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La Tierra, nuestra responsabilidad obligatoria

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Mujeres africanas trabajando en sus tierras/ALIANZA POR LA SOLIDARIDAD


Hace unos días, un buen número de periodistas y divulgadores ambientales nos reunimos en Valladolid para intercambiar experiencias en torno a la educación ambiental. Es esa materia indefinida en los currículos de la vida en la que los humanos nos merecemos un incuestionable suspenso, pero con posibilidad de recuperación. El problema es que en los asuntos del medio ambiente no se repite, y que lejos de esforzarnos en mejorar, nos empeñamos en seguir a lo nuestro, considerando una molestia todo aquello que nos supone un esfuerzo ambiental y reclamando premios cuando hacemos lo mínimo obligatorio.

En este contexto de dejadez, me vienen a la mente las palabras del sociólogo polaco Zygmunt Bauman cuando aseguraba que vivimos inmersos en una creencia imposible, que es pensar que "tanto el aumento del PIB como entender que la felicidad consiste en consumir parten de que los recursos del planeta son infinitos, cuando ya gastamos un 50% más que el límite admisible". Y las de la periodista norteamericana Naomi Klein, que argumenta que detrás del cambio climático no está el aumento del dióxido de carbono, sino un sistema económico que se asienta en el poder de las empresas. Y al final, Eduardo Galeano dando en el clavo de nuestra inconsciencia: "Al Norte y al Sur, al Este y al Oeste, el hombre serrucha, con delirante entusiasmo, la rama donde está sentado".

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Mujeres africanas trabajando en sus tierras/ALIANZA POR LA SOLIDARIDAD


No voy a hablar de todas las heridas y enfermedades que infligimos a la Tierra, pero en Valladolid, algunas empresas nacionales y multinacionales nos vinieron a contar las medidas ambientales que están poniendo en marcha, dentro de lo que se llama Responsabilidad Social Corporativa (RSC), un concepto que apenas tiene 25 años de existencia y con el que se trata de reparar los daños que las empresas generan a la sociedad y al medio ambiente en la realización de sus fines. Hablamos de derrames de petróleo, de acaparamiento de acuíferos, de expulsiones de gentes de sus tierras, de obras que acaban con ríos, y bosques y ecosistemas marinos, de multinacionales que tienen las manos libres para hacer y deshacer a su antojo (y más aún si finalmente se aprueba el Tratado Trasatlántico de Comercio e Inversiones entre EEUU y la UE).

Sorprende que en los 62 acuerdos comerciales firmados por España con países en desarrollo no figure como eje fundamental la necesidad de un desarrollo sostenible y el fundamental respeto a los derechos humanos. Sorprende que, sin embargo, la mayoría de las empresas, como alguna manifestó en ese encuentro de Valladolid, consideren que los gobiernos deben premiarlas por asumir la responsabilidad de sus impactos ambientales y sociales.

Y sobre todo, sorprende que la RSC siga siendo voluntaria, de modo que nadie obliga a las industrias a evitar o compensar los daños que provocan a pueblos y ecosistemas. De hecho, las hay que compensan los daños a miles de kilómetros de donde tienen lugar, con esa doble moral que sirve para publicitar sus medidas de sostenibilidad donde tienen más eco mediático.

La ONG Alianza por la Solidaridad reveló en 2014 cómo una empresa española, Agrogeba, llegó a Senegal y arrambló con tierras que cultivaban 600 personas, muchas mujeres, para alimentar a sus familias, y con su actividad provocó un aumento de la malaria en la zona, y no generó empleo digno. Un daño social y ambiental al mismo tiempo, pues rara vez son cuestiones independientes. Alianza defiende que el desarrollo económico no puede ir desligado de los derechos humanos, de la protección del entorno, y ese es el eje de gran parte de su trabajo.

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Trabajador de la empresa Agrobea en Senegal/ALIANZA POR LA SOLIDARIDAD

No se trata de poner fin a las inversiones extranjeras, pero esta ONG defiende que el desarrollo económico no puede ir unido al expolio, sino a los derechos humanos, y ello implica a las empresas, que deben ser responsables obligatoriamente de sus impactos; y a los gobiernos (incluido el nuestro), que deben vigilar lo que hacen nuestros inversionistas cuando salen de nuestras fronteras; y a los ciudadanos, que tenemos el deber de exigir un comportamiento coherente dentro y fuera de nuestras fronteras.

La Tierra, en este día y en todos los demás, no nos necesita como consumidores responsables, ni como votantes, ni como activistas... Es más. No nos necesita, a secas. Somos nosotros los que no podemos escapar de este hogar sin vecindario, compartido entre 7000 millones de humanos, y ni más ni menos que con 1, 7 millones de especies sobre las que extendemos nuestro imperio.

Galeano hace tiempo que hizo el diagnóstico: "La divinización del mercado, que compra cada vez menos y paga cada vez peor, permite atiborrar de mágicas chucherías a las grandes ciudades del sur del mundo, drogadas por la religión del consumo, mientras los campos se agotan, se pudren las aguas que los alimentan y una costra seca cubre los desiertos que antes fueron bosques".

Ser responsables con nuestros actos en y con la Tierra es un imperativo que a estas alturas no nos puede acarrear otro suspenso. Que la responsabilidad sea exigida a las empresas es lo número uno para no suspender de nuevo en esta materia unida a la vida. Alianza por la Solidaridad así lo entiende.

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