

El también ex presidente, cuya relación con Sánchez y también con González es manifiestamente mejorable, aceptó la invitación que le cursó la dirección federal a última hora del pasado jueves, a pesar de saber que se requería su presencia, pero no sus palabras, y que el trato recibido no era el que el PSOE acostumbraba antaño a dispensar a un ex secretario general.

Peor aún fue la falta de consideración de la dirección federal con Alfredo Perez Rubalcaba, quien en la mañana del pasado viernes habló por teléfono desde París con Sánchez sobre la operación policial contra el yihadismo en Barcelona, los últimos sondeos electorales y otros asuntos de la agenda política y, sin embargo, nada le dijo sobre la Convención Municipal. Fue César Luena, secretario de Organización, quien por SMS y en la tarde del viernes invitó a la clausura del cónclave al otrora número uno. Rubalcaba prefirió no acudir a la cita.

A punto estuvo de hacer lo mismo el candidato al Ayuntamiento de Madrid, Antonio Miguel Carmona, a quien se negó la palabra -como a Zapatero- en el acto de clausura y se pretendió apartar a la segunda fila de los asientos reservados para los cargos. El aspirante al sillón del primer municipio de España amagó con no asistir cuando su equipo le hizo saber la noche anterior el relegado papel y lugar que se le había designado. Al final, la presión logró que le situaran al lado de Felipe González. No es la primera finta que la dirección federal ha intentado con el mediático Carmona, y dicen que no tanto por haber sido la mano derecha del defenestrado Tomás Gómez, sino por su cercanía a Susana Díaz. De hecho, su equipo es conocedor de continuas llamadas desde Ferraz a determinados programas de televisión en los que participa el candidato al Ayuntamiento de Madrid para que sea sustituido. ¡Y luego piden respeto para los medios de comunicación! Manda huevos, que diría el otro.

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