Nos llamaba de usted marcando las distancias entre los jóvenes pupilos y el maestro. Porque él era un maestro. Tras sus años en Nueva York, se había convertido a finales de los 80 en descubridor de jóvenes talentos periodísticos. Los afortunados asistíamos a las reuniones de programa con una mezcla de devoción y admiración, pero también de nerviosismo ante el temor de no alcanzar las expectativas que había depositado sobre nosotros. Sabíamos que éramos los/las privilegiados Chicas/os Hermida, cada cuál de currículums muy distintos, pero los elegidos para ocupar un trono por el que se pelearía cualquiera, dada la relevancia del tutor... Y por allí pasaron muchos de los que hoy siguen en los medios: Mariló Montero, Nieves Herrero, Irma Soriano, Goyo González, Cristina Morató, Consuelo Berlanga, Terelu Campos, Concha Galán, Elvira Cordero y tantos otros.
Era el corresponsal de corresponsales, el narrador, pero también el periodista innovador que supo ver que el mundo informal del magazine no estaba reñido con la información. Con el rigor. Porque él era también extremadamente riguroso. Extremo si quieren en sus comportamientos, en sus exigencias, incluso en su apariencia. ¿Quién llevaba entonces más que Hermida ese tupido flequillo? ¿Qué otro era capaz de contarte una historia completa en pocos segundos distanciando el pronunciar de sus palabras en eternos tiempos de silencio que hacían aún más grande el comentario? Sólo él. Para algunos, vestido con una pizca de arrogancia y la vanidad que dan los éxitos. Para nosotros, el más grande: Jesús Hermida.