Foto: Mayte Piera
Y si el anhelo te lleva a navegar en mares tormentosos,
cuando las Pléyades huyan del poderoso Orión
y se hundan en las brumosas profundidades
y todos los borrascosos vientos rujan,
no sigas entonces con tu barco en el oscuro mar
sino, como te pido, recuerda trabajar en tierra.
Hesíodo. Trabajos y días
La atmósfera limpia e impoluta de nuestros antepasados hizo, con toda probabilidad, que observar el cielo fuera un acto de lo más natural. En el firmamento destacaría el cúmulo de las Pléyades; objeto de preocupación e interés, origen de mitos y leyendas a lo largo de la historia en todas las culturas de la tierra, sin excepción. Mención a las Pléyades encontramos en la Biblia, en la Odisea e Ilíada; y mucho antes, en los anales chinos de hace más de 4500 años. La explicación de su importancia es sencilla: las Pléyades se encuentran cerca de la eclíptica (trayectoria imaginaria que describe la tierra en la también imaginaria esfera celeste) unos 4º, en la constelación de Tauro, y tanto en primavera como en otoño se vuelven muy vistosas (hace unos 5000 años estaban justo sobre el ecuador celeste). El orto helíaco del grupo de las Pléyades (primera salida de un astro, al amanecer, cuando ha permanecido oculto tras un periodo de invisibilidad) tenía lugar en primavera, y daba paso a la apertura de la época de navegación y de cosechas.
El ciclo anual de las Pléyades se inicia ahora, el 15 de mayo, cuando el Sol se alinea entre la Tierra y las estrellas. Se empiezan a hacer visibles progresivamente a partir de las madrugadas de junio. Cuando la Tierra se vuelve a colocar entre el Sol y las Pléyades, sobre el 20 de noviembre, se pueden ver en el cielo durante casi toda la noche, cerca de nuestro cenit.
Ya he comentado con anterioridad que los griegos consideraban dos épocas al año en referencia a la navegación: la estación invernal, cerrada a las rutas de barcos, donde hasta el mismísimo faro de Alejandría se apagaba; y el verano o estación abierta a las grandes singladuras.
En la era de orden Dórico de la antigua Grecia, el calendario estaba regulado también por la posición de las Pléyades. Tenía dos partes, una que empezaba a principios de mayo, y otra a principios de noviembre, relativa a la ubicación de las Pléyades con respecto al punto vernal (algo así como el meridiano de Greenwich de la esfera celeste). Posteriormente, Hipócrates dividió el año en cuatro estaciones sobre la base de las Pléyades y su relación con el Sol.
La mitología griega nos las presenta como siete hermosas jóvenes hijas de Atlas y Pleyone. De ellas se enamoró Orión que las persiguió incansablemente hasta que Zeus las convirtió en palomas y las mandó al cielo. Allí, ellas con Tauro; Orión detrás, con su arco; las persigue eternamente por el firmamento.
De esta enrevesada historia divina nace lo complicado de establecer la etimología de su nombre (Πλειας Pleias, 'muchas'; Πλειάδες Pleiades, 'hijas de Pléyone'; o Πελειαδες Peleiades, 'hijas de palomas) siete hermanas, siete palomas, siete cabritillas, siete novias, siete bailarinas, siete hijas de Pleyone... Siete, siete; aunque son muchas más; de hecho, son un cúmulo de unos 12 años luz de diámetro, que contiene un aproximado de 500 estrellas.
Pero yo prefiero, como apunta Robert Graves en su libro Mitos griegos que provenga del verbo πλεϊν, "navegar", pues el grupo de estrellas es visible de noche en el Mediterráneo durante el verano, lo que coincidía con la temporada de navegación en la antigüedad.
Las Pléyades debieron haber sido muy bellas, pues varios de los más importantes dioses olímpicos (incluyendo a Zeus, Poseidón y Ares) mantuvieron relaciones con ellas, que acarrearon el nacimiento de varios hijos. Todas menos Merope, enamorada de Sísifo; un mortal. Así, en el cúmulo abierto de las Pléyades, sólo seis de las estrellas brillan intensamente. La séptima, Mérope, lo hace débilmente porque está eternamente avergonzada de haber mantenido relaciones con un hombre de carne y hueso.
Siguen siendo hermosas aún hoy para pasar una noche contemplándolas con un telescopio bajo un cielo raso, oyendo cantar a Safo.
Γρήγορα η ώρα πέρασε
Ν. Ξυδάκης και Ε.Αρβανιτάκη
Γρήγορα η ώρα πέρασε, μεσάνυχτα κοντεύουν,
πάει το φεγγάρι, πάει και η Πούλια, βασιλέψανε
και μόνο εγώ κείτομαι δω μονάχη κι έρημη.
Ο Έρωτας που βάσανα μοιράζει, ο Έρωτας
που παραμύθια πλάθει άρπαξε την ψυχή μου
και την τράνταξε ίδια καθώς αγέρας απ' τα βουνά
χυμάει, χτυπάει μέσα στους δρυς φυσομανώντας
Rápido paso el tiempo
Transcripción de un poema de Safo por Odysséas Elýtis
N. Hidakis y E. Arbanitakis
Rápido pasó el tiempo, la medianoche está cerca,
se va la luna, las Pléyades, se ocultan,
y yo duermo aquí, sola y deshabitada.
El amor que depara sufrimientos, el amor
que inventa cuentos, me ha robado el alma
y la estremece del mismo modo que el viento de las montañas
azota, golpea sobre las encinas ululando.
Este post mezcla dos entradas publicadas inicialmente en el blog de la autora; una habla de las Pléyades, y la otra, de poesía