Distinguir entre emociones y sentimientos es difícil, y más todavía cuando estos conceptos, y lo que representan, se utilizan en las conversaciones diarias. (Francisco Mora ¿Es posible una cultura sin miedo? Alianza Editorial. Madrid 2015). Y esto se hace todavía más difícil cuando se habla de animales. Y aún más si se hace sobre los perros que conviven y han convivido tanto y tan largo con el hombre, o los chimpancés, o los delfines, e incluso los elefantes. En relación a los perros, se podría decir que pocos de sus dueños dudarían que expresan emociones a través de su conducta, sea la alegría o el miedo, pero también pocos dudarían de que sienten; es decir, que poseen sentimientos. ¿Es esto así? ¿Tienen sentimientos los perros? La contestación, directa, científica y no hay otra, es: no. ¿En qué se justifica todo esto?
La emoción es una reacción conductual inconsciente tendente a mantener la supervivencia de los individuos. Casi todos los animales con cerebro han desarrollado estas reacciones a lo largo del proceso evolutivo, pero de manera especialmente clara y relevante los mamíferos, lo que incluye al hombre. Por ejemplo, en una situación concreta, sea ante una amenaza o un peligro, tanto un perro como un ser humano reaccionan emocionalmente de forma muy similar. Es decir, lo hacen, bien con un contraataque o bien con una huida. Sin embargo, ante esa misma reacción conductual, algo ocurre en el ser humano que no ocurre en el perro. El ser humano sabe de su emoción, es consciente de lo que le sucede. El perro no. Ese saber, ese ser consciente de lo que ocurre y sus consecuencias es el sentimiento. Sentimiento es ser conocedor de la emoción que se experimenta. Sentir es elevar la emoción hasta la conciencia, y con ella, poder expresarla con el pensamiento. Y eso solo lo puede hacer el ser humano gracias a la complejidad y al enorme desarrollo de las redes neuronales de su cerebro, alcanzado a lo largo de varios millones de años. El perro, no.
El cerebro humano posee un coeficiente encefálico de 7. Es decir, un peso de cerebro enorme, siete veces superior al de cualquier otro mamífero. Esto quiere decir, si se quiere expresar de otra forma, siete veces superior al peso y complejidad cerebral necesario "para el control de su propio cuerpo en relación a los mecanismos necesarios para mantener la propia supervivencia". Frente a ello, el perro tiene un coeficiente encefálico de 1 (que indica que su cerebro tiene la media de la relación cerebro-cuerpo de cualquier otro mamífero). (F. Mora, El reloj de la sabiduría. Tiempos y Espacios en el cerebro humano. Alianza Editorial. Madrid 2008). Con su cerebro, el perro responde e interactúa con el mundo ante cualquier vicisitud, pero no lo sabe, no es consciente de lo que hace, simplemente reacciona y actúa de modo inconsciente ante la amenaza. La respuesta del perro, sus gestos y posturas corporales, y su aparente sentir son la lectura humana de su conducta (conducta que, pudiera parecer semejante a la humana), pero que solo queda en la no conciencia. El perro no piensa, ni tiene intimidad, ni subjetividad. En el perro es todo hacia afuera, pero nada hacia adentro. La neurociencia evolutiva y comparativa demuestra claramente que el cerebro del perro no posee las áreas de asociación de la corteza cerebral, y las complejas redes neuronales necesarias para la elaboración de la conciencia.
Añadido a todo esto, está la tendencia innata humana a antropomorfizar psicologicamente (es decir, a rellenar de características humanas) todo aquello con lo que convive, desde una simple máquina a un ordenador. Recuérdese si no la historia de los niños con su tamagochi, pequeñas maquinitas a las que consideraban casi seres vivos y sintientes, y que llevaron a alguno de esos mismos niños al suicidio ante la muerte de su tamagochi. O el caso de ciertos ordenadores de hoy en día y de alta tecnología que llevan incorporados en sus diseños el reconocimiento tanto de la cara como de ciertos gestos, así como la voz y tonos vocales de sus dueños. Y que cuando éstos les hablan, pueden establecer una conversación con ellos, desde el mismo momento en que el ordenador reconoce al usuario cuando entra a su despacho por la mañana y le dice: "Buenos días", "¿como se encuentra Ud.?", "¿vamos a trabajar un poco juntos esta mañana?" "¿qué quiere que hagamos?". ¿Podría uno evitar humanizar y sentir como semejante a un ordenador de este tipo? !!Imagínense en el caso del mejor amigo del hombre, que se mueve y gesticula, sobre todo, si este es inteligente.
Los sentimientos son, pues, procesos conscientes que expanden las emociones inconscientes, sean de miedo, alegría o placer, transformándolos en fenómenos vividos subjetivamente. Valdría la pena añadir, en aras aun mejor entendimiento, que también el ser humano puede realizar conductas inconscientes (de apariencia consciente) cuando ocurren daños específicos en su cerebro que bloquean las vías neuronales que llevan a la conciencia. Tal es el caso de algunas personas que padecen de ciertas cegueras cognitivas (agnosias) (Francisco Mora. Cómo funciona el cerebro. Alianza Editorial. Madrid 2009).
Pues bien, estas personas han perdido la capacidad consciente de ver, pero pueden ver por redes neuronales inconscientes, de modo que si se les sienta delante de una pantalla de ordenador y se le pide que señalen con su dedo índice un objeto que aparece en la pantalla estas personas ciegas cognitivas pueden señalarlo perfectamente, aun a pesar de que no saben lo que están haciendo, dado que no pueden ver conscientemente, y por tanto tampoco podrían nunca explicar sus propias reacciones. Es más, se les puede pedir que caminen, y si se pone delante de ellas un obstáculo, lo evitan sin ser en absoluto conscientes de lo que están haciendo. Procesos cerebrales similares (salvando ese espacio-tiempo enorme, casi insalvable, entre el ejemplo patológico humano que acabo de dar y el cerebro animal) son los que ocurren cuando los perros expresan sus conductas ante los aconteceres del mundo.
La emoción es una reacción conductual inconsciente tendente a mantener la supervivencia de los individuos. Casi todos los animales con cerebro han desarrollado estas reacciones a lo largo del proceso evolutivo, pero de manera especialmente clara y relevante los mamíferos, lo que incluye al hombre. Por ejemplo, en una situación concreta, sea ante una amenaza o un peligro, tanto un perro como un ser humano reaccionan emocionalmente de forma muy similar. Es decir, lo hacen, bien con un contraataque o bien con una huida. Sin embargo, ante esa misma reacción conductual, algo ocurre en el ser humano que no ocurre en el perro. El ser humano sabe de su emoción, es consciente de lo que le sucede. El perro no. Ese saber, ese ser consciente de lo que ocurre y sus consecuencias es el sentimiento. Sentimiento es ser conocedor de la emoción que se experimenta. Sentir es elevar la emoción hasta la conciencia, y con ella, poder expresarla con el pensamiento. Y eso solo lo puede hacer el ser humano gracias a la complejidad y al enorme desarrollo de las redes neuronales de su cerebro, alcanzado a lo largo de varios millones de años. El perro, no.
El cerebro humano posee un coeficiente encefálico de 7. Es decir, un peso de cerebro enorme, siete veces superior al de cualquier otro mamífero. Esto quiere decir, si se quiere expresar de otra forma, siete veces superior al peso y complejidad cerebral necesario "para el control de su propio cuerpo en relación a los mecanismos necesarios para mantener la propia supervivencia". Frente a ello, el perro tiene un coeficiente encefálico de 1 (que indica que su cerebro tiene la media de la relación cerebro-cuerpo de cualquier otro mamífero). (F. Mora, El reloj de la sabiduría. Tiempos y Espacios en el cerebro humano. Alianza Editorial. Madrid 2008). Con su cerebro, el perro responde e interactúa con el mundo ante cualquier vicisitud, pero no lo sabe, no es consciente de lo que hace, simplemente reacciona y actúa de modo inconsciente ante la amenaza. La respuesta del perro, sus gestos y posturas corporales, y su aparente sentir son la lectura humana de su conducta (conducta que, pudiera parecer semejante a la humana), pero que solo queda en la no conciencia. El perro no piensa, ni tiene intimidad, ni subjetividad. En el perro es todo hacia afuera, pero nada hacia adentro. La neurociencia evolutiva y comparativa demuestra claramente que el cerebro del perro no posee las áreas de asociación de la corteza cerebral, y las complejas redes neuronales necesarias para la elaboración de la conciencia.
Añadido a todo esto, está la tendencia innata humana a antropomorfizar psicologicamente (es decir, a rellenar de características humanas) todo aquello con lo que convive, desde una simple máquina a un ordenador. Recuérdese si no la historia de los niños con su tamagochi, pequeñas maquinitas a las que consideraban casi seres vivos y sintientes, y que llevaron a alguno de esos mismos niños al suicidio ante la muerte de su tamagochi. O el caso de ciertos ordenadores de hoy en día y de alta tecnología que llevan incorporados en sus diseños el reconocimiento tanto de la cara como de ciertos gestos, así como la voz y tonos vocales de sus dueños. Y que cuando éstos les hablan, pueden establecer una conversación con ellos, desde el mismo momento en que el ordenador reconoce al usuario cuando entra a su despacho por la mañana y le dice: "Buenos días", "¿como se encuentra Ud.?", "¿vamos a trabajar un poco juntos esta mañana?" "¿qué quiere que hagamos?". ¿Podría uno evitar humanizar y sentir como semejante a un ordenador de este tipo? !!Imagínense en el caso del mejor amigo del hombre, que se mueve y gesticula, sobre todo, si este es inteligente.
Los sentimientos son, pues, procesos conscientes que expanden las emociones inconscientes, sean de miedo, alegría o placer, transformándolos en fenómenos vividos subjetivamente. Valdría la pena añadir, en aras aun mejor entendimiento, que también el ser humano puede realizar conductas inconscientes (de apariencia consciente) cuando ocurren daños específicos en su cerebro que bloquean las vías neuronales que llevan a la conciencia. Tal es el caso de algunas personas que padecen de ciertas cegueras cognitivas (agnosias) (Francisco Mora. Cómo funciona el cerebro. Alianza Editorial. Madrid 2009).
Pues bien, estas personas han perdido la capacidad consciente de ver, pero pueden ver por redes neuronales inconscientes, de modo que si se les sienta delante de una pantalla de ordenador y se le pide que señalen con su dedo índice un objeto que aparece en la pantalla estas personas ciegas cognitivas pueden señalarlo perfectamente, aun a pesar de que no saben lo que están haciendo, dado que no pueden ver conscientemente, y por tanto tampoco podrían nunca explicar sus propias reacciones. Es más, se les puede pedir que caminen, y si se pone delante de ellas un obstáculo, lo evitan sin ser en absoluto conscientes de lo que están haciendo. Procesos cerebrales similares (salvando ese espacio-tiempo enorme, casi insalvable, entre el ejemplo patológico humano que acabo de dar y el cerebro animal) son los que ocurren cuando los perros expresan sus conductas ante los aconteceres del mundo.